Hace unos años un amigo «paparazzi» me contó que dos «famosos» le contactaron para que les fotografiara dándose un beso a la salida de un restaurante en Madrid (supuestamente esta pareja había roto semanas antes). La idea de la propuesta era hacer esas fotografías pactadas en una hora y un lugar específico como si hubiese sido un «robado» (pillados sin que se dieran cuenta) para luego cobrar en las posteriores apariciones en los programas de TV por debatir/comentar/desmentir/gritar/llorar sobre el tema de la supuesta reconciliación, etc., obteniendo un buen dinerito para ambos, manteniéndose visibles dentro de la «palestra mediática» y logrando un aumento significativo de sus respectivos cachés.
Realmente no sé si lo hizo o incluso si era cierto o no lo que me contaba el fotógrafo, a saber, pero es una situación que probablemente ocurra no solo en la prensa rosa sino en otros ámbitos y que me sirve de marco referencial para entrar en el tema de la posverdad y de lo que puede significar en la percepción de la realidad objetiva como un riesgo real para nuestras democracias y nuestras sociedades.
En muchos de mis artículos, en las clases que doy a mis alumnos y en las consultorías que hago a mis clientes siempre afirmo que «la realidad no es lo que ocurre, sino la percepción que tenemos de ello».
Sabemos que la «posverdad» (postverdad o «post-truth«) es un neologismo que viene a significar que las noticias o hechos objetivos no influyen tanto en la opinión pública como sí lo hacen los estímulos emocionales o incluso las creencias personales sobre la misma noticia. Quiere decir que la «realidad real» va por un lado y la realidad que nos crean o nos creamos nosotros mismos de manera consciente o incluso inconsciente va por otro.
Primera pregunta que me viene a la cabeza, pero si es POSTverdad ¿Cuándo hemos tenido una «verdad verdadera»? ¡¡¡Esa época me la he perdido!!! Realmente no sé cuándo ha sido, pero ahora a ese fenómeno se le ha puesto un nombre que ha molado, incluso ha sido la palabra del año para el Diccionario Oxford.
Esto que me ha contado mi amigo paparazzi no tendrá consecuencias de relevancia en nuestra sociedad más que una pareja de famosos que incrementan el grosor de sus respectivas billeteras paseando por platós de TV rellenando los minutos de programas de la prensa rosa o en reportajes de revistas de la misma temática para el regocijo de mucho público que en España tiene a bien entretenerse de manera totalmente respetable con la vida privada de otras personas. EL PROBLEMA más complicado y serio lo veo cuando entramos de lleno en la información política, con lo que los políticos hacen, dicen, afirman y escriben. El problema está en la posibilidad cierta de que sus equipos de estrategas, sus campañas, sus medios, sus «trolls«, sus «bots«, etc., que inundan las redes sociales de opiniones y publicaciones modifiquen artificialmente la percepción de la realidad en el usuario y lector, o sea, en los ciudadanos.
Según George Lakoff, reputado y famoso profesor de ciencia cognitiva y lingüística, los humanos nos vemos influenciados por los marcos conceptuales que nos formamos de la realidad. Si nos dicen la palabra «río», un gallego de Tui posiblemente visualice al río Miño rodeado de verde, de aguas calmadas, etc. Un sevillano posiblemente visualice al Guadalquivir, ancho, con edificios en sus orillas y barcos de gran calado. Un asturiano posiblemente visualice cascadas en un río donde pasó su infancia o cuando visitaba la casa de los abuelos cerca de Taramundi. Un brasileño posiblemente visualice al Amazonas donde no se divisa la otra costa por su gran anchura. Cada palabra la enmarcamos en conceptos ya predefinidos en nuestro cerebro para facilitar su procesamiento.
En política por ejemplo en vez de decir la frase «Los políticos que se aprovechan de su posición, que han llegado a donde han llegado por sus amistades, que no permiten que los beneficios sociales lleguen a los ciudadanos, que disfrutan de coches oficiales, grandes comilonas y dietas equivalentes a sueldos de decenas de trabajadores, que se gastan todo el dinero público en ellos mismos, que son corruptos, etc.», la gente de Podemos en España nos ha creado un marco que se reduce y simboliza con la palabra «casta». No hace falta que cada vez que se quiera hacer referencia a esos políticos haya que decir la extensa frase «los políticos que se aprovechan de su posición, etc., etc., etc.». Basta con decir la palabra «casta» y los ciudadanos en España apelamos a lo que tenemos en nuestro disco duro conceptual y emocionalmente guardado, incluso le podemos poner mentalmente caras, nombres y apellidos si además de inculcarnos el concepto «casta» nos han grabado la sentencia definitiva de quiénes forman parte de ese grupo y quiénes no.
Al igual que con los ríos que hemos comentado anteriormente, para los miembros de un partido la «casta» serán unos y para los de otro partido la «casta» podrán ser otros, o los empresarios, o los jueces, etc. La realidad será diferente y particular para cada uno.
Nos hacemos una «realidad» particular con la información que recibimos y nuestros marcos conceptuales personales. El cerebro para ser más eficiente en la búsqueda y procesamiento de información y generar una reacción ante el estímulo apela a esos marcos «pregrabados» y además condiciona las emociones que hayamos sentido a la hora de incorporar esos conceptos a nuestros «discos duros» mentales. Por eso siempre digo que «la realidad no es lo que ocurre, sino la percepción que tenemos de ello». Nuestros marcos que son consecuencia de conocimientos adquiridos, experiencias previas, cultura, idiosincrasia, creencias, emociones, recuerdos, educación, etc., funcionan como «filtros» que utilizamos inconscientemente para procesar lo que recibimos del entorno y hacerlo encajar en nuestros marcos.
Ahora bien, si logramos manipular artificialmente esos filtros individuales de cada persona, si logramos encauzar y canalizar la realidad para que la gente perciba lo que queremos que perciba de un hecho objetivo, la cosa se puede complicar, y de hecho eso es lo que ocurre actualmente. El avance significativo de la neurociencia y el bigdata, y la influencia en nuestras vidas de las redes sociales, lo han puesto más fácil aún.
Por eso comenzamos a ver resultados electorales y movimientos sociales que nos parecen fuera de toda lógica y sentido común. Y ante ellos nos preguntamos «¿Cómo es posible que la gente vote esto? ¿Cómo es posible que estas personas piensen esto? ¿Cómo es posible que surja un movimiento como éste? Por eso vemos también el renacimiento de «neopopulismos» con una virulencia preocupante.
Nos crean unos marcos referenciales a su medida y luego lo que hacen es estimularlos utilizando palabras clave que incitan el miedo, el terror, la rabia, el desprecio, la indignación o incluso el deseo de venganza para lograr objetivos políticos. Todas suelen ser emociones negativas que sabemos los consultores que son más poderosas que las positivas por razones evolutivas de supervivencia de la especie.
Es un hecho conocido por todos que cada vez más los ciudadanos basamos nuestras opiniones y la percepción de lo que ocurre a diario, sobre todo en política, en lo que vemos y leemos en las redes sociales. Fenómeno por lo demás muy arriesgado siendo conscientes de que mucha de la información que circula por Internet es generada en base a medias verdades o directamente en falsedades, y ni nos preocupamos por la veracidad de la fuente ni profundizamos en las explicaciones, solemos quedarnos en los titulares, y si dicen lo que queremos oír para confirmar lo que ya pensamos o sentimos, mejor aún.
Adicionalmente y siguiendo algoritmos y modelos de las plataformas de las redes, solemos leer contenidos afines a nuestras preferencias, por lo que la tendencia es a profundizar solo en maneras segmentadas o limitadas de ver la realidad, siguiendo contenidos alineados con nuestras preferencias o lo que las personas que seguimos nos quieren decir o quieren que veamos, viviendo como encerrados dentro de nuestra propia realidad que es la que nos gusta o gustaría que fuese la verdadera…
En un mundo de redes sociales, donde los más influyentes son los amos y señores, las nuevas «castas», los que tienen el poder, las élites, etc., sus «tuits», vídeos y publicaciones son las más seguidas y compartidas, pasando a ser el «mainstream» (un anglicismo que significa corriente principal) y por consiguiente, como decía nuestro buen amigo Felipe González, pasan en poco tiempo a ser consideradas verdad o verdaderas. Según dicen, ya Joseph Goebbels (ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich) decía que «Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». Ahora con las redes sociales e Internet ese fenómeno se ha perfeccionado y masificado para hacerse efectivo de una manera casi instantánea y en cualquier ámbito a bajo coste relativo.
Un hecho real y objetivo puede ser distorsionado, desmentido, modificado y hasta reinventado en cuestión de segundos, donde dependiendo de la influencia del difusor o difusores en las redes sociales pueden llegar a tal punto que el desmentido o la versión real pasen a ser la mentira.
Un político puede levantarse de su cama un día y enterarse que él mismo ha dicho algo que no ha dicho, y que la noticia ya es «trending topic». Luego podrá desmentirlo, salir en los medios demostrando incluso que no ha dicho eso pero el impacto inicial de la noticia «fake» es lo que SE CONVERTIRÁ EN VERDAD. Podrá ir a juicio y el resultado del juicio varios años después le podrá dar la razón, pero las consecuencias ya las ha sufrido. Ha visto cómo en pocas horas han podido dar cuenta de su carrera política, su reputación y hasta su futuro y el de su familia. Lo mismo ya ha ocurrido repetidas veces incluso con empresas que se han visto afectadas de manera muy destructiva por vídeos falsos o informaciones de estudios ficticios donde supuestamente se demuestra que alguno de sus productos es dañino para la salud y realmente no lo es.
Lo peor es que ya se está viendo que si los jueces, fiscales, cuerpos de seguridad del estado, medios de comunicación, organismos internacionales, etc., contradicen esa «verdad» artificialmente creada, posiblemente la opinión pública en general piense que esos jueces, fiscales, medios u organismos se han equivocado, están comprados o tienen otros intereses ocultos, desprestigiándose y deslegitimándose cada vez más las columnas que soportan el sistema de convivencia que nos hemos dado.
Partamos de una situación ficticia pero que podría convertirse perfectamente en verdadera. Imaginemos a un candidato a la presidencia del país preparado para comenzar la campaña. Actualmente cualquiera de sus contrincantes podría sin ningún problema «quitarlo del medio» en pocas horas ¿Cómo? Pues muy fácil. Basta por ejemplo con conseguir a una persona (y/o pagarle para ello) que diga en un vídeo, emocionada, con lágrimas en los ojos y una música emotiva, que hace unos años ese candidato la acosó en un ascensor. Con una estrategia masiva preparada previamente en las redes sociales, trolls, bots, etc., etc., etc., que se ponga en marcha de inmediato se puede hacer que el tema se haga viral en cuestión de muy pocas horas y a partir de ese momento la situación comenzará a convertirse en verdad en la opinión pública. Posiblemente antes de que el candidato se entere de lo que ocurre ya ha sido juzgado y declarado culpable por una gran parte de la sociedad, más aún en un tema tan sensible socialmente como el acoso.
Luego de la campaña inicial habrá programas de televisión, periódicos y otros medios haciéndose eco de la situación (como es lógico y además cumpliendo con su deber de informar y analizar) multiplicando a la enésima potencia el alcance de la noticia.
A continuación, a los creadores de esta mega crisis de reputación del candidato solo les queda sentarse a disfrutar el espectáculo con una caña y unas aceitunas frente al televisor y al ordenador para ver cómo extiende como una plaga imparable su acción y cómo se desmorona su oponente. Con eso han deshecho además la estrategia de comunicación, marketing e imagen de su oponente, porque a partir de ese momento todos sus recursos estarán destinados a desmentir e intentar probar que no es cierto lo que ya la gente da por válido.
En caso de judicializar el asunto, posiblemente y con suerte, en unos dos o tres años saldrá algún veredicto sobre si era o no era falsa la denuncia, pero el mal ya está hecho. Por otro lado, siendo la denuncia de un caso en un ascensor, es casi imposible de demostrar cualquier versión porque no hay terceros testigos, ni cámaras ni nada, con lo cual, es la palabra de una persona que se ha victimizado artificialmente contra la del candidato. La estrategia ha «sacado del mercado» al candidato, posiblemente han acabado con su carrera política y lo peor, han manipulado la democracia torciendo de manera artificial un proceso electoral y sus resultados basándose en mentiras. En mi opinión es lo mismo que coger las papeletas y cambiarlas por otras luego de haber sido introducidas en las urnas.
¿Puede convertirse una situación similar en realidad? ¿Creéis capaces a algunos a llevarla a cabo? Lo dejo a vuestra opinión libre y soberana…
Luego de una estrategia destructiva similar a la situación ficticia descrita ¿Cómo se recoge el agua derramada? ¿Cómo se restituye lo perdido? ¡Será totalmente imposible! Sobre todo tomando en cuenta que las noticias negativas tienen un impacto muchísimo mayor que las positivas en la opinión pública.
Entonces queda la interrogante que trataré en mi próximo libro:
¿Es legítimo un resultado de unas elecciones con este panorama?
Es bueno recordar que el «mainstream» (y muchos hechos reales y muy decepcionantes de corrupción, abusos de poder, etc., etc., etc.) nos han creado en casi todos los ciudadanos marcos conceptuales individuales donde los políticos encajan perfectamente con el concepto o «molde» que tenemos para identificar a las personas corruptas, aprovechadoras, interesadas, mentirosas, egoístas y deshonestas, entre otras lindezas, como la pieza que coincide perfectamente con el sitio que nos falta para terminar un rompecabezas. Por lo que probablemente para muchos ciudadanos los políticos son culpables a menos que nos demuestren lo contrario.
Regresando al caso ficticio del candidato y el ascensor, aunque la reacción de su equipo de comunicación y estrategia sea la mejor, el golpe a su reputación, imagen, credibilidad y estrategia para llegar a la presidencia será seguramente demoledor.
Lo más peligroso es que, además de la reputación del candidato y sus posibilidades de llegar a ser presidente, lo que sufrirá será nuestra democracia que está ahora totalmente desprotegida ante este fenómeno.
Si la manipulación de nuestra opinión se quedara en el ámbito de la prensa rosa que comentaba al principio del artículo el problema no sería tan grave, pero lamentablemente puede ser enormemente perjudicial para la sociedad en su conjunto al aplicarlo en la política. La voluntad de los ciudadanos puede ser totalmente vulnerada ya que actuando de buena fe reaccionamos cambiando nuestra opinión ante la información que recibimos. Y repito la pregunta ¿Es legítimo un resultado de unas elecciones con este panorama?
Este caso del candidato y el acoso en el ascensor es ficticio (Por lo menos por el momento…) y podríamos pensar «eso no va a ocurrir… no llegarán a tanto…», pero os aseguro QUE ACTUALMENTE SOMOS VÍCTIMAS DE ESTRATEGIAS SIMILARES DE DISTRACCIÓN, de propagación artificial y masiva de medias verdades o noticias falsas o de creación de ruido comunicacional que nos manipula consciente y hasta inconscientemente para dirigir nuestra opinión, nuestras emociones y nuestros votos. Y esto no tiene vuelta atrás, no hay organismo, normativa o institución que pueda pararlo. Entonces me vuelvo a preguntar: ¿Es legítimo un resultado de unas elecciones con este panorama?
Pues sí, esto ocurre actualmente. Somos receptores afectados consciente o inconscientemente por campañas creadas y dirigidas artificialmente para destruir o intentar destruir a los adversarios con estrategias similares a la del ascensor, creando además marcos artificiales de realidades que no lo son, haciendo malos a inocentes y buenos a otros que posiblemente no lo son. Y no solo hablo de candidatos. Podemos cambiar perfectamente la palabra «candidato» por distintos colectivos sociales, por minorías, por ideologías, por razas, por credos o colores de piel y nos daremos cuenta que es una estrategia que se utiliza más de lo que creemos, sobre todo por los populismos en auge, independientemente de su ideología.
La única manera de ponerle límites será que nosotros mismos, los ciudadanos, tengamos el criterio y sentido común suficientes para no caer ante estas estrategias, para no creer en todo lo que leemos, para no dar por cierto lo que nos llega por las redes, aunque nos lo envíe el político que nos gusta, el que nos cae bien o el que dice lo que queremos escuchar y nos mola un montón.
No es una situación baladí. Nuestras democracias, instituciones y hasta el bienestar de nuestras sociedades pueden estar en juego si no tomamos cartas en el asunto de manera inmediata.