Fernando Jauregui

Cien días que estremecieron al mundo

Cien días que estremecieron al mundo
Fernando Jáuregui. PD

Todavía se escuchan, en las cancillerías europeas, los suspiros de alivio, porque todas ellas dan como segura la victoria de Macron en la segunda vuelta de las presidenciales francesas. Y el mundo no está para más sustos, tipo victoria -creo que ya imposible- de la ultra Le Pen, cuando el orbe se apresta a celebrar, es un decir, los cien primeros días de mandato de Donald Trump al frente de la Casa Blanca… y de los destinos del planeta, casi. Cien días en los que nos hemos estremecido, jornada a jornada, con los dislates presidenciales, con la amenaza de una irrupción populista en Holanda, en Francia, con el relevo inesperado en Italia, con los zarpazos que ya empieza a dar el Brexit, incluida la súbita convocatoria electoral de la señora May…

Si entramos en el terreno de las conclusiones nacionales, qué quiere que le diga: la ‘operación Lezo’, que, desde luego, a mí no me ha sorprendido nada -desde hace años, creía en la rectitud de Ignacio González como en el sentimiento compasivo de Le Pen: muy poco–, es secundaria en comparación con ese marasmo universal. Pero creo que el resultado de la primera vuelta de las elecciones francesas tiene ya que aportar conclusiones definitivas a algunas formaciones y a ciertas formas de entender el funcionamiento de esas formaciones aquí, en España. Un país donde, cuando Francia estornuda, corre siempre el riesgo de contraer una pulmonía.

Así que, viendo lo que le ha ocurrido a Fillon, a quien todos cantaban como más probable presidente de la República Francesa hasta que ‘Le Canard Enchainé’, valiente e irreverente, le sacó las vergüenzas a relucir, bien haría el Partido Popular en comenzar desde ya una cruzada contra la corrupción pasada y, si existe, presente, que no pase por los moldes pasivos y tolerantes, siempre como mirando hacia otro lado, de Mariano Rajoy. No le he escuchado aún una palabra de condena al expolio protagonizado por quienes fueran los máximos responsables del partido y de la gobernación en Madrid, ni la promesa de una investigación interna más allá de lo que, con coraje, ha denunciado Cristina Cifuentes, la sucesora de Esperanza Aguirre al frente del gobierno regional y del partido.

Y, desde luego, viendo lo que le ha ocurrido a Benoit Hamon, tampoco harían mal los tres candidatos del PSOE, la militancia que les sustentará o no en su carrera hacia la secretaría general, y la excesivamente prudente gestora que ha logrado sustentar el partido a trancas y barrancas, en pensar que tienen que cambiar radicalmente el mensaje. El PSF es un partido a punto de morir, dice el propio ex primer ministro Manuel Valls, quizá llevando el agua a su molino, ya disidente. Como han muerto el PASOK y tantos otros partidos socialdemócratas europeos, que equivocaron su papel en la vida, su táctica y su estrategia. Como está a punto de ocurrirle, si el electorado no lo remedia, que parece que no, a la actual concepción del laborismo británico. O como puede sucederle al PSOE, un enfermo cuyo color de piel no parece muy bueno, la verdad.

Insisto en que Pedro Sánchez, uno de los grandes culpables del desastre, pero no el único -ahí están sus colaboradores, ya ex colaboradores, Luena, Hernando, Oscar López, sin ir más lejos–, comenzó la cuenta atrás cuando emitió aquel poco meditado ‘no, no y no’ a la posibilidad de ocupar una vicepresidencia en el Gobierno de Rajoy. Cierto que la compañía, con tanto Gürtel, Púnica y Lezo sueltos, no era demasiado agradable. Pero hoy, Rajoy, recibido como un jefe de Gobierno sólido en los países americanos que visita, es uno de los puntales de la UE, y nadie duda de que, con Aguirre o, mejor, sin Aguirre, ganaría unas elecciones si ahora quisiera él convocarlas, que parece que no quiere, a Dios gracias.

«Es que, si hubiese accedido a la gran coalición, el PSOE hubiese desaparecido», me dijo en una ocasión Sánchez. No sé realmente qué hubiera sucedido. En todo caso, el Ejecutivo sería más reformista de lo que lo es actualmente, y los sustos, menos. Pero riesgo de liquidación, lo que se dice riesgo, el PSOE lo corre de verdad ahora. Se han equivocado en casi todo. Y los electores raramente cometen un segundo error, como lo cometieron con Trump, aunque los tiempos del cómodo bipartidismo ‘a la europea’ -y a la americana- hayan cambiado: si el voto es loco es porque los electores temen la locura de los ‘instalados’. Despertad, políticos españoles, que la Patria os llama a la sensatez.

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