Antonio Casado

El fango bajo sus pies

El fango bajo sus pies
Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, 'trabajando' en el Congreso de los Diputados. EP

Puertas adentro de Podemos se habla del poder «monárquico» de Pablo Manuel Iglesias. Sobre todo en organizaciones territoriales, donde se lleva muy cuesta arriba que el gran líder se reserve la facultad de disolver esas organizaciones o bien cambiar el sentido de las medidas tomadas en las mismas.

Se rompió el amor entre los cinco del clan fundacional (Iglesias, Monedero, Errejon, Bescansa y Alegre). Y ya se habla sin tapujos del hiperliderazgo como uno de los factores que están frenando el avance de la izquierda mochilera.

No solo porque un partido tenga tan alto nivel de dependencia del número uno, sino también por las características personales de Iglesias, un ejemplo bien acabado de todos los sinónimos cosidos al pecado de soberbia (arrogancia, altanería, altivez, petulancia, engreimiento).

Uno de los padres fundadores, Juan Carlos Monedero, que dimitió de la cúpula dirigente en 2015, pero no para de enredar, siempre en clave pablista, ha llegado a declarar públicamente que «si cae Pablo».

Más claro, agua. Se llama bonapartismo. O caudillismo. Como ustedes quieran llamar lo que supone admitir que Podemos es un partido con pies de barro, pues asume la inseguridad que le crea un escrutinio democrático donde, como es lógico, las bases tienen el poder de revocar al secretario general.

Una forma de condicionar ese poder asambleario es anunciar los siete males si se ejerce para cambiar de líder. Por supuesto, Iglesias comulga con esa doctrina de Monedero, como demuestra al chantajear a los simpatizantes con la eventual renuncia a seguir dirigiendo el partido, aunque nadie lo haya puesto formalmente en cuestión, si las bases se pronuncian mayoritariamente a favor del proyecto defendido por el errejonismo.

Todo eso está impregnando el debate de este segundo congreso nacional, más conocido como «Vistalegre II», que llega marcado por el enfrentamiento entre las dos formas de ver el futuro de la organización. La de Iglesias, más radical. Y la de Errejón, más moderada. Al que pierda le va a caer una «autocrítica» (perdón por el viejo chiste comunista) de no olvidar.

Puede devenir en «tomatina» (Carlos Alsina dixit), en caza de brujas, en purgas internas. O en ruptura del partido, a la vista de unos precedentes inmediatos que han venido a demostrar una cosa: el fango estaba bajo sus pies y no la malicia de quienes, según Iglesias, «envidian la belleza de nuestro proyecto».

Entre los propios fundadores han volado los puñales. Y el caso es que todos tienen razón. Cortesanos, conspiradores, frustrados, traidores, por sillones y no por ideas, te equivocas compañero, así no, los que no van de frente, los que están sedientos de poder…

A nadie sorprendería que en este Vistalegre II errejonistas y pablistas llevasen camuflado en la mochila un piolet para ajusticiar verbal y políticamente a los del bando que resulte perdedor.

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