Carlos Rubio Romo

Papá: quiero ser político

Papá: quiero ser político
Carlos Rubio Romo

El otro día estuve echándome unas risas con el mejor amigo que tengo.

Le conozco desde hace un porrón de años (no diré cuántos por pudor, porque ya vamos estando talluditos los dos) y aunque desde hace un tiempo esté atravesando por un momento complicado de salud, no ha perdido un ápice de su buen humor.

Mi amigo es padre de familia numerosa. Vamos, numerosísima para lo que por desgracia se estila en España.

Me contaba que uno de sus hijos le hizo una de esas preguntas que acostumbra: mezcla de sentido común, agudeza, mala leche y algunas veces una brizna de ingenuidad, reminiscencia de una niñez que ya va quedando lejos.

El muchacho es inteligente. Mucho. Pero más vago que un diputado de PoTemos. Y en el instituto da más guerra que el gilipollas de Puigdemont con el referéndum de independencia.

No se le escapa ni media pero prefiere malgastar su tiempo con el móvil y la tableta.

Pues así, sin prevenir, pregunta a mi amigo: «Papá, ¿qué tengo que hacer para ser político?»

«Ostras», pensó mi amigo. «¿Qué le cuento yo ahora a este?»
«Pues mira, hijo, para ser político hay que estudiar mucho. Muchísimo: ingeniería, idiomas, derecho, economía…En fin, una carrera o mejor dos».

¡Pobre ingenuo!, pensaba que, viendo el interés de su hijo por ser político, lograría convencerle, ¡por fin!, del interés de estudiar.

Pero no. El espabilado del chaval le suelta: «No cuela, papá. El otro día tú comentabas a mamá la noticia de que menos del 15% de los diputados habla algún idioma además del español. Que os oí. Y, además, he visto en la tele a uno con peinado rasta que parecía yonki y que dormía en su escaño. Ese me parece que no ha estudiado mucho. Y trabajar, menos. Y a otro que le pillaron asaltando supermercados y que pedía la libertad de un colega que estaba en la cárcel por zurrar a una mujer embarazada».

«A este no hay forma de pillarle», mascullaba mi amigo.

«Ah», volvió a la carga su hijo, «en ese digital que tú lees ponía que los tres candidatos a mandar en el Partido Socialista llevan toda sus vidas en política. Uno, López o no sé qué, aprobó una asignatura en Ingeniería Industrial y dejó la carrera, la andaluza tardó diez años en hacer Derecho y el que jugaba a baloncesto copió su tesis que, por cierto, no sé lo que es. O sea, que no debe hacer mucha falta estudiar y trabajar duramente para llegar a político».

«Bueno, bueno, pero lo que sí tienen que ser es honrados y servir a los demás», acertó a decir mi amigo.

Su chaval rompió a reír mientras decía: «¡¡¡pero si la mitad están en juicios y la otra mitad en la cárcel!!!»

«Grrrrrrrrrrrrrr», gruñía ya cabreado mi pobre amigo.

«Está bien. A lo mejor y digo a lo mejor, tienes razón. Pero no debería ser así. La Política es uno de los oficios más nobles que existen. La Política es servicio, generosidad y sacrificio. Y el objetivo único es el Bien Común».

Esa declaración de principios dejó, por primera vez desde que empezó la charla, pensativo al muchacho. Pero no, sólo fue una muestra pasajera de debilidad.

«Lo que tú quieras, papá, pero creo que así no iré muy lejos. Yo lo que quiero es vivir como un pachá sin pegar un palo al agua. Así que dime qué hay que hacer.», preguntó impaciente el chaval.

«Mira, hijo, para ser político no sé qué hay que hacer aunque en nuestra España me lo imagino y no es nada agradable. Allá tú si te quieres meter en ese mundo. Sin embargo sí te puedo decir cómo hablar. La Política en España es sólo imagen y discurso. Discursos vacíos y manipuladores, por supuesto. Un piquito de oro puede llegar lejos», acabó concediendo mi amigo.

«Pues vale», aceptó el adolescente.

Y así discurrió el resto de la charla:

Mi amigo: En primer lugar, debes identificarte como «progresista«. Si logras que te vean como tal, has hecho ya una buena parte del camino. Y no pares de hablar de progreso y de progresistas y vuelta a empezar.

Su hijo: ¿Pero eso qué es?

Mi amigo: pues uno de los disfraces que se ponen los que estaban a favor del muro de Berlín, de los puros de Fidel Castro y de la boina del asesino Che Guevara.

Su hijo: no me suenan mucho todos esos así que deben ser más viejos que tu coche, ¿no? No es mucho progreso que digamos.

Mi amigo: no, es todo lo contrario. Es miseria, muerte y destrucción. Pero si se presentan así, incluso el más tonto les rechazaría. Es mejor mentir.

Su hijo: vaya…

Mi amigo: ¡ah! y por supuesto no pares de hablar de futuro por aquí y futuro por allí.

Su hijo: ¿cómo? pero si los problemas de la gente son de ahora, será mejor intentar solucionarlos, ¿no?

Mi amigo: ya, hombre, pero eso implica mojarse. Y mojarse es difícil porque las soluciones no son fáciles. Una vez más, es mejor mentir a la gente. ¿O acaso tú cuando te hablan de futuro no te imaginas siempre que estás casi en el Paraíso: una moto, los amigos, tu padre que no te da la paliza con los deberes…?»

Su hijo: pues tienes razón.

Mi amigo: ¿ves? Hazme caso, si te hacen alguna pregunta complicada sobre un problema actual, vete por los Cerros de Úbeda y habla de futuro. El periodista se pondrá a soñar y te dejará en paz.

Su hijo: jolines con papá.

Mi amigo: otra cosa fundamental: moderación.

Su hijo: ¿moderación? O sea, no cabrear a nadie.

Mi amigo: más o menos. Moderación lo utiliza la derecha para bajarse los pantalones permanentemente ante la izquierda. Para dejarles hacer lo que quieran.

Su hijo: pero, ¿por qué?

Mi amigo: porque son cobardes. Porque están acomplejados.

Su hijo: ¿y la izquierda?

Mi amigo: pues lo utilizan para hacer exactamente lo contrario de lo que es la moderación porque los que deberían estar enfrente, o sea, la derecha, son unos pringados y no dicen ni «mu». Por ejemplo, legalizar el asesinato de niños en la barriga de sus madres o decir que dos tíos que viven juntos son un matrimonio o ser archicomprensivos con los terroristas musulmanes y al mismo tiempo perseguir a la Iglesia Católica. Eso es para la izquierda la moderación.

Su hijo:…

Mi amigo: como complemento perfecto de la moderación está la centralidad. Esta es la última cursilada que se han inventado esos memos. Durante años utilizaron la palabra «centro» y ahora nos vienen con esa nueva pijada.

Su hijo: vale. Centro, centralidad, ¿es que todo el mundo se fije en ti?

Mi amigo: en realidad no sé qué es. Es un concepto etéreo, vaporoso, vacuo, soso e insustancial. Es como una veleta: según sople el viento, se mueve hacia la izquierda o hacia la derecha. Es incorpóreo. No hay nada dentro. Eso sí, es ideal para no tener que definirse y es el refugio perfecto para los acomplejados de la derecha.

Su hijo: por lo que me dices, papá, esos de la derecha son unos caguetas, ¿no?

Mi amigo: ¡no sabes tú cuánto! Y lo peor son todos los que una vez tras otra se dejan engañar y siguen votándoles y riéndoles todas las gracias cuando al mismo tiempo critican exactamente lo mismo que lo que hace su partido pero, como es el suyo, se lo perdonan todo.

Su hijo: voy entendiendo. ¿Hay más?

Mi amigo: síííí. Mucho más. Otra palabreja que les encanta y que está relacionada con las anteriores es tolerancia. Esa es la repanocha. Ahora, eso sí, cuando esa banda habla de tolerancia hay que traducir eso como fomentar, facilitar e incluso imponer todo lo que huela a izquierda, a marxismo caducado, a separatismo mendaz, a ateísmo violento y en general a todo aquello que representa los anti-valores sobre los cuales se han construido nuestra civilización cristiana y occidental.

Su hijo: todo eso está muy bien pero digo yo que alguna vez también se cabrearán y se llamarán de todo, ¿no?

Mi amigo: hombre claro y ahí tienes que utilizar otra palabra mágica. El insulto supremo. El estigma imborrable que si le cae a uno no podrá quitarse jamás de encima. La vergüenza eterna: fascista.

Su hijo: ¡ah!, eso ya lo he oído yo mogollón de veces.

Mi amigo: por supuesto porque lo mismo vale para un roto que para un descosido. Por ejemplo, cuando los malnacidos de la ETA asesinaban a algún inocente, se les llamaba fascistas. Los rojos a los del PP se lo están llamando un día sí y otro también. A la Iglesia Católica y a los Estados Unidos…

Su hijo: para, para, para. De esos de la ETA sí he leído un poco y ellos defendían el «sozialismo» o sea que…

Mi amigo: claro que sí. Estaban enamorados de Lenin y de Fidel Castro pero, aunque ellos lo dijeran a voces, no convenía que se supiera. Por eso el PSOE, por ejemplo, les llamaba fascistas. Así, de paso, tapaban los añitos que tuvieron de comprensión hacia sus salvajadas antes de la muerte del General Franco.

Ya ves qué manipulación tan extrema que a los comunistas se les tacha de fascistas.

Se han apuntado a la moda hasta los cagones del PP. Los sepaRATAS catalanes les llaman fascistas y los del PP a los sepaRATAS también les llaman fascistas. Vamos que, a este paso, todos seremos fascistas. ¡Vaya banda!

Su hijo: bueno, bueno…

Mi amigo: si quieres algo un poco más «light» pero también muy eficaz, llama a alguien antidemócrata. Los partidarios de la tiranía comunista son los que más lo usan. Son los que reparten los carnets de demócratas, ¡ellos!, los herederos ideológicos de los asesinos de más de cien millones de personas en el s. XX

Su hijo: ¡¡¡¿¿¿cien millones???!!! ¿Los comunistas mataron a cien millones de personas?

Mi amigo: sí, hijo, sí. Así fue y así sigue siendo porque China, Corea del Norte o Vietnam son algunos de los países que todavía están oprimidos por tiranías comunistas.

Su hijo: pero a los que hicieron eso les habrán juzgado, ¿no?

Mi amigo: ¡qué va! Muchos murieron de viejos y otros cambiaron de chaqueta y siguieron en el poder pero a ninguno se le tocó un pelo.

Su hijo: ¡pues qué asco! Oye y a esos de la ETA que mataban tanto, ¿qué les pasó?

Mi amigo: antes de nada, debes aprender que después de cada atentado, sea de los comunistas o de los musulmanes, debes decir que lo condenas y si además lo condenas rotundamente quedas mejor, y además que los terroristas no van a romper la convivencia y que los demócratas deben estar unidos.

Su hijo: ¿y eso sirve para algo?

Mi amigo: no, absolutamente para nada pero ya es el soniquete que los politiqueros aprendieron y que no paran de sacar después de cada salvajada.

¡Ah!, se me olvidaba, también deberás mostrar tu solidaridad con el pueblo…y ahí ya pones lo que quieras, pueblo francés, pueblo sueco, pueblo ruso, pueblo vasco…según dónde haya sido el atentado.

Su hijo: puf…yo creo que eso es quedarse con todo el mundo, pero bueno…

Mi amigo: y no olvides ir al lugar del asesinato y dejar una velita y una florecita. Y pedir un minuto de silencio. Eso da un miedo a los terroristas que no veas. Por cada velita, se les cae una lágrima pero no de terror sino de risa.

Su hijo: ya, ya lo he visto en la tele un montón de veces y nunca lo he entendido pero bueno, si tú dices que así llegaré a político, pues vale.

Mi amigo: otra faceta de la palabra solidaridad es cuando quieras seguir crujiendo a impuestos a los tontos de la nómina, a los tontos de las clases medias.

Su hijo: ¿y eso?

Mi amigo: pues mira, casi la mitad de lo que gana un español medio se lo roban mediante los impuestos. O sea, que la gente está harta. Si quieren crear un nuevo impuesto o bien aumentar uno de los cientos que ya existen, la gente se rebelará. Para acallar ese levantamiento rápidamente, la máquina de la mentira comienza a actuar y, como siempre, la batalla más importante es la de las palabras. Hay que justificar el nuevo latrocinio diciendo que es por solidaridad. Que hay que repartir. Ayudar a los más débiles. En fin, todas las frases sensibleras que se te ocurran. En realidad es para seguir manteniendo a millones de enchufados pero eso da igual. Una vez que ganan la batalla de las palabras, nadie escucha la verdad.

Su hijo: y aparte de hablar, tendrán que hacer otra cosa los políticos, ¿no?

Mi amigo: nada bueno pero efectivamente tienen que dar la imagen de trabajar como locos. En ese caso, la palabrita mágica es esfuerzo, o sea, lo que tú no conoces ni por el forro, igual que los políticos. Y esfuerzo para acá y esfuerzo para allá. Lo más humillante es cuando sueltan una burrada de dinero a indeseables como los sepaRATAS y hablan de esfuerzo como si el dinero lo fueran a dar ellos de su bolsillo. Y, además, cuando lo digas, pon cara como de estar realmente cansado, como si hubieras estado poniendo ladrillos durante diez horas o cuidando bebés todo el día. Tienes que aparecer agotado. Con el tiempo lo harás muy bien.

Su hijo: je, je, je, eso lo haré muy bien: ya estoy acostumbrado. ¿Queda algo más?

Mi amigo: sí, nunca digas España cuando te refieras a nuestra patria.

Su hijo: ¿y por qué no? No voy a decir que somos China o Tanzania.

Mi amigo: pues porque suena facha para sus oídos atestados de cera roja o de cera acomPPlejada. Debes decir «este país» o «el Estado«. Verás que así, serás aceptado mucho más fácilmente en el rebaño de la casta. Olvida todo lo que sea glorioso de nuestra Historia, de nuestra Cultura, de nuestra Civilización. Al revés, deberás sistemáticamente avergonzarte de ella. Debes convencerte de que sentirse catalán, o vasco o andaluz o de Villavieja del Jarama es normal, lógico y sensato pero sentirse español además de fascista es estúpido porque nunca ha existido una identidad española.

Su hijo: pero eso no es verdad.

Mi amigo: anda este, pues claro que no es verdad pero si quieres llegar a político tendrás que creértelo.

Su hijo: vaya panorama…

Mi amigo: ah amigo, es lo que hay.

Su hijo: ¿has acabado?

Mi amigo: no, he dejado lo mejor para el final. Es una palabrita que a fuerza de adulterarla, ya no sirve para nada aunque para la casta, los políticos, vale para todo.

Su hijo: ¿y cuál es?

Mi amigo: ¡¡¡diálogo!!!

Es la más importante. El comodín que vale para todo. El summun. La cima de un aprendiz de político como tú. Cuando la sepas utilizar en cada frase que pronuncies, te darán el diploma de «político profesional». Por ejemplo, cuando no quieren solucionar un problema dicen que van a dialogar y el problema nunca se resolverá. Cuando van a ceder ante demandas inconfesables, hablan de diálogo para así enmascarar la vergüenza y la rendición. Aún más que las otras que te he dicho, no dudes en utilizarla siempre. Es el perejil de todas las salsas. Hay que dialogar y dialogar y dialogar. Yo personalmente estoy hasta el gorro de esa estupidez pero parece ser que debo ser el único porque los politiqueros siguen utilizándola sin parar.

Su hijo: hum, «diálogo», muy bien.

Mi amigo: bueno, chaval, pues yo creo que con eso llegarás muy, muy lejos. A cambio ya ves que deberás mentir cada vez que hables. Sin importante las consecuencias. El daño que puedas causar a la gente que confía en ti. Pactar hasta con el diablo. No creo que eso haya sido lo que te hemos enseñado tu madre y yo, ¿no?

Su hijo: no…yo no quiero eso. Yo pensé que sería de otra manera.

Mi amigo: sí hijo. Claro que puede ser de otra manera y debe ser de otra manera. Y no debemos perder la esperanza. Lo que te he contado hoy es lo que tenemos pero eso no quiere decir que debamos conformarnos. Al contrario. Hay que luchar pero hay que ser consciente de que el enemigo es muy poderoso y de que muchas veces el enemigo lo tenemos en casa, por desgracia.

Otro día hablaremos de políticos buenos, honrados, trabajadores y generosos. Ha habido muchos en España y estoy convencido de que habrá muchos más. A lo mejor tú eres uno de ellos.

Su hijo: a lo mejor, pero de momento voy a estudiar que tengo examen mañana.

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