Mi tierra me recupera y me revive. Noto, de manera casi física, como penetra en mí su savia y su fuerza. Solo con contemplarla, tan solo con presentir a su humilde rio Henares, tan solo con asomarme a su valle y luego levantar la mirada hacia las cuestas y el viso de las alcarrias. Fue asi desde muy joven, casi desde niño, cuando regresaba el norte y lo es ahora, quizás ahora más que nunca, cuando ya los años pasan cada vez más rápidos.
Estar allí, con mi gente, sencilla, en las sencillas cosas, podando una viña recien puesta, echar un rato en la bodega, disfrutar del primer sol de la primavera, caer derrotado junto a mi primo en una partida de mus (si llegamos a ganar ya hubiera sido la leche) , aprender de otro como mejorar el huerto y un truco para que no amarilleen los frutales, asomarse al cañón de Felix y volver con otra mirada, sin tanta melancolía hacia lo ya vivido y ya pasado y hasta con una sonrisa, entre irónica y casi comprensiva y compasiva, hacia lo que por vivir queda y hacia uno mismo.
Uno dice que es su tierra porque a ella pertenece, no al revés, y siente su abrazo de madre. Y regresa con el paso más firme y los ojos más limpios.