Fernando Jauregui

Tres semanas que todo van a cambiarlo ¿O no?

Tres semanas que todo van a cambiarlo ¿O no?
Fernando Jáuregui. PD

La conjunción de fuerzas planetarias, la falta de planificación de los humanos (así como la perversión de algunos) y la vida, que es así, provocan a veces catástrofes, fenómenos naturales de muy diversa índole y, claro, agobios políticos. Como el de este mes de mayo, cuando, iniciado por la gran ‘final’ de las elecciones francesas, todo se va a acelerar. Hablo, claro, de Macron, pero también de Rajoy, de Susana Díaz, de Pedro Sánchez, de Pablo Iglesias, de Puigdemont y hasta del disputado voto del diputado Pedro Quevedo. Ah, y, claro, de Vladimir Putin. Menudo coctel. Uno, con todos los apuntes debidamente (des)ordenados, tiende a pensar que mucho, pero mucho, puede cambiar en este mes de mayo del que aún nos quedan tres semanas. Tres semanas que conmocionarán no sé si al mundo, pero sí a España… O no, que diría el flemático Mariano Rajoy, que más parece un espectador de lo que ocurre que el necesario protagonista de estos veintiún próximos días que serán de infarto.

Bueno, ya hemos resuelto el dilema, que no lo era tanto, acerca de quién gobernará en el país vecino y un poco también en Europa, con permiso de Angela Merkel: suspiro de alivio, creo. Ahora tenemos que resolver la inquietante cuestión doméstica de quién gobernará en la sede socialista de la calle Ferraz, con todo lo que ello supone. Hombre, no es tan importante como librarse de Le Pen, por ejemplo, situando en El Elíseo a alguien que se proclama centrista puro, pero la cosa no deja de tener su trascendencia.

Ignoro quién ganará el sin duda bronco debate preelectoral entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, con Patxi López como tercero en concordia, ahora que se inicia oficialmente una carrera electoral interna que, en realidad, lleva meses desarrollándose. Esperemos que, al menos en estas primarias internas, los hackers considerados vinculados a Vladimir Putin permanezcan al margen, te comentan con humor unos socialistas catalanes, por cierto partidarios de Sánchez, con los que almuerzas en Barcelona. Serían, sigue la sorna, las únicas elecciones del mundo en las que no intervenga la ‘diplomacia de las redes’ dicen que animada desde algún lugar oficioso de Moscú.

Creo, en todo caso, que los apoyos institucionales y mediáticos que está recibiendo Susana Díaz podrían no bastar para contrarrestar la furia, no sé si algo suicida, de una parte importante de la militancia socialista, harta de González, de Zapatero, de Rubalcaba, del Ibex y puede que de muchos de nosotros, periodistas que nos hemos aplicado a fondo hablando de los peligros que supondría una victoria del ex secretario general del PSOE frente a la tampoco muy convincente ‘lideresa’ andaluza. Primer punto: si gana ella, tendrá que acercarse al PP para, juntos, contrarrestar el peligro separatista catalán, que algún paso decisivo, como convocar oficialmente el referéndum secesionista, podría dar este mes de mayo, aprovechando que Rajoy estará enfrascado en sus viajes y en su Presupuesto y que los socialistas están en lo que están, que bastante tienen. Segundo punto: si gana él, Pedro Sánchez…

Si gana Sánchez, el panorama podría cambiar de veras. No solamente porque Mariano Rajoy podría así encontrar un pretexto para anticipar unas elecciones que concluyan, de paso, con las ‘cesiones territoriales’, esta vez a Euskadi y a Canarias, para ver aprobadas sus cuentas del Estado, unas cesiones que tanto enfado están provocando en otras autonomías. Es también que, si gana Sánchez, la aproximación a Podemos, que espera con ansia conocer el resultado de las primarias socialistas, se considera inevitable. Es decir, que el PSOE, ya dividido de antemano, tendrá que optar con una alianza a la derecha o a la izquierda. Una izquierda, la de Podemos, que ya ha convocado manifestaciones (la víspera de la jornada electoral en el PSOE, mire usted que casualidad) en apoyo a su moción de censura, que oficializará también por esos días: quieren ser la alternativa a Rajoy, dejando al PSOE en segundo plano. Y está a punto, creen muchos, de ocurrir.

Es en este momento cuando debe aparecer de veras la figura de Rajoy. De él depende dar un puñetazo en la mesa para empezar a arreglar el desastre que se está propiciando en Cataluña. Y, si usted me apura, hasta para dejar de propiciar el caos en el que se ha sumido el aún segundo partido del país, el que tiene tras de sí más historia, el que puede dejar huérfanos a muchos ciudadanos que, sintiéndose de izquierda, buscan ahora su Macron para alejarse de Benoit Hamon y, claro, de Melenchon. Sí, creo que desde el PP algunos propiciaron en su día, quizá algo irresponsablemente, el ascenso de Podemos para debilitar al entonces aún fortalecido PSOE; ahora tiene Rajoy la ocasión de enmendar algunos errores del pasado, como el que comento, y otros, incluyendo aquel recurso contra el Estatut catalán. ¿Lo hará? Quién puede estar seguro de las reacciones de Rajoy: dar puñetazos en la mesa no es lo suyo. No es Fillon, desde luego, y menos Le Pen, pero tampoco Macron. Representa un mínimo de sentido común en el país descabellado, pero también representa el mínimo posible del hombre de Estado. Va a Tenerife, se supone que en un guiño a los de Nueva Canaria, y solo se le ocurre decir que ‘huiré de la bronca’. Hay ya marianólogos como antes había kremlinólogos, que de la opacidad sacaban indicios que permitían ver hacia dónde podrían dirigirse los tiros políticos, pero incluso los marianólogos más acendrados permanecen en el desconcierto.

He escuchado a un interlocutor importante del presidente, que le animaba a poner en marcha políticas para ganar a ese siete por ciento de catalanes que quieren reformas nacionalistas, pero que temen al independentismo puro y duro, que Rajoy le respondió algo así como «sí, pero yo tengo que ganar en Soria». Ya lo he dicho muchas veces: no se puede estar simultáneamente en Soria y en Siria. NI sujetando La Moncloa y la plaza de Sant Jaume al mismo tiempo.

O sea: que Rajoy va a tener que abandonar su vieja tesis de que todos los problemas se pudren, su galleguismo perfeccionado hasta el extremo, para definirse. Tiene que cabalgar este mes de mayo si no quiere correr (y que corramos) el riesgo de que los caballos del Apocalipsis, o poco menos, le (nos) pase por encima. Y no, no me estoy poniendo apocalíptico. Es, simplemente, que no me gustan las tormentas perfectas, esas que se desencadenan cuando los elementos se alinean en nuestra contra. Al timón.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído