La Marea de Pérez Henares

Las traiciones de Sánchez

Sánchez ganó las primarias, apoyado decisivamente por Susana Díaz, que lo ungieron como líder socialista con una imagen moderada y unas propuestas radicalmente contrarias a las que ahora ofrece para reconquistar el cargo. Aunque la memoria sea flaca basta recordar su posado ante una gran bandera de España y su mensaje de firmeza en cuanto a la unidad de la Nación y la soberanía del conjunto y la totalidad de sus ciudadanos y aquella reiterada promesa de que “ni antes, ni durante, ni después” pactaría con Podemos ni se dejaría arrastrar por sus doctrinas populistas y radicales. Hoy se ofrece como compañero de viaje de Iglesias y pretende desguazar España alumbrando un revoltijo de naciones primero desgajadas y luego, tal vez, recosidas de nuevo. El desparrame resentido ante Evole lo ha transformado en cuerpo de doctrina. Porque eso fue lo que leyó en Madrid como hoja de ruta de su reconquista y pilares de su nueva armazón ideológica.

Pedro Sánchez, aunque se hagan esfuerzos ímprobos por ocultarlo, perdió dos elecciones, cada vez por más escaños y por cada vez más millones de votos, dejando a su partido en las cifras y situación más desastrosa de toda su historia democrática. Su pretensión última, con tan solo 85 diputados, de gobernar el país aunque fuera entregándose a Podemos y en manos de los separatistas forzó la rebelión de los dirigentes territoriales y de un Comité Federal que no tuvo otra opción, incluso abortando un pucherazo de su entonces condotiero Luena, que descabalgarlo del poder tras las elecciones gallegas y vascas cuando intentó una definitiva huida hacia el disparate. Debía haber dimitido ya el 20-D y aún más el 26-J pero lejos de ello se fue escorando hacia las posiciones más extremas, arrastrando con el a buena parte de la cada vez más sectorizada militancia. No les quedó otro remedio que el echarlo si querían seguir vivos.
El único alivio del último fiasco electoral fue el que no se consumara el temido “sorpasso” podemita. Algo en absoluto achacable a él sino al peso electoral que todavía mantienen ciertos territorios, precisamente los que se han negado a seguir sus pasos, como Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha o Asturias. Ello es lo que todavía mantiene al PSOE, a la socialdemocracia que fue gobernante durante más de cuatro lustros y que en estos momentos también corre el riesgo de hacer añicos.
Porque Sánchez puede ganar las primarias y esa victoria sería la definitiva puntilla al centenario partido. Simple y llanamente dejaría de ser el PSOE tal y como se ha entendido en España desde que se recuperaron las libertades y se alumbró, entre todos, la Constitución democrática. Un triunfo sanchista supondría la definitiva fractura de la organización y no es descartable sino hasta previsible su desmembración traumática. Hasta él mismo lo sabe, pero ello ya parece no importarle. Se percibe en toda su apuesta, y ya de manera irremediable, un creciente caudillismo que lo hermana a las posiciones que el mismo definía como populistas y bolivarianas de Iglesias y sus “morados”. Es de suponer que el presupone que lideraría esa amalgama pero la razón indica que en vez de ser así sucedería exactamente lo contrario, que él y el socialismo español, se convertirían en apéndices de Podemos, como le ha sucedido en Madrid, donde su candidatura, la suya propia, fue barrida por lo que pretende superar a base de imitarlo y hacer fotocopia de sus postulados. Un camino suicida, de derrumbe y sumisión del PSOE y de sí mismo, aunque de inicio el suponga que se salvaría y hasta conseguiría su ansiada meta monclovita, le da igual que como prisionero, si es como presunto presidente.
He escrito varias veces que España, por los oficios de los dirigentes socialistas, se libro de aquel Gobierno Frankestein, pero esta por ver si el propio PSOE es capaz de librarse de Sánchez y de sobrevivirle. En esas están y van a seguir estando hasta dentro de unos meses. Lo que pueda pasar es algo que infunde un indudable temor ante todo a muchos de los propios socialistas, que sienten como su partido, el de “toda la vida” se les puede escapar hacia precipicios de donde ya salir sería poco menos que un imposible. Podemos, el populismo y la extrema izquierda de varias marcas e intenciones, se convertiría en la fuerza hegemónica de la izquierda. Sánchez concluiría su carrera como definitivo autor “histórico” como acostumbraba a calificar a sus derrotas, del “sorpasso”.
Pero todavía hay más, un “algo” que es preciso no perder de vista. Un triunfo del sanchismo, su NO es NO redivivo, la imposibilidad de cualquier posibilidad de acuerdo y gobierno, obligaría, porque sería obligado, al presidente Rajoy al no tener otro remedio que llamar a los españoles a las urnas. No tendría otra salida pues se trataría de una vuelta a la situación sufrida durante todo el año 2016 y sería, por su parte, suicida. Si algo ha demostrado don Mariano es carecer por completo de tan peligrosos impulsos y pretender seguir en Moncloa sometido a un boicot total y absoluto lo sería. Porque lo iban a socarrar vivo y ni siquiera fuego lento. Algo a lo que desde luego no iba a prestarse máxime cuando a partir de mayo ya tendrá capacidad ejecutiva de disolver las cortes y convocar nuevas elecciones. En ellas, además, muy bien podría encontrarse, y eso no hace falta que lo pronostiquen las encuestas, sino el sentido común y el interés de las gentes en no tirarse al barranco de cabeza, con unos mejores números parlamentarios parlamentarios.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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