Ignacio Camacho

A Carmen Chacón quizá le fallase en la política lo mismo que en la salud: un corazón demasiado vulnerable

A Carmen Chacón quizá le fallase en la política lo mismo que en la salud: un corazón demasiado vulnerable
Ignacio Camacho. PD

SOLÍA presumir Carmen Chacón, con esa sonrisa suya tan acogedora, de ser la dirigente socialista en activo que más veces había dado vivas al Rey y a España. Lo decía sobre todo para conjurar cualquier sospecha de connivencia con el soberanismo, para espantar sombras de equidistancia.

Su paso por el Ministerio de Defensa, al que Zapatero la envió para sacar partido rupturista de su imagen embarazada, la había curtido en realismo y limado de muchos prejuicios progres hasta convertirla en una política sensata y pragmática.

De allí emergió doctorada en asuntos de Estado y lista para comenzar la carrera hacia la meta que su mentor le había trazado: ser la primera presidenta del Gobierno mujer y catalana.

Como casi todos los proyectos de ZP, salió mal, en parte porque le faltó cuajo e instinto depredador y en parte porque el desplome del zapaterismo le dejó una herencia envenenada.

El viejo aparato del partido, el tardofelipista, le cerró in extremis la puerta del liderazgo para tratar de atravesar el desierto bajo el mando de Rubalcaba. La llamaban «la niña» con aire desdeñoso de desconfianza.

En aquel congreso de Sevilla, la encargada de procurarle apoyos en la poderosa federación andaluza fue una joven llamada Susana Díaz, a la que hace quince días ella arropó como candidata. Nada estaba escrito pero era previsible que en el nuevo contexto ambas mujeres volviesen a ser aliadas.

Con sus raíces andaluzas, Chacón representaba el clásico socialismo catalanista, arrinconado por la deriva excluyente de un PSC que la excretó como un cuerpo extraño.

Mal aconsejada, no acababa de encontrar el sitio exacto, ni en Cataluña ni en España; sus éxitos parecían cortos y sus vacilaciones largas. Siempre estuvo en el sí es-no es de la política, en ese limbo de renuncias y regresos donde el futuro prometedor se oscurece con las nubes de la intriga.

Los suyos la habían descarrilado varias veces pero tenía reputación, experiencia, contactos y una edad de sazón que permitía seguir considerándola en la reserva activa.

Acaso la traicionase en la política lo mismo que en la salud: un corazón demasiado vulnerable, de una fragilidad quebradiza.

Sin embargo decidió desafiar su amenaza congénita para vivir cada día en el autocompromiso de una intensidad sin cortapisas, guardando con discreción su cardiopatía porque sabía que el suyo no era un oficio para descubrir debilidades.

Quizá haya bastante remordimiento bajo la consternación que su muerte ha suscitado en el PSOE, donde a menudo la trataron con un compañerismo muy mejorable.

En cambio su inesperada desaparición ha generado en el habitual sumidero de las redes, tan propicias al rencor póstumo, una reacción de pesar casi unánime. Eso habla de su bondad personal, de su literal cordialidad, de la generosa sensibilidad que fue la impronta de su talante. Más que fallarle, le sobró el corazón, como a Miguel Hernández..

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