Por encima de la prepotencia del hombre contemporáneo, se abre la grieta de la fragilidad, cuyo boquete crece y medra dilatado por la soberbia del propio ser humano, y por su capacidad para creerse que no existen límites a su acción.
De ahí que el tiempo que nos ha tocado esté lleno de desequilibrios y de peligros bien serios.
Desaparece la intimidad, los robots destruyen millones de puestos de trabajo, la industria contamina, el clima cambia y la cibernética transforma viejos paradigmas, hasta llevarse por delante venerables instituciones, incluidos algunos valores de las consolidadas democracias.
Este 12 de mayo de 2017, medio mundo entró en pánico al saber de un ciberataque, de cuyas proporciones y consecuencias todavía no estamos muy enterados.
Sí ha quedado claro, en cualquier caso, que este moderno y tecnificado mundo nuestro es muy débil ante una situación como la que este viernes, y en parte hoy, vivimos.
Tomamos conciencia ahora de que el gran reto de la industria informática es dar seguridad a un universo abierto como el que ella misma creó y que la guerra, aun en tiempos de paz, consiste en estar preparados para defenderse.
