Esther Esteban

Efecto y gestos ejemplarizantes

Efecto y gestos ejemplarizantes
Esther Esteban. PD

La palabra ejemplarizante no está de moda, ni su significado tampoco. Con solo pronunciarla tiene el efecto inmediato de la controversia y eso que, tanto les molesta a algunos, a mí me parece un sano ejercicio de reflexión.

Hace unas horas en una tertulia en televisión dije que la decisión de la Audiencia de Palma que deja en libertad provisional y sin fianza a Iñaki Urdangarin -al que condenó a seis años y tres meses de cárcel- no sé si es jurídicamente acertada, pero desde luego no tenía nada de ejemplarizante.

Por no hablar de que socialmente produce una desconfianza evidente de los ciudadanos en el poder judicial al detectar una oscura sombra de sospecha y privilegios en todo lo que afecta a este tema.

He leído detenidamente la argumentación por la cual el marido de la infanta Cristina podrá esperar tranquilamente en Ginebra a la espera de lo que dictamine el Tribunal Supremo, y aún no habiendo riesgo de fuga ¡y eso es evidente! sigo sin entenderla.

En el auto de medidas cautelares, las magistradas consideran que tanto él como su socio «disponen de arraigo suficiente» en España por su situación familiar, social y laboral y hacen especial mención a la situación de Urdangarin, «cuyas particulares circunstancias, sobradamente conocidas, nos eximen de un pormenorizado análisis».

Las juezas señalan que, hasta el momento, la conducta de los acusados permite la adopción de medidas cautelares «menos gravosas» que las solicitadas por la fiscalía, que en la vista celebrada el pasado jueves había pedido prisión bajo fianza de 200.000 euros para Urdangarin y de 100.000 para Torres.

En resumen que por ser quien es o quienes son tienen un trato generoso hasta con las medidas cautelares y de hecho se desestimaron todas las más llamativas especialmente la petición del fiscal, respaldada por el Govern balear, de enviarle a prisión si no pagaba una fianza de 200.000 euros que evidentemente habría pagado en un suspiro.

He leído estos días unas declaraciones Baltasar Garzón reclamando «pedagogía» sobre esta sentencia y advirtiendo de que en este caso hay «un elemento distorsionante» porque «uno de los condenados es el cuñado del rey y por eso se disparan los supuestos favoritismos».

Tiene razón el juez y ser yerno y cuñado de Reyes puede ser un arma de doble que al final perjudique más que beneficie, pero precisamente por eso no se debía dar la amarga sensación de que la vara de medir ha sido muy distinta con el marido de la infanta. De hecho, cualquier otro condenado a más de cinco años de prisión, seguramente ya estaría en la cárcel.

Por otra parte en el terreno judicial las cosas no estarán tan claras cuando el fiscal Horrach va a solicitar al Supremo más penas para los dos socios por malversación de caudales públicos y fraude documental.

Sea como fuere y más allá de la poca ejemplaridad y el inexistente efecto ejemplarizante que hemos visto en todo el caso Noos, sigo manteniendo que la infanta Cristina -que ha dado una imagen penosa presentándose como una mujer florero impropia de alguien de su estatus y por su puesto de su formación académica y profesional- no ha debido mantenerse aferrada a su eslabón en el orden a la sucesión al trono.

Su falta de generosidad para la institución que representa obligó a su hermano a despojarla del título de Duquesa de Palma y a imponer una reorganización de la Familia Real para excluirla, en la que su hermana Elena resultó injustamente damnificada. A ella le ha faltado un gesto de grandeza que la Corona hubiera necesitado tras estos «annus horibilis» -que diría la reina Isabel II de Inglaterra- y esa no es una buena herencia para sus hijos .

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