Antonio Burgos

Califal Manolete

Para recordar el centenario del nacimiento del Cuarto Califa del Toreo Cordobés, en Sevilla sonó el pasodoble de Manolete

Califal Manolete
Antonio Burgos. PD

SI al Toreo le quitamos la liturgia y los ritos, el peso de la tradición y su ceremonial no escrito, estamos a cinco minutos de la NBA o de la Liga de Campeones. Punto en el cual hay plazas y plazas.

Unas cuidan esa liturgia más que otras. No es lo mismo ir a un festejo en una portátil de pueblo que a la plaza del Arenal, conservatorio de esas esencias, vitales en el Toreo. En Sevilla se va a los toros por afición o, ahora en Feria, «por imperativo social». Y muchos acudimos como quien va a misa mayor en la Catedral, cumpliendo un ritual. Fiesta de precepto.

Dentro de estos ritos, en Sevilla siempre suena en el paseíllo la misma música. Desde tiempo inmemorial. Bueno, desde 1979: pero eso, a efectos de las ansias de conservar tradiciones taurinas, puede considerarse «tiempo inmemorial». En cada paseíllo suena siempre el mismo pasodoble.

Un pañuelo blanco sobre el palco del presidente colgado de damasco rojo, el cerrojazo que abre la puerta de las cuadrillas y el platillazo de la Banda de Tejera son como tres sagrados ritos de la liturgia táurica. Tanto, que muchas tardes me dan ganas de decir: «Introibo ad altare taurorum».

Ese pasodoble del paseíllo en El Arenal fue estrenado en la Feria de San Miguel de 1979. Su música es de un militar de la Banda de Soria 9 y pianista del Teatro San Fernando, Daniel Vela Roy; su letra, olvidada y desconocida, de un periodista de raza, de Juan Manuel Borbujo de la Hera, cronista taurino, redactor del diario «Sevilla» y de la «Hoja del Lunes».

Su estribillo dice: «Plaza de la Maestranza,/ la de la dorada arena,/ con tu oro y con su sangre/ de mi España eres bandera».

Esa bandera musical de España del pasodoble del paseíllo se arría si la corrida coincide con un 16 de mayo; entonces, en memoria de la muerte de Joselito en Talavera, Tejera toca «Gallito» a modo de réquiem de cabo de año torero sevillano por el hijo de la Señá Gabriela y del Señor Fernando el Gallo.

Del mismo modo, ayer se rompió como homenaje con el ritual musical del paseíllo. No se tocó el de rúbrica de Vela y Borbujo, sino un pasodoble que, junto con «Islas Canarias», lo oyes y estás escuchando el latido sentimental de la España de los 40: «Manolete».

Para recordar el centenario del nacimiento del Cuarto Califa del Toreo Cordobés en 1917, en el paseíllo de Sevilla sonó como homenaje el pasodoble de Manolete. Un pasodoble que Pedro Orozco González (extremeño de La Granja de Torrehermosa como mi recordado Santiago Castelo) y José Ramos Celares le escribieron a Manolete cuando aún era un novillero.

Lo estrenaron en la cordobesa Plaza de los Tejares días antes de acabar la guerra, el 19 de marzo de 1939, en que Manuel Rodríguez Sánchez actuaba con Rafael Álvarez «Gallito» y Luís Díez Espadas, con utreros de Murube. Símbolo de una época, ese pasodoble ya era popular cuando, meses más tarde, el 2 de julio de 1939, Chicuelo le dio la alternativa a Manolete en Sevilla, ejerciendo de testigo el que lo habría de serlo también de su muerte en Linares en 1947: Gitanillo de Triana.

Tal era la fuerza renovadora con que Manolete irrumpía, que cuéntase que Gitanillo, viendo torear al toricantano, le dijo a Chicuelo: -¡Compare, éste nos va a poner a trabajar! Consideraba Gitanillo que torear no es un trabajo, sino un arte. En sólo ocho años de alternativa, truncados por una muerte ya de leyenda, «Manolete» hizo de arte de masas, con el apoyo de «Camará»: «Llevas sangre de valiente/ y te aplaude por tu arte el mundo entero».

Cuando ayer sonaba el pasodoble del inmortal cordobés en el paseíllo de Sevilla, hijo de manoletista como soy, pensé:

«¡Lo que hubieran dado por ver a Manolete los que ahora se vuelven locos con José Tomás!».

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