Antonio Burgos

El Toreo es un conservatorio de valores que se han perdido en nuestra sociedad

El Toreo es un conservatorio de valores que se han perdido en nuestra sociedad
Antonio Burgos. PD

SALÍAMOS de almorzar en un restaurante de Sevilla, cuando un muchacho muy bien trajeado, de las mejores maneras posibles se acercó a Curro Romero y con todo respeto le dijo:

– Maestro: me llamo Gonzalo Caballero, soy novillero, aún no he debutado aquí en Sevilla, y lo que más ilusión me haría es que usted quisiera hacerse una foto conmigo. ¿Me da su permiso para que mi novia nos tome una foto con el teléfono?

El Faraón se prestó gustoso a la foto, en la que el novillero se puso como en un segundo plano, dando su sitio al maestro. Pero aquella misma tarde, metros más allá de donde Caballero había hecho honor a su apellido y pedido tan ceremoniosamente la foto a quien es Historia del Toreo, nos cruzamos con algo tan terrible como unos excursionistas de la tercera edad procedentes de algún pueblo de la España profunda, que al punto reconocieron al torero. Y empezó el manoseo:

-¡Ven, Carmela, corre, que está aquí Currito y nos vamos a echar todos una foto con él!

Ni permiso, ni de usted, ni nada. A pelo de mala educación. La que se está apoderando de España. En la que, por eso, cada vez me sorprenden más las maneras y modos no sólo de los toreros, sino especialmente de los alumnos de las Escuelas de Tauromaquia.

En esta España donde a los maestros se les habla de tú en una enseñanza degradada, los alumnos de esas escuelas son un prodigio de educación, de urbanidad, de respeto. Siempre con el usted por delante, con el «maestro» como tratamiento de veneración a los que han sido o son en el oficio que quieren aprender.

¿Un resto de la España gremial? Pues sí: ya no hay aprendices que valoren a sus maestros… más que en las Escuelas de Tauromaquia.

Como un argumento más, y no menor, en defensa de la amenazada y denostada Fiesta Nacional yo diría que el Toreo es un conservatorio de valores que se han perdido en nuestra sociedad: el culto por las buenas formas, el respeto, el deseo de excelencia.

Y un compañerismo entendido hasta el borde de la muerte, con renuncia a uno mismo. Impresiona el valor de los toreros, pero más cómo conservan sus valores morales y estéticos.

Lo vi la otra tarde en Illescas. Ya retirado, volvía al toreo por una sola tarde quien fue «El Niño de Pepe Luis», en quien Sevilla tuvo puestas todas sus complacencias y esperanzas: José Luis Vázquez Silva. Morante y Manzanares lo acompañaban en el cartel que encabezaba.

Entusiasmó Pepe Luis con la resurrección de la Gracia marca de la casa de su inolvidable padre, pero no cortó oreja. Mientras que Morante y Manzanares, con sus triunfos, tuvieron todas las necesarias para salir por la puerta grande. ¿Y qué ocurrió al final del festejo illescano?

Que si hubiera sido en el competitivo mundo de los ejecutivos y con su código de valores de triunfar aunque haya que cortar cien cabezas, Morante y Manzanares hubieran salido por la puerta grande, como se ganaron con sus peludas, y Pepe Luis, en solitario, en el caballito de San Fernando, un ratito a pie atravesando el ruedo y otro andando al salir por la puerta de cuadrillas, más solo que la una.

No pasó tal. Funcionó el Conservatorio de Valores que es el toreo, y Morante y Manzanares renunciaron a salir a hombros para no dejar que Pepe Luis se fuera en solitario andando del ruedo. Grandeza se llama la palabra. Grandeza perdida, que hallas en el Toreo. Y que no es nueva.

Una tarde, en Jerez, Curro Romero cortó dos orejas de ensueño y Rafael de Paula armó tal mitin que hasta, enrabietado, se arrancó la castañeta como quien se corta la coleta. Curro no quiso salir a hombros por la puerta grande.

Al final, se acercó a Paula y le dijo: «Rafael, si a ti no te importa, yo no voy a salir a hombros para poder acompañarte a ti a pie en la salida, que sé las fatiguitas negras que estás pasando». Óle el Conservatorio de Valores del Toreo.

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