Esther Esteban

El arma atómica de Trump

El arma atómica de Trump
Esther Esteban. PD

«Soy el primero al que le gustaría ver que nadie tiene armas nucleares, pero nunca nos vamos a quedar retrasados respecto a ningún país», manifestó Donald Trump a la agencia Reuters en el despacho Oval el pasado jueves. Horas después el histrionico presidente americano dejaba claro de que vienen tiempos marciales y anunciaba que está dispuesto a poner en marcha el mayor rearme en una década y ha ordenado elaborar un presupuesto con un incremento de 54.000 millones de dólares (9,3%) en los gastos de defensa. «Tenemos que empezar a ganar guerras otra vez», clamó.

Todos los medios de comunicación mundiales se han hecho eco de la noticia que, de llevarse a cabo, sería una de las mayores militarizaciones de la historia y con el anuncio se constata lo ya sabido que Trump es un halcón, que quiere fortalecer la primacía militar y que no piensa frenar, salvo que el Congreso americano consiga pararle los pies.

Si algunos ingenuos pensaron que el nuevo presidente americano bajaría el nivel de sus promesas ultranacionalistas cuando llegara a La Casa Blanca se equivocaron de parte a parte. «Antes decíamos que Estados Unidos jamás perdía una guerra, ahora no ganamos ninguna. Es inaceptable», dijo . Y lo peor no es que lo diga, sino que lo haga y puede hacerlo aunque para que su país tenga el predominio mundial en el arsenal nuclear y se rearme tenga que hacer recortes en servicios básicos como la Educación, la Sanidad o lo que haga falta.

Su mantra de que es imprescindible recuperar la iniciativa para fortalecer la *seguridad nacional* puede taparlo todo ante la mirada estupefacta del resto del mundo que a estas alturas todavía se pregunta porque un personaje de tal calaña ha llegado tan alto y pude llegar tan lejos para dar satisfacción al sector más radical de un país tan grande y plagado contradicciones.

He viajado recientemente a EEUU y aunque ya ha pasado más de un mes desde su llegada a la Casa Blanca todavía muchos de los colegas con los que tuve ocasión de hablar no se explican lo que ha ocurrido, pero ahí está la realidad, obras son amores, no buenas razones y en estos treinta días ha puesto patas arriba casi todo mientras todo ese país aparenta estar paralizado. «Ha destituido a una fiscal general, fulminado a su consejero de seguridad nacional, humillado sus servicios de inteligencia, ordenardo construir un muro con México, abandonando el acuerdo transpacífico, colisionando con Google, Apple y Facebook, encrespado a la Unión Europea, defendido al presidente ruso Vladimir Putin, ofendido a los líderes de China, México y Australia, prohibida la entrada a miles de musulmanes, chocando con los tribunales, satanizado los medios de comunicación y convertido a la Casa Blanca en un caos».

Este es el resumen que publicaban los periódicos de su mandato y ahora vuelven a encenderse todas las alarmas de la comunidad internacional con un discurso militarista extremo que recuerda a la etapa de la guerra fría, de bloques que surgió tras la Segunda Guerra Mundial.

Algunos creen que su ambición desmedida y subida de tono, su posición desafiante hablando de confrontaciones bélicas y su manera de desprestigiar a la instituciones, al final puede llevar a que en Estados Unidos finalmente el sistema del bipartidismo termine por protegerse y eso, unido al poder de los periódicos a quienes no para de insultar y menospreciar, termine por conseguir separar a Trump de la presidencia y considerarlo como un virus puntual que ha podido infiltrarse en sistema pero no puede avanzar hasta cargárselo. El futuro desde luego no esta escrito pero el panorama no puede ser peor y si esto es lo que vamos a tener en los próximos años podemos echarnos a temblar: Trump es en sí mismo la bomba atómica y sus efectos pueden ser devastadores.

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