Santiago González

Sí, es la derrota de los asesinos de ETA

Sí, es la derrota de los asesinos de ETA
Santiago González. PD

Confieso que la tribuna que publicó este 9 de abril de 2017 el columnista Espada me sumió en una leve perplejidad.

No por mi incapacidad de comprender todo lo que exponía, sino por alguno de los conceptos que manejaba, y, sobre todo, porque se observan errores parecidos en el bando de los demócratas.

¿Son los demócratas un bando? se preguntaría mi buen amigo Espada y probablemente se respondería que no, porque eso supondría dotar de una cierta legitimidad constitutiva al bando de los terroristas.

Empezaré por afirmar que el teatrillo organizado el sábado por ETA y por algunos de sus partidarios es una expresión de la derrota de los terroristas, por más que se esfuercen en disfrazarlo de empate.

Sostiene el autor que hablar de la derrota supone una claudicación democrática, porque implica reconocer al terrorismo como ejército. No forzosamente. Se puede sufrir una derrota en cualquier deporte, en una partida al mus, o «en enfrentamientos cotidianos», define la RAE en su segunda acepción de derrotar.

Un libro esencial de nuestro tiempo es La derrota del pensamiento, aunque Alain Finkielkraut no le atribuye característica de ejército al conformismo posmoderno.

«¿Acaso se derrota al asesino en serie?» se pregunta Espada. Hombre, es una analogía inadecuada; no se conocen casos de ejércitos unipersonales. Los terroristas constituyen un ejército imaginario que libra una guerra imaginaria contra un Estado que sí es real. Los terroristas imitan en su estructura y en su lenguaje la estructura y el lenguaje del Estado al que combaten: llamaron «impuesto revolucionario» a la extorsión y «cárcel del pueblo» al cuchitril de los secuestros, -cómo llamar cárcel del pueblo a algo que el pueblo no sabía dónde estaba-.

Después rebautizaron como «zulo» al agujero donde guardaban secuestrados y armas. Hoy la voz está reconocida por la RAE como «lugar oculto y cerrado para esconder ilegalmente cosas o personas secuestradas». Los terroristas y la Policía, en función de su proximidad, tenían a veces un lenguaje fronterizo. Los etarras llamaban «detenciones» a sus secuestros y calificaban de «secuestros» a las detenciones de las fuerzas de seguridad.

Estuvo cumbre el vicario Pagola de San Sebastián, llamando «atentados justos» a las actuaciones de la Policía, cuando «en el ejercicio legítimo de su poder, detiene a una persona».

Urrusolo, un practicante, decía ayer en El Diario Vasco: «Hay organizaciones que ganan su lucha, como en Cuba o en Nicaragua. Otras negocian su final, como el IRA, cuando ven que las reivindicaciones no avanzan. Pero hay otras que pierden su lucha sin más, sin nada a cambio, sin que medie siquiera una conversación que fructifique en un acuerdo. Ese es el caso de ETA y esa es su derrota».

Txema Montero, un conocedor, afirmó en una entrevista en Deia en 2012: «ETA ha sido derrotada por la Guardia Civil». Es justo que así sea: con el terrorismo termina la Guardia Civil, no la Real Academia.

Estoy parcialmente de acuerdo con lo que dice Espada sobre la petición de perdón. No porque el hecho de pedirlo obligue a la otra parte a concederlo, sino porque no se debe someter a las víctimas a ese estrés. Deben arrepentirse por lo que fueron y lo que hicieron, disolver la organización en la que militaron y ofrecerse para aclarar los crímenes sin esclarecer.

La investigación de las armas no dará mucho de sí: saber con qué pistola asesinaron a alguna víctima, pero no qué dedo apretó el gatillo. Para acceder a los beneficios penitenciarios deberán cumplir lo que prescriben el artículo 90 y siguientes del Código Penal. Eso es todo.

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