Juan Pérez de Mungía

El Caudillo cabalga de nuevo

El Caudillo cabalga de nuevo
Hitler y Franco. HS

La historia del constitucionalismo refleja ese proceso social por el que las sociedades humanas han venido a imponerse a un soberano único, en el pasado frente a la monarquía absoluta, en el presente, frente al caudillismo del poder ejecutivo. El desequilibrio entre los poderes del Estado moderno es de tal magnitud que continuamente vemos en todas las sociedades humanas por complejas y desarrolladas que parezcan como en cualquier contienda entre el poder ejecutivo y el judicial y entre el poder ejecutivo y el cuerpo legislativo, siempre vence el poder ejecutivo. Puede parecer otra cosa, pero lo que distingue al poder ejecutivo frente a cualquier otro poder institucional o social es su capacidad para ejercer la violencia necesaria para imponer sus decisiones porque ostenta la capacidad coercitiva del Estado. El poder judicial y el poder legislativo son poderes retóricos que legitiman o deslegitiman el poder ejecutivo en ausencia de una capacidad coercitiva propia. Este mismo vicio ha venido en encarnarse en los propios partidos políticos.

Así ocurre que en la «democracia» de Maduro; el autócrata se impone con las armas del Estado a cualquier poder y somete al pueblo que dice representar bajo «la regla de quien no está conmigo está contra mí». Esa es la substancia, no otra, del pensamiento político de Pablo Iglesias en la iglesia podemita. La disidencia que representa Errejón será aplastada por el modelo filofascista de Pablo Iglesias. Del mismo modo, el poder ejecutivo de Maduro se transforma en un dilema «o comes de mi mano, o verás amenazada tu libertad». Y así ocurre en la «democracia» de Trump, no mejor defendida que aquella. El unico límite para este Jefe del Estado, contra su voluntad soberana es la alternancia política regida por las leyes, pero la resistencia social a sus imposiciones no es demasiado fuerte como para cerrar el paso a una forma de hitlerismo. Y como con aquel con la misma vana esperanza de que su poder caduque. La alternancia y el contrapoder que puede oponerse a su caudillismo son las instituciones públicas defendidas por la resistencia civil. ¿Que instituciones en cambio frenan el caudillismo al interior de los partidos?. El drama consiste precisamente en que ninguna forma de caudillismo desaparece sin derramamiento de sangre. La consigna en nuestra patria podría ser precisamente ésta: parad al caudillo con instituciones democráticas internas al partido.

Si ignoramos al pelele analfabeto designado por Mas como Presidente de la Generalidad, lo que Mas y Junqueras tratan de crear, aparentemente sin más armas que la capacidad administrativa del poder ejecutivo para repartir beneficios, concesiones y prebendas, es la base social que subvierta el Estado para constituirse en caudillos de una patria diseñada a su medida. De momento son actores emocionales con poderosas armas administrativas por concesión y dejación del propio Estado, pero en esencia son formas de caudillismo con pretensiones universales para un pueblo predesignado, y tendrán éxito en ausencia de una resistencia social activa. Y es que el poder no se constituye por representación del ciudadano sino porque el ciudadano consiente con un poder ya constituido con carácter previo, cuyo control se le escapa. En su actual configuración, la democracia representativa es la farsa por la que un pueblo habitualmente inmaduro o ignorante de la gestión de la cosa pública consiente en el ejercicio del poder de alguien que va a aspirar siempre a un poder absoluto, el poder que ha venido a ocupar como Mas, en fraude de ley. La única forma de escapar de este círculo vicioso es la transacción política para que el conflicto no derive entre el puro ejercicio del poder coercitivo del Estado y la resistencia civil desorganizada, como con aguda reflexión ha sugerido, en relación con Venezuela, el profesor mexicano de origen alemán e ideología marxista Heinz Dieterich, asesor de Hugo Chávez hasta 2007.

En este contexto, no es un asunto menor el caso de EEUU. Las instituciones públicas y privadas orientadas por la rentabilidad de sus negocios internacionales saben que el conocimiento técnico y científico protege sus intereses, porque es la base de su riqueza, y se levantan contra las medidas trumpianas en cuanto amenazan su núcleo inteligente ocupado por otrora inmigrantes, hoy americanos naturalizados, de alta cualificación. La distribución de científicos y técnicos de alto nivel en EEUU es tal que la participación de los ciudadanos de origen apenas existe y cuando existe compite con quienes han labrado su porvenir a pesar de haber nacido en otras naciones remotas. Los seis premios nobeles de este año han sido ganados por inmigrantes que no habrían pasado el filtro de Trump. La profunda ignorancia del pueblo americano, la rendición de enormes masas de ciudadanos a religiones y creencias milenaristas, la uniformidad mormona de su comportamiento, la facilidad con la que caen en el patriotismo de salón de los dirigentes y patriarcas que bendicen su pan, revela cuan distante está la conciencia de la sociedad civil americana de la conciencia que se requiere para parar el caudillismo de Trump. A la democracia americana la sostienen las instituciones públicas y privadas que han creado redes de intereses, un tipo de poder distribuido que se enfrenta al poder centralizado y ejecutivo del Jefe del Estado. Los Jefes de Estado como los viejos monarcas constitucionales sólo debieran tener un papel decorativo. Tan necesario y tan prescindible como nuestro Felipe VI en una sociedad civil inmadura.

Este drama de la historia humana se ha trasladado al interior de los partidos, verdaderas sociedades a menudo mafiosas que vertebran la respuesta social. Si la Constitución Española obliga a que los partidos tengan una estructura democrática, ahí están sus dirigentes para subvertir el principio y hacer reos a los ciudadanos incautos que confían en los designios del caudillo. El caudillo expulsa la inteligencia y se arroga todo el poder porque su músculo, la condición de que se cumplan sus designios, depende del control absoluto de la organización, como si no fuera posible la acción colectiva, el pensamiento de intelectuales orgánicos institucionalmente organizado. Para una aventura como la que representan Pablo Iglesias, o Albert Rivera la concesión del poder al jefe no le protege al ciudadano de las aventuras caudillistas. Hoy su poder administrativo se derrama sobre los paniaguados que dependen de su éxito, mañana pudiera derramarse en forma de sangre sobre la sociedad humana que controlen. Frente a quien cree que la historia humana es la historia de las voluntades, la única razón para creer en un mejor destino humano son las instituciones. Los caudillismos de turno reniegan de las instituciones y anulan la posibilidad de que surjan. Parad al caudillo antes de que no sea posible.

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