Laureano Benítez Grande-Caballero

Revolución en oro y black

Revolución en oro y black
Laureano Benítez Grande-Caballero. PD

Llevo algún tiempo visionando videos sobre la Guerra Civil, y una de las imágenes que más se me ha quedado es la de los típicos desfiles de camiones descapotables cargaditos de milicianos puño en alto y empuñando fusiles, marchando alegres al frente o recorriendo ciudades sitiadas, porque, debido a los continuos triunfos del bando nacional, pocas veces se hicieron esas paradas militares para festejar la toma de alguna ciudad.

Y se me ha ocurrido pensar que esas «kermesses» triunfalistas son el lejano antecedente de la «guerra de los autobuses» que estamos viviendo actualmente como estrategia activista para comunicar mensajes a la ciudadanía. Después de machacar al autobús naranja de «Hazte Oír» por «tránsfobo» -¡vaya palabreja!- los podemitas se han subido al carro -o sea, al autobús- copiando descaradamente la táctica de los derechistas. Cosas veredes.

Si comparamos el «odiobús» con los camiones atiborrados de milicianos, saltan a la vista las diferencias, ya que el «tramabús» no es descapotable, y además lleva a sus ocupantes repantigados en cómodos sillones, disfrutando de aire acondicionado, minibar, hilo musical revolucionario, cruasanes sacados del Congreso y es posible que hasta masaje. Eso sí, lo del puño en alto no ha cambiado, pues hay que salir bien en las fotos.

Lo que no me cuadra es su color azul, que remite a gaviotas peperas. Para mí que debía ser de color rojo, morado, o rosicler, para de paso hacer adoctrinamiento con la ideología de género. Y, si lo llegan a pintar de color arcoíris, quedaría incluso más revolucionario
Otra diferencia es que aquellos destartalados camiones llevaban a veces imágenes de los capitostes bolcheviques de la lejana Rusia de los soviets, mientras que el bus de la progresía actual solamente lleva los rostros de todos esos personajes a los que odian, que colocan allí como si fueran dianas para jugar al pimpampum, aunque entre ellos se cuele algún que otro corrupto. En cualquier país del mundo civilizado se juzgaría eso como una incitación al odio y a la violencia, mas aquí se le deja circular libremente -incluso aparcando en zonas prohibidas- por aquello de que no habla de penes ni de vulvas, y de que la libertad de expresión es algo que los okupas podemitas del Ayuntamiento de Madrid solamente concede a los que son de su misma cuerda.

Como siempre, estamos ante otro numerito circense de los ultraizquierdosos, que juegan a hacerse los revolucionarios llevando autobuses de oca en oca porque las sesiones parlamentarias les aburren soberanamente y no dan tantos titulares. Desde luego, nadie les va tirar tomates, ningún ayuntamiento les va a prohibir su circulación, ningún juez les va a meter mano por incitación al odio, ningún policía les va a multar ni a retener en algún garaje, ningún ciudadano de los que están en contra de toda esta morralla propagandística les va a escrachear, pues por algo estamos ante una mayoría silenciosa que, por indiferencia o cobardía o las dos cosas, seguirá sin mover ni un solo dedo para detener estos grotescos y ridículos espectáculos.

Aunque sean la punta de lanza vanguardista de los ejércitos modernos del activismo político, se me ha ocurrido pensar que las busdivisionen podrían estar acompañadas por otros medios de locomoción que podían utilizarse como artilugios del combate. Por ejemplo, molaría mucho disponer de un tractor amarillo, la forma más barata de tener descapotable, como decía mi madre. Si el bus es como más urbano, el tractor amarillo quedaría muy bien recorriendo campos y estepas, para adoctrinar a la España profunda que vota PP, y de paso podía rascar algún voto en el derechoso agro español.

También quedaría de lo más moderno y psicodélico utilizar un submarino amarillo, justamente del mismo color que el tractor, pues, además de que fue inventado por los mismísimos Beatles, quedaría muy resultón y original, con lo cual se arrasaría en los titulares de los medios de comunicación. Se enseñorearía de nuestras costas y nuestros ríos, de nuestros estanques y lagos, y atraería a la muchachada propodemita poniendo a todo trapo por los altavoces aquello de «¡Amarillo el submarino es, amarillo es, amarillo es!». Ellos preferirían que fuera rojo, o morado, pero eso no utilizaría en el gancho propagandístico de la beatlemanía.

Por cierto, si el Turrión dice que el PP es un charco lleno de ranas, a mí Podemos se me asemeja a un pantano lleno de kaimanes. Con lo cual, entre agua y fango, el submarino amarillo les vendría de perlas, pues por algo su único programa consiste en torpedear España en nombre del NOM.
Aunque posiblemente a muchos podemitas les gustaría más utilizar las bicidivisionen, pues no me digan que no les da gustito ver cómo estos próceres revolucionarios acuden en bici a sus poltronas, a condición de que haya cerca una cámara que deje constancia para la posteridad de su modernismo ecologista. Lo malo es que en una bicicleta amarilla poca cosa se puede poner, y para ir con el puño en alto hay que tener cierta destreza en su manejo.

De todos modos, las limitaciones publicitarias que ofrecen los tractores, submarinos y bicicletas pueden compensarse si se tiene en cuenta que estos podemitas llevarían escolta -debido a su rango-, lo cual, unido al séquito motorizado municipal que les lleva en volandas, ofrece mucho más espacio para colocar cartelitos, imágenes y eslóganes.
Sin embargo, a estos mentirosos compulsivos, que van de trola en trola, el medio motorizado que más les cuadraría sería un hermoso trolebús amarillo. Pero confieso que mi sueño más preciado es dar a esta horda un OVNI amarillo para que -saltando al hiperespacio- vayan a hacer sus mamarrachadas y payasadas a Marte, y le den la castaña a los pobres marcianitos.

Y como en democracia todo el mundo tiene derecho a disfrutar de su autobús, yo al mío lo pintaría de amarillo -por supuesto-, y pondría en él imágenes de los caraduras, los rostros pálidos, los morros-que-te-lo-pisas de la caterva podemita, entre los que hay auténticos expertos en el choriceo y las artes «black», y eso que son unos recién llegados a las moquetas del poder.

Sin embargo, con esta tribu formada por «men in black», lo más correcto sería pintar de negro el autobús subversivo, aunque pareciera un ataúd rodante… es decir, un «necroautobús».

Pero el efecto más espectacular y cinematográfico lo habrían conseguido si, en vez de utilizar un moderno autobús, hubieran recurrido a las camionetas republicanas descapotables, cargándolas con okupas, perroflautas, gorilas, Femens, Drag Queens, rastafaris, cheguevarianos, titirietarras, milicianos anticatólicos… Todos gritando, puño en alto, aquello de los parias arriba y famélicas legiones -o aquel famoso «On the road again», cantado por Willie Nelson-. No me digan que el efecto final aunaría el efecto intimidador de un desfile paramilitar con el componente lúdico de una kabalgata, espectáculo tan gratificante para los podemitas.

Y es que, por aquello de programar revoluciones televisadas que alimenten el amarillismo periodístico, las revoluciones de hoy ya no son rojas, sino amarillas. Y como del amarillo sale el oro -el más preciado sueño de estos okupas-, si a esto le añadimos la cofradía black del puño en alto, nos queda finalmente -para decirlo con un lenguaje torero- una revolución en oro y black. O sea, como todas las que en el mundo han sido.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído