Fernando Jauregui

La Europa de las diez mil tragedias

La Europa de las diez mil tragedias
Fernando Jáuregui. PD

¿Qué futuro tiene esta Europa que habitamos, gozamos y, un poco, también sufrimos? Si usted atiende a lo que dice el presidente de la Comisión de la UE, Juncker, no es muy brillante ese futuro, que digamos: el panorama está lleno de incertidumbres, de nubarrones; algunos de ellos, por cierto, los han generado la propia incompetencia y pereza de una eurocracia metida en su burbuja, esos llamados ‘cabezas de huevo’ atentos tan solo a sus privilegios y no al bienestar de los que habitamos el Viejo Continente, el viejo, y todavía afortunado, continente.

Por eso, no me ha producido sorpresa el hecho de que, en el Libro Blanco sobre la UE, presentado a bombo y platillo por un hay que conocer más autocrítico que de costumbre Juncker, se olvidara de la peor pesadilla; ese Mar Mediterráneo en el que disfrutan bañistas y navegantes, tiene ya un fondo compuesto por osamenta humana. ¿Cuántos seres desafortunados que huían de la miseria, del hambre, de la represión -de la muerte, en suma– , acabaron sus días, a veces días no muy numerosos, tragados por las olas, alimentando a los peces que luego se pescan desde los yates de recreo? No, por favor, no piense usted que estoy haciendo demagogia; he tenido la oportunidad de estudiar datos, de hablar con científicos, con gentes que se preocupan de garantizar la seguridad de las costas. El problema es mucho mayor de lo que recogen algunas de esas fotografías que a veces nos muestran a decenas de cadáveres apilados en las playas, ante la indiferente mirada de otros seres humanos, llamados turistas, que se cobijan del sol bajo una sombrilla y se tuestan sobre una toalla.

Me ha golpeado en las últimas horas el recordatorio de un dato que quizá había enterrado en el olvido: al menos diez mil niños, refugiados de la crueldad yihadista en su mayoría, han desaparecido de las cuentas oficiales en el continente democrático, rico y presuntamente amable llamado Europa. Son niños perdidos, que seguramente habrán caído en las garras de quienes fomentan la prostitución, la semiesclavitud de una sobreexplotación laboral o, peor aún, el tráfico de órganos. Dicen que algunos sobreviven un tiempo -breve- mendigando por las calles. Luego…

No, eso no pesa sobre el informe Juncker, que ya le digo que está bastante bien por otro lado. Muy por otro lado. Lo peor es que tampoco pesa sobre nuestras conciencias, cada vez más volcadas en lo banal, en lo anecdótico, en que si tal entrenador abandona tal club. Y así, con el pan y circo, sin prestar atención a quienes, angustiados, golpeaban las puertas, se acabó derrumbando el imperio romano. Para dar paso a una Edad Media en la que regresaron la barbarie, los instintos primitivos, la violencia y todo eso que algunos políticos ahora en el candelero a veces me parece que representan. Ellos quieren la Europa de los diez mil, que son ellos. Una Europa que olvida a esos otros diez mil, los niños refugiados que a saber qué fue de ellos. No me diga que esto es demagogia, por favor; no empeoremos las cosas. Y no votemos a esos desalmados, aunque a alguno, y claro está que no hablo solamente de Europa, ya le hayan votado.

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