Ignacio Camacho

Sálvame financiero español

La comisión sobre el rescate bancario debería celebrar sus sesiones en el plató de la Academia de la Televisión

Sálvame financiero español
Ignacio Camacho. PD

ESA comisión parlamentaria de investigación sobre el rescate bancario y la crisis de las cajas debería celebrar sus sesiones en la Academia de la Televisión. En el plató donde se transmiten los debates electorales.

Porque para lo único que va a servir es para proporcionar a las cadenas horas de programación gratuita y en directo, como un perpetuo «Sálvame» político-financiero en el que se formularán, mientras la justicia hace su trabajo, toda clase de juicios paralelos.

Las comisiones de investigación no investigan. Se limitan a citar comparecientes para interrogarlos con el único propósito de abrasarlos en la parrilla mediática.

A diferencia de las norteamericanas, que tienen carácter de tribunales, las nuestras carecen de otro poder que el de enviar eventualmente a la Fiscalía unas conclusiones por lo general menos informadas que las pesquisas de los propios fiscales. Se trata, pues, de hacer ruido. Política-espectáculo para la máquina de picar carne.

A falta de depurar responsabilidades penales, la crisis bancaria está relativamente encauzada. Costó a los españoles alrededor de 60.000 millones, pero más habría costado dejarlas caer y arrastrar al sistema a una crisis de pánico y desconfianza.

Los jueces están trabajando sobre la atribución de culpas y ya han enviado a prisión a unos cuantos directivos por su gestión desenfadada. Les seguirán otros porque ésta va a ser una catarsis tan imprescindible como antipática.

Mientras llegan las sentencias, ningún imputado con su suerte en juego relatará en el Congreso nada que pueda perjudicar su propia causa.

Regresar a la discusión política de aquel monumental fracaso sólo puede conducir, en cambio, a regurgitar la irritación retrospectiva ante el aquelarre bancario.

El hundimiento de las cajas en plena recesión, en medio de un desaprensivo manoseo político, provocó un terremoto de desapego ciudadano y un desgaste institucional que poco a poco, con bastante dificultad, estaba siendo reparado.

Un rebrote de ese estado de ánimo nihilista favorece sin duda a las nuevas formaciones que emergieron de la frustración y el desencanto, pero constituye una catástrofe para los partidos dinásticos.

Al error estratégico que supone para el PP y el PSOE enzarzarse en la dinámica de reproches mutuos se suma el de la ampliación del período a revisar -hasta el 2000, para autolesionarse más a fondo-, que convertirá el debate en una apoteosis del «y tú más», una carnicería estéril en un terreno embarrado. Todo ello sobre la frágil reconstrucción del tejido financiero, que a duras penas se recompone del descalabro.

Si el bipartidismo ha aceptado este suicida juego populista es, además de por una suerte de complejo remordido, porque acaso confíe en pactos de conveniencia para no hacerse daño. Pero eso no conduciría más que a una turbia sospecha de enjuague que sume al malestar una sensación de asco.

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