Ignacio Camacho

Autodesactivado el PSOE, la tarea opositora se reduce al repertorio gestual de aspavientos de Podemos

Autodesactivado el PSOE, la tarea opositora se reduce al repertorio gestual de aspavientos de Podemos
Ignacio Camacho. PD

HASTA que el PSOE comparezca en el Congreso con algo mejor que los sonetos sin métrica del diputado Torres Mora, la única incógnita de la oposición en esta legislatura es la de cuándo se le acabará a Podemos el repertorio de ocurrencias.

O más bien la de cuándo dejarán de surtir efecto, porque la inteligencia orgánica de ese partido, que la tiene, parece capaz de producir durante bastante tiempo una provisión notable de numeritos, desplantes, consignas y aspavientos diversos.

En eso consiste, básicamente, la tarea legislativa del partido de Iglesias, poco interesado en discutir sobre carreteras en Extremadura, trenes en Valencia o regadíos en los Monegros. Podemos no nació para eso.

Lo suyo es la protesta, el espectáculo de la transgresión, la camiseta reivindicativa, las escenografías simbólicas; una política de pantalla, de dos dimensiones, construida a base de significantes y gestos.

La cuestión es cuánto ha de pasar para que toda esa liturgia gamberra acabe por convertirse en rutina. Quizá lo que tarden en descender las curvas de audiencia, que ya marcan una tendencia declinante de las tertulias políticas.

No será pronto, en todo caso, porque el share se retroalimenta de los propios simpatizantes podemitas.

Al fin y al cabo se trata de un partido incubado en los platós y por tanto especializado en el lenguaje posmoderno de la producción televisiva. Nadie le puede negar la intuición para desenvolverse en el ecosistema de la imagen y el talento para desarrollar en él, con propuestas simples de gran potencia visual, sus técnicas de agitación populista.

En eso consiste, al menos mientras los socialistas sigan convalecientes de sus fracturas internas, el trabajo de la actual izquierda parlamentaria.

Gestualidad de impacto rápido y superficial destinada a aparentar una rebeldía de índole esencialmente iconográfica. Nada que inquiete especialmente a un Gobierno tan convencional como el de Rajoy, que contempla los despliegues demagógicos con actitud zen y una cierta perplejidad marciana.

A cada envite provocador responde con un desdén burgués de político analógico, o les envía como interlocutores al cortés Méndez de Vigo, el sabihondo Montoro o la contundente vicepresidenta Soraya. Gente que cumple su función con atildamiento profesional, aire de superioridad doctrinaria y un tono creciente de manifiesta desgana.

Eso explica en parte la aparente comodidad de un Gabinete que debería sentirse desasosegado ante su clara situación minoritaria.

Con el PSOE autodesactivado, el marianismo no ve peligro de vuelco electoral porque se sabe separado sociológicamente de Podemos por una zanja.

Al PP le preocupa bastante más Ciudadanos, que le puede robar votos en su propia casa; en realidad a día de hoy se trata de la única oposición real capaz de desplegar una cierta eficacia. Y es el teórico socio del Gobierno en esta legislatura tan rara.

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