Joaquim Vandellós Ripoll

El bus de la discordia

El bus de la discordia
Joaquim Vandellós Ripoll. PD

«No tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad». Con gracia y sutileza, esta es la máxima que nos quiso transmitir Hans Christian Andersen en su apólogo «El traje nuevo del emperador». Celebérrimo es la parte de la obra en que el Rey, creyéndose vestido en lujosas vestimentas, en realidad anda desnudo calle por calle. La muchedumbre duda en un principio de la versión oficial, pero termina servilmente acatándola hasta que un mocoso, ajeno a las convenciones sociales, osa desafiar dicha verdad oficial y desmonta el embrujo.

El batiburrillo sobre el bus de Hazte Oír se centra en la anécdota y obvia la esencia del asunto. Por muy presuntuoso que pueda parecer, la anécdota es el mensaje grabado en la carrocería del bus. Dicha discusión, que no profundizaré al haber muy doctos biólogos mejor capacitados que yo, no deja de ser al fin y al cabo una disertación de tipo científico; debate sereno y pautado totalmente ajeno a los furores y bajas pasiones de los que hemos sido testigos estos días. Es inverosímil vislumbrar como cualquier charlatán con un micro en la mano se erige en erudito en dichos asuntos sin ser menester la más mínima formación básica.

¿Cuál es entonces, la esencia, lo que nos tendría que constreñir de dicho asunto? El asesinato de la libertad en nombre de la libertad. Cómo los propios individuos alegremente cedemos nuestra autonomía personal y moral al Estado y aplaudimos con las orejas el uso de la censura por parte de éste. Cómo nuestros representantes públicos, entiendo el término público como de todos , en realidad son presos de determinados lobbies de presión qué más que sociedad civil son apparatich de las subvenciones y del buen vivir de las regalías del BOE.

Lejos del espíritu de la Ilustración, proclive al debate y a la contradicción, estamos aceptando la inculcación en nuestras aulas de los más variopintos dogmas pseudo progresistas. Aquel lejano relato orwelliano que nos repulsa desde lo más profundo de nuestro ser, lo estamos empezando a vivir en nuestras propias carnes. Como en 1984, donde el Hermano Mayor hacía uso de los resortes de poder del Estado para oprimir a cualquier sujeto que cuestionase la verdad oficial. O en Rebelión en la Granja, donde la historia era reescrita, como en el caso de Rita Maestre, de profesión asaltacapillas, erigiéndose hipócritamente hogaño en símbolo de la concordia y del respeto más escrupuloso a la libertad.

Libertad. Como una prenda de vestir, dicha palabra ha sido desgastada de tanto uso, o mejor dicho, de tanto «mal uso». Ha sido usada como comodín para justificar «arderéis como en el 36», para los que hacen humor del holocausto, para los que asaltan capillas en pelotas al grito de «menos crucifijos y más bolas chinas», para los que dicen a periodistas «la azotaría hasta que sangrase» o los que se ríen del atentado a Irene Villa. Y lo peor de todo es que en nuevalengua, dicha palabra significa todo lo contrario de lo que realmente es.

Y ha sido un pequeño ente, sin apoyos institucionales y con la mera ayuda de donaciones de particulares, que como el niño de Andersen ha cuestionado la dictadura de lo políticamente correcto. Ante las duras represalias adoptadas, no sólo tendrían que sentirse consternados los partidarios de Hazte Oír, sino también los que ahora con la mayor de las sonrisas aplauden dichas medidas y retwiitean alegremente tweets de mal gusto. Porque siendo hoy nosotros victimarios, mañana podemos ser víctimas. Porque más allá de un debate entre «trans-y-no-trans» nos encontramos con la subordinación de nuestra moral interior a la moral decretada por el BOE y el duopolio televisivo. Y termine como termine este bus de la discordia, ya era hora que el niño se levantara y dijera basta.

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