La Marea de Pérez Henares

Comunicación contaminada

En la entrega de los premios Rey de España de Periodismo, en presencia de don Felipe, el presidente de la Agencia EFE, que los concede, José Antonio Vera hizo algunas reflexiones de gran calado, actualidad y trascendencia sobre el estado de la Comunicación y el Periodismo. Preocupantes, muy preocupantes. Dicho de la manera más sencilla: el cáncer de la intoxicación, la propaganda sustituyendo a la información, la agitación a la opinión y la arrolladora irrupción de lo que se ha dado en llamar post-verdad y que en realidad y en lenguaje de toda la vida no es otra cosa que la “sarta de mentiras”. Aderezados, además, estos males por lo que supone la revolución digital, que conmociona hasta la propia esencia de los medios y de la comunicación en si misma. Y en medio del terremoto se confunde todo y se suplanta la noticia por cualquier otra especie y rigor, contraste y veracidad dejan de tener importancia alguna. Son tiempos convulsos.

Como era de esperar las palabras del presidente de EFE que produjeron un fuerte impacto entre los asistentes fueron ignoradas fuera. No tuvieron relevancia alguna, no fueron objeto de tuits, ni asomaron por nada parecido a un Trading topic de esos. Normal, en las redes, en muchos de los cientos de chiringuitos digitales, en las decenas de tertulias y en lo que se ha derivado en llamar lo “mediático” tales cuestiones ni se tratan.

Pero un día y, con probabilidad cuando ya sea demasiado tarde, se abordará el asunto y se pondrá sobre la mesa una verdad que nos llenara de vergüenza. El papel que la irresponsabilidad y la degradación de buena parte del entramado comunicacional y si, mediático, ha tenido que ver no en la regeneración de nuestra sociedad sino en exactamente lo contrario. Porque lo que esta sucediendo camina precisamente hacia lo peor, más perverso y más nocivo. Porque sembrar la mentira, abonar la confrontación y hasta aventar el odio no pueden traernos nada bueno y nada bueno nos están trayendo ya en estos momentos.

Lo importante, lo trascendental, lo que nos afecta a nuestra convivencia, a nuestra economía, a nuestros principios y valores ya no es objeto de atención alguna. No dura ni dos cliks, no sirve ni para una pieza mínima, no da para un “total”, no vende y se elimina. De los grandes asuntos, de esos que se dice y dicen las encuestas que preocupan a la ciudadanía, a las gentes, al personal o como quieran llamarlos no se ocupa nadie. Y aun menos se profundiza, se debate y en lo periodístico se analiza y se investiga. ¡Quia, eso es antiguo, eso no es el nuevo tiempo!. Aquí lo que sirve es una pedrada en twitter, una post-verdad, o sea una mentira reiterada un millón de veces. No queda tiempo para la reflexión, ni para la razón ni para el pensamiento. Lo que hay que excitar es la víscera, la pasión baja y el calentón vociferante. Y en eso, para nuestro oprobio, estamos y llevamos enfangados ya hace bastante tiempo.

He sido periodista durante muchos años. Tantos que suman ya 45 pues empecé muy, muy joven. He ejercido mi profesión en las condiciones más adversas, incluso la dictadura y sometido a una censura que los que la sufrimos supimos lo que era y no lo de lo que ahora se quejan quienes después de ciscarse en todo dicen que huele mal la cosa y que confunden la libertad de expresión con violar todos los derechos humanos de quienes tienen enfrente. La he ejercido después en libertad cuando conseguimos alumbrar la democracia y en ella hemos ido levantando hasta los últimos tabúes. Me he sentido orgulloso de ser periodista. Pero hoy es el día en que me asalta cada mañana la duda, se me revuelve la tripa y la conciencia y me pregunto si ya es para presumir de ello.

En mis tiempos jóvenes considerarse de la “canalla”, que era el apelativo profesional más cariñoso, era entendido como gratificante. Lo que en estos tiempos y por doquier esta sucediendo, lo confieso, me angustia y me entristece. La desazón es cada vez más creciente y cuando lo que uno percibe en medio del increíble avance tecnológico es que en paralelo a el y casi a la misma velocidad retroceden la ética, la deontológica profesional y hasta la estética. Se que no es necesario ponerles ejemplos. Los tienen y a cada instante, y por donde quieran asomarse, a decenas.

Pero saben que resulta lo más perverso de todo. Pues resulta que el alimento contaminado, el material averiado y el pienso tóxico que a cada instante se distribuye y se dispensa se hace pasar por lo mejor de lo mejor, lo más innovador moderno y avanzado, lo más sano y lo más maravilloso para nuestro cuerpo y nuestra mente. Y en muchas, en tantas, en continuas ocasiones no llega ni a la categoría de bazofia. Concluyo porque mejor será dejarlo. Perdónenme ustedes el desahogo.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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