Francisco Muro

Los políticos que no aman la política

Los políticos que no aman la política
Francisco Muro de Iscar. PD

Una de las cosas que mejor hacen los políticos que no aman la política sino el poder es no decir nada aunque estén hablando mucho tiempo, no tomar compromisos para evitar tener que cumplirlos y echar la culpa a otros en lugar de asumir sus responsabilidades. No es de ahora ni de España. Sucedía hace décadas cuando aquel alcalde dijo que las promesas electorales no hay que cumplirlas y se quedó tan ancho y, encima, tenía una excelente reputación. Y sucede en casi todos los países, aunque en algunos mentir es lo peor que puede hacer un político. Pero casi nunca se refieren a las promesas sino a la vida personal.

La palabra de un político viene sufriendo una depreciación permanente. Los ciudadanos no se fían de ellos ni de sus palabras porque creen que les mienten. Y ese es un mal de nuestras democracias y de nuestra sociedad. Yo tuve un socio que mentía con tanta seguridad a los clientes que me hacía dudar de lo que yo mismo sabía. Los políticos sólo dicen la verdad cuando se retiran. Y no siempre, porque algunos hasta en sus memorias disfrazan la realidad para quedar mejor de lo que son. Los que se atreven a decir la verdad son un peligro público para los que les han sucedido. Por eso son incómodos González o Aznar para sus sucesores. Por eso ningún gobernante pregunta casi nunca a su antecesor, tal vez por si tiene mejores ideas que las suyas. Y casi todos los que han disfrutado del poder desprecian a quienes les han sucedido, incluso si son del mismo partido, porque piensan que han estropeado su obra o que son incapaces de hacer nada bien. Algunos confunden la verdad con el desencanto, como escribió Sartre.

Esta teoría de no decir la verdad en las campañas la ha roto el presidente Trump que está cumpliendo todas sus promesas electorales una por una -¡mira que tener que lamentar eso!- y que, además, ha elegido a la prensa como una de sus principales víctimas. Un modelo que se extiende, por ejemplo, con Marine Le Pen, cuya posible llegada al Elíseo sería la peor noticia para Europa en los últimos años. La candidata francesa no sólo amenaza a los periodistas sino también a los jueces «que se oponen a la voluntad del pueblo» y a los funcionarios que hacen «maniobras ilegales» y que ponen en riesgo «el estado patriota» que el Frente Nacional representa. Uno no puede menos que pensar en Cataluña o en Podemos cuando escucha cosas como ésta y se imagina lo que pueden hacer, lo que hacen, estos líderes cuando detentan el poder, aunque sea por vía democrática. Y lo peor de todo es que en España, en Estados Unidos o en Francia, muchos periodistas, muchos funcionarios y algunos jueces les han votado o les van a votar. Aunque sepan que si ganan lo que está en peligro es la libertad, la democracia -vean lo que está pasando en el ayuntamiento de Madrid o en el de Barcelona- y las reglas del juego. Hay que estar siempre en contra de quienes ejercen el poder de forma absoluta, sin contrapesos suficientes y en nombre de intereses difíciles de explicar. A veces, como dijo Antonio Gala, «al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra».

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