Ignacio Camacho

Huele que apesta a elecciones en España

La «pax mariana» esconde una presión como de olla tapada, un estrés político que necesitará escapar por alguna válvula

Huele que apesta a elecciones en España
Ignacio Camacho. PD

HUELE a elecciones. La pax mariana es engañosa: la estabilidad de la legislatura no se puede sostener con un Gobierno en minoría, cuatro partidos buscando su papel y una comunidad autónoma embarcada en un proceso de secesión.

Rajoy no es un gobernante aficionado a las piruetas; se siente incómodo sin anclajes y en este mandato no los tiene. Aunque su innata tendencia conservadora le empuja a aguantar, el panorama se le está complicando.

No va a disolver las cámaras porque tenga escaramuzas con Ciudadanos pero a partir del verano contará con una coartada clara, casi obligatoria, si no alcanza un acuerdo presupuestario.

La tensión con Cs agrieta la confianza del Gobierno. La ha provocado el propio PP al negarse a cumplir las cláusulas regeneracionistas del pacto de investidura, y Rivera ha visto la oportunidad de marcar perfil y abrirse hueco en la pinza del bipartidismo imperfecto.

No obstante, se trata de simples contratiempos, gajes de la política, desajustes propios de cualquier convenio. Lo que de verdad preocupa en Presidencia son las primarias del PSOE, en las que el retorno de Pedro Sánchez ha introducido un inesperado factor de contingencia y aventura un pronóstico incierto.

Si las gana el antiguo líder habrá pocas dudas. Los presupuestos de este año pueden seguir prorrogados pero los de 2018, a presentar tras el verano, contarían con el rechazo de plano de los socialistas y el presidente tendría que llamar a las urnas sin más remedio.

Con otro vencedor también tendrá difícil el consenso. Si se trata de Susana Díaz, Moncloa intentará darle oxígeno con acuerdos parciales, negociando enmienda por enmienda, lo que sea para proporcionarle tiempo. En todo caso será el PSOE el que decida; por su posición en el tablero político es el factor clave de la estabilidad incluso en sus peores momentos.

Más allá de esos cálculos, sin embargo, la atmósfera barrunta tormentas. El desencuentro entre PP y Cs ha roto puentes y sembrado mutuas desconfianzas. Podemos ha acentuado tras Vistalegre su deriva trincheriza.

La socialdemocracia es una incógnita que puede romper en un frente de izquierdas. La corrupción exuda vapor fétido desde los tribunales. Y Cataluña es un volcán cuyas erupciones parciales parecen el preludio de una gran deflagración. Esta calma tensa, como de olla tapada, acumula la presión de un estrés político que necesitará escapar por alguna válvula.

La naturaleza resistente del marianismo le da para atravesar el semestre bandeando obstáculos, a la espera de acontecimientos y como una especie de convalecencia tras el extenuante doble ciclo electoral del año pasado.

Pero en septiembre Rajoy dispondrá de elementos de juicio para saber si merece la pena continuar o es mejor volver a repartir las cartas. Con la posibilidad verosímil y desalentadora de que, escaño arriba o abajo, cada jugador obtenga de nuevo las mismas bazas.

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