Fermín Bocos

La mujer de Lot

La mujer de Lot
Fermín Bocos. PD

En nuestros días el cambio de paradigmas culturales lleva camino de arrinconar a los clásicos. Entre otros, la Biblia, el más clásico de todos. Inopinadamente, unas declaraciones del presidente del Gobierno nos la ha devuelto abierta por uno de sus relatos más misteriosos: la historia de Lot y la destrucción de Sodoma y Gomorra.

El papel de Edith, la mujer de Lot, es conocido: vencida por su curiosidad incumplió el mandato divino de no volver la vista atrás y acabó convertida en estatua de sal. Todavía hoy los guías jordanos señalan a los turistas que recorren las orillas del Mar Muerto una excrecencia rocosa aislada cuya forma caprichosa recuerda una figura humana de la que dicen que es la mujer de Lot.

El gran parlamentarismo español de la segunda mitad del siglo XIX está empapado de citas bíblicas. Todavía resuenan en los artesonados del Congreso aquellas marmóreas palabras del joven diputado gaditano Emilio Castelar: «Grande es Dios en el Sinaí, el rayo le acompaña, el trueno le precede, la luz le envuelve», con las que defendió la libertad de cultos negada por el canónigo integrista vasco Vicente Manterola.

En aquellos tiempos, ocupar la tribuna o hablar desde el escaño eran promesas seguras de habla culta y memoria sin papeles. Ahora la costumbre oratoria es otra.

Al evocar a la mujer de Lot, Mariano Rajoy lo hizo en clave de advertencia. Una admonición a sus socios de Ciudadanos. Es sabido que la dirección del PP les ningunea en el cumplimiento de los pactos que en su día allanaron la investidura del Presidente. Uno de esos pactos, clave para Albert Rivera en el proceso de regeneración de los partidos, es la creación de una comisión que investigue la presunta financiación ilegal del Partido Popular.

Al mencionar a la mujer de Lot parece obvio que el presidente del Gobierno no reparó en que el episodio bíblico remite a la destrucción de Sodoma y Gomorra, ciudades castigadas por causa de la corrupción de sus habitantes.

Al querer pasar página sobre el pasado –en este caso, la presunta corrupción de su partido–, indirectamente el ciudadano Mariano Rajoy admitió esa realidad ominosa. Sigmund Freud tenía una etiqueta para este tipo de deslices verbales.

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