Luis Ventoso

Va a resultar que hasta el ascensorista de Génova sabía lo de Nacho González

Va a resultar que hasta el ascensorista de Génova sabía lo de Nacho González
Luis Ventoso. PD

EN sus días en Galicia, Fraga instauró un retiro espiritual anual con su Gobierno, al que recluía un par de días en un monasterio. Ese tipo de enclaustramientos son operaciones de cierto riesgo, pues hacen aflorar el niño que todos llevamos dentro e invitan a trastear para entretener el muermo.

Cuentan los «fragólogos» que en la charleta social de uno de los retiros, un iluso consejero -tal vez no tan iluso- se encaró jovialmente con otro y con aire un poco Forrest Gump le planteó algo así:

«Tú y yo somos de la misma quinta, cobramos lo mismo, tenemos el mismo número de hijos. Pero yo las paso canutas para llegar a fin de mes y tú en cambio tienes pazo, pisazo, una colección de arte despampanante… ¡Hay que ver cómo te cunde el dinero!».

El aludido se puso rojo como un semáforo, pero salió del brete con desenvoltura: «Qué va hombre, lo único que pasa es que en su día tuve la suerte de comprar muy baratos unos solares en Madrid que luego se revalorizaron una burrada». Don Manuel hizo que oía llover. Durante demasiado tiempo en la vida de nuestros partidos se consideró que el principio «mejor no saber» constituía una fórmula admisible de conciencia recta.

Por cierta timidez congénita no domino el arte de las croquetas de conspiración social. Aun así, y siendo uno un mero mindundi, varias veces escuché en corrillos madrileños el clásico «Nacho no es trigo limpio».

Hasta el inspector Clouseau habría deducido que allí podía haber manteca (un fondo de Delaware pagando el dúplex de recreo de un político). Lógicamente, las acusaciones que recorrían los restaurantes madrileños llegaban más detalladas a Génova.

Ahora sabemos que en 2014 el ex alcalde de Leganés, el economista Jesús Gómez, recibió de tres fuentes distintas el soplo de que Ignacio González poseía una cuenta de comisionista en Suiza. Lo denunció ante Aguirre, pero ella lo acusó de ver fantasmas y lo apartó por carecer de «inteligencia emocional».

Así que Gómez se plantó en Génova a cumplir con su deber y se lo contó a Floriano, entonces tres del PP, que ayer lo reconoció. La música del caso Nacho hubo de alcanzar necesariamente la planta alta de Génova. «Cáspita, ¡pero qué me dices!». La reacción de la cúpula fue correcta (se impidió a González ser candidato), pero insuficiente (por supuesto no se trasladaron al juzgado unas sospechas plausibles).

Rajoy nos serena desde su gira sudamericana advirtiendo en un vinillo con los enviados especiales que «el que la hace la paga» (qué menos, ¡solo faltaba que se perdonase a los saqueadores del erario público!).

Pero salvo en este caso, donde Cifuentes ha dado la alerta azuzada por Ciudadanos, lo habitual en el PP -como en el PSOE o CiU- ha sido ir a rebufo de la Justicia, tendiendo a ocultar la roña bajo la alfombra en lugar de sacar la lejía.

En cuanto a la lideresa, que acreditó su ojo clínico de «headhunter» represaliando a quien la alertó de que su Nacho era un caco, feliz el día en que no llegó a presidenta del Gobierno, operación jaleada por egregios periodistas de aquella hora. Hoy tendríamos a un vicepresidente del Gobierno jugando a mus en Soto del Real. Y eso que lo de Nacho, ay, parece que se lo sabía hasta el ascensorista de Génova.

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