Esther Esteban

Niños en su semana negra

Niños en su semana negra
La tragedia de los niños soldado Agencias

Los niños, siempre los niños, el eslabon más débil, el bien proteger, el mejor de los tesoros, los más vulnerables. Hay muchas formas de dañar a los niños: una brutales sin paliativos y otras que se trasmutan como medidas protectoras, pero se vuelven terribles.

Esta semana ha sido especialmente dura para la infancia en nuestro país. Hemos visto un autobús de la vergüenza intentando estigmatizar a los diferentes; hemos visto horrorizados una pequeña encaramada a un balcón, a punto de caer desde el septimo piso de su casa porque su madre la había dejado sola para ir a un gimnasio y hemos asistido, como espectáculo televisivo, a la imagen de una madre de rodillas ante un tribunal pidiendo perdón por haber tirado a su bebé a la basura.

Una sociedad que no sabe cuidar y proteger a sus niños y sus mayores, camina hacia el abismo y países teóricamente civilizados asisten silentes, callan o miran a otro lado ante vulneraciones flagrantes de los derechos humanos de los más pequeños.

También en esta semana negra para la infancia se ha hablado de los niños prostitutos. El periodista Amador Guallar contaba desde Kabul que «la tradición ancestral afgana de los «bacha bazi», o niños bailarines, en la que menores son maquillados y vestidos con ropas femeninas y bailan para el placer de apoderados para luego ser prostituidos al mejor postor, tiene los días contados. O, al menos, eso es lo que el Gobierno afgano espera tras aprobar una Ley que prohíbe y criminaliza esa práctica».

El colega relataba que esa tradición de los también conocidos como bacha bereesh (niños sin barba) se remonta a los tiempos en los que Alejandro Magno cabalgaba por Afganistán y que su prohibición supone un paso de gigante para los que luchan por los derechos de los niños en el país y para acabar con la lacra de la explotación sexual infantil.

Sin embargo, «el Gobierno afgano podría haber llevado a cabo esta medida hace años, pero solo ha decidido tomar cartas en el asunto a partir de las informaciones reveladas por la agencia AFP en junio de 2016 en las que probaban como los talibán están utilizado a los «bacha bazi» para infiltrarse», señalaba.

La utilización de los menores para todo tipo de fines malvados no es nueva, pero que todavía se toleren prácticas repugnantes propias del medievo sin que la comunidad internacional mueva un dedo para proteger a la infancia por simples intereses politicos, económicos o estratégicos, resulta sangrante y vergonzoso.

No hace ni un año todos nos estremecimos con la noticia de que el autodenominado Estado Islámico había matado al menos doce niños, cuando trataban de huir de un campo de entrenamiento militar en los alrededores de Mosul. Los pequeños tenían edades comprendidas entre los 12 y los 16 años y habían sido reclutados, como otros tantos, para ser entrenados en el uso de armamento y la participación en operaciones suicidas.

Sabemos que en las calles de su bastión iraquí, los barbudos tienen instaladas gigantescas pantallas que difunden sin descanso los vídeos propagandísticos en los que la organización presume de ejecuciones sumarias, amputaciones, lapidaciones o crucifixiones.

Además los pequeños no son solo espectadores sino víctimas a quienes se les ha arrebatado la infancia de cuajo. Para hacernos una idea de la barbarie en la provincia siria de Deir al Zur, los menores son crucificados por infringir el ayuno del Ramadán y sus cuerpos colgados de la verja de un cuartel de la «hisba», la policía religiosa del IS para dar ejemplo.

Es cierto que niños y niñas convertidos en soldados, vendidos por las mafias de trata de seres humanos, prostituidos, abusados, maltratados, mancillados con la infancia perdida y robada hay en todo el mundo y todas las culturas.

Si de muestra vale un botón, la actriz Jane Fonda ha revelado también esta semana que fue violada cuando tenía 12 años. «He sido violada, he sido abusada sexualmente cuando era una niña y me despidieron porque no quería acostarme con mi jefe y siempre pensé que fue mi culpa», explica en una entrevista publicada por la revista The Edit donde cuenta como su madre fue igualmente violada con tan solo ocho años.

Sin duda esta ha sido una semana negra para la infancia, en la se han multiplicado también las agresiones por bulling, pero la desgracia es que cuando se pasa el primer impacto de estas noticias y las comentamos un par de veces en las tertulias de café todo se va donde habita el olvido y sigue igual. Nadie mueve un dedo. ¡Qué vergüenza!

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