David Gistau

Las presiones de Podemos a los periodistas no son sino la adaptación del fenómeno del escrache

Las presiones de Podemos a los periodistas no son sino la adaptación del fenómeno del escrache
David Gistau. PD

LA palabra que el 15-M y Podemos incorporaron a nuestro lenguaje cotidiano fue «escrache». Antes de ellos, en España no se usaba.

Las presiones a los periodistas ahora denunciadas por la APM no son sino la adaptación al control e intimidación de la prensa de ese mismo fenómeno del escrache con el que antaño también se apropiaron de espacios como la universidad (Javier Negre: «En Podemos utilizan la intimidación, las amenazas, las miradas de odio y buscan ridiculizarte y poner a todos en tu contra»).

Que le pregunten a Rosa Díez por las intimidaciones de Podemos, que ha «escracheado» hasta al propio Parlamento en su totalidad, legitimando por añadidura la violencia en su acepción no verbal.

Aquellos a los que Podemos viene haciendo gracia desde su fundación, ya sea porque les purifica el alma o les suministra una credencial de Gente, pueden decidir si éste es o no el momento adecuado para caer del guindo e interrumpir el autoengaño.

Salvo que sean cómplices morales a sabiendas de esta degradada interpretación de lo que ha de ser una democracia europea del siglo XXI que matonea a la gente, entonces están donde les corresponde.

Pero, lo mismo cuando se disfrazaba de socialdemocracia escandinava que ahora que practica un extremismo más desinhibido, Podemos fue, es y será siempre un residuo totalitario cuya mala aceptación de la crítica y deshumanización del adversario tienen que ver con los repudios cubanos que violentan los hogares de los disidentes, con la consideración de golpista de Leopoldo López y con una concepción del periodismo alienado por el Estado: el ministerio de la Verdad.

Los escraches de todo tipo, los virtuales y los físicos, que hasta ellos mismos se infligen los unos a los otros en el contexto de sus purgas, esbozan la mentalidad resistente con la que deberíamos vivir si llegara a culminarse la fantasía distópica de Pablo Iglesias con la ayuda de necios «compañeros de viaje» como Schz.

Por una parte, ello nos daría a los periodistas una oportunidad de compromiso y coraje que rara vez concede una democracia europea posterior al 45: aquí la dio ETA en una dimensión infinitamente más dramática que la de sus aprendices podemitas porque detrás de la intimidación no había un escrache tuitero, sino un tiro.

Lo único que me molesta de que los rezagados autoengañados vayan por fin conociendo a Podemos es que la denuncia de la APM ha permitido erigirse en paladines de la libertad de expresión a los partidos tradicionales que siempre presionaron a los periodistas en ámbitos más oscuros y menos expuestos.

Bajo profundidad de periscopio. La presión al periodista, que por cierto es un gaje del oficio, como el arañazo para el domador, ha adquirido una expresión más grosera y violenta con Podemos, pero no la ha inventado Podemos.

A personas que tratan de dejar sin trabajo a los periodistas que no les gustan no les concedo el derecho a defenderme de Podemos ni a pretenderse por comparación respetuosos con la crítica.

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