Fernando Jauregui

El Presidente anda perdido

El Presidente anda perdido
Fernando Jáuregui. PD

Dicen que más importante que saber llegar es saber marcharse. Y no molestar con el recuerdo de lo que hiciste. Lo digo en el día en el que el Congreso de los Diputados, cuando el planeta tanto está cambiando hacia un futuro incierto, pide al Gobierno que saque a Franco y a José Antonio Primo de Rivera del Valle de los Caídos. No me parece lo más urgente del mundo, la verdad, aunque reconozco que el recuerdo de quien fue llamado Generalísimo y era un dictador culpable de muchos crímenes de guerra y posguerra me pone los pelos de punta.

Hace años que recorro las universidades y no he constatado que los jóvenes españoles, acostumbrados a vivir en democracia, sientan angustia por la presencia de aquel caudillo enterrado en un paraje de España, aunque sea en el faraónico Valle: simplemente, lo ignoran. He concluido una encuesta entre doce mil estudiantes entre dieciséis y diecinueve años y les hemos preguntado quiénes son sus modelos a imitar, del presente o del pasado. Ninguno ha respondido que Franco, o José Antonio, sean, desde luego, sus mitos, ni para bien ni para mal. Claro que entre tales mitos no figura ningún político, vivo o muerto. Más bien, nuestros jóvenes quisieran ser Amancio Ortega, o Bill Gates, o Emma Watson; tal como se lo cuento a usted.

Lo peor de abandonar un cargo es que, al poco, nadie te recuerde. O, como en frase genial dijo Felipe González, que luego no ha tenido un comportamiento demasiado edificante como ex, te conviertas en un jarrón chino, que nadie se atreve a tirar a la basura, pero que tampoco nadie sabe dónde colocarlo: no hay rincón en la casa para el jarrón chino. Sobre todo, cuando insiste en dar lecciones que nadie le pide, acogerse a puertas más o menos giratorias o influir en sus sucesores: hay muy pocas excepciones que desmientan el conflicto entre sucesor y sucedido.

La memoria de Franco, lo digo sin ánimo de comparar, por supuesto, con otros ejemplos democráticos que cito, es un incordio, un jarrón chino: nadie sabe dónde ponerle. Personalmente, no creo recordar que jamás, ni por curiosidad, yo acudiese a visitar la losa. Por mí, que se quede ahí, acumulando telarañas: olvidemos a quien fue pesadilla para tantos. Sí creo, en cambio, que los personajes públicos a los que votamos -no fue, obviamente, el caso de Franco– deberían dejar testimonio, con luces y sombras, de su paso por el poder. No edulcorando su personal historia, desde luego. Las memorias hagiográficas y olvidadizas de tantos políticos, no solamente españoles, carecen de valor: no nos aportan nada nuevo. Entre otras cosas, porque no tienen el humor suficiente para reírse de sí mismos ni el coraje bastante para revelarnos qué hicieron mal, amparados en los recovecos de la oscuridad que permite el poder.

Hay, quizá, una excepción de la que deberíamos aprender. Me refiero a ese Bill Clinton, que ha decidido unirse al novelista James Patterson para juntos escribir una obra de relativa ficción: The President is missing, que podría traducirse como ‘el presidente ha desaparecido’ y también, y a mí me gusta más, ‘el presidente anda perdido’. Bueno, al menos un poco de imaginación alumbrando la política, cuando, de todas formas, la realidad supera a lo inventado: mire usted, por ejemplo, la biografía de Macron. O la de Trump, que, es obvio, nada tiene que ver con la del nuevo y respetable presidente de la República francesa, si no es la diferencia de edad con su pareja. O los manejos en la oscuridad de Putin. O lo de los misales de la ex cónyuge del ex molt honorable.

Porque a veces quien anda perdido es, más que el ex presidente de turno, que ya veremos si en su alianza con Patterson recuerda algún pasaje sobre becarias, el propio presidente en ejercicio. Y todos, todos, deberíamos tener cuidado con lo que hacemos con nuestras vidas, no vaya a ser que un día algunos, incluso con toga, nos exijan que escribamos nuestras memorias. Y no en plan novela, precisamente. No nos perdamos en el hoy, porque alguien puede que nos encuentre mañana, recordándonos con espanto.

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