Jaime González

El tanatorio: el socialismo ‘c’est fini’

El tanatorio: el socialismo 'c'est fini'
Jaime González (ABC). PD

¿Quién fue el culpable? En realidad, entre todos lo mataron y él solito se murió, porque desde aquella imagen (6/5/2012) de François Hollande aclamado en la plaza de la Bastilla a la que ilustra este breve comentario -su último consejo de ministros convertido en tanatorio- apenas han pasado cinco años.

Aquella noche apeló a la frase-mantra que la socialdemocracia viene acuñando desde hace cuatro décadas: «Voluntad de cambio». Y en aquel mes de mayo firmó su condena política al proclamar bien alto: «Hay que terminar con la austeridad».

El socialismo galo ha muerto porque Hollande no tenía un proyecto de país, sino un par de frases hechas incompatibles con la realidad de una nación en franca decadencia. Cuando el agua le llegó al cuello, ya era demasiado tarde. Hollande creyó ver la luz en diciembre de 2015:

«Hay que liquidar al Partido Socialista para crear un Partido del Progreso».

Su propuesta era la confirmación de que los hijos del socialismo galo habían decidido matar al padre para salvar el pellejo.

El más listo fue Emmanuel Macron, que mientras Hollande y Manuel Valls preparaban el parricidio, se fue de casa sin avisar en el momento justo. Como Hollande y Valls ya no podían liquidar al padre -hubiera estado muy feo-, pasó lo que tenía que pasar: que el partido, antes de expirar, liquidó a Hollande y Valls.

Entre tanto, Macron, exministro de Economía, se dejaba querer por el poder financiero, cuya capacidad de predicción -por la cuenta que le tiene- es infinitamente mayor que la del poder político.

Se inventó ¡En Marcha!, un nombre que evoca el presente continuo, pero que en realidad es eso: una idea surgida sobre la marcha que ha ganado por descarte, por la estricta aplicación de la teoría del mal menor. Toda una lección de oportunismo político, aderezada de suerte, porque si François Fillon no se hubiera enredado en corruptelas domésticas, el centro derecha ostentaría el poder en Francia con absoluta certeza.

Ha tenido Macron la suerte del principiante, lo que no es ningún demérito. ¿Y Hollande? Pues ahí está: apurando las últimas horas en compañía de sus hermanos junto al cadáver del padre. C’est fini. El socialismo ha muerto.

En realidad, se murió al poco tiempo de que Hollande proclamara su «voluntad de cambio», pero lo escondieron en el fondo de un armario.

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