Fernando Jáuregui

¡Es la (ciber)guerra, estúpido!

¡Es la (ciber)guerra, estúpido!
Fernando Jáuregui. PD

Decir que el mundo se ha vuelto loco es acaso la peor manera de simplificar, dejándolos de lado, los problemas que nos agobian. Que el mundo sea colocado al bordo de un ataque de pánico por unos malhechores no se sabe bien a sueldo de quién y al servicio de qué, porque ellos dominan un terreno en el que muchos nos movemos con torpeza, es altamente inquietante.

Pero es lo que sucedió cuando, a mediodía del viernes 12 de mayo, los ordenadores de medio mundo, y también, claro está, de España, comenzaron a infectarse desde lugar remoto, ofreciendo un paso más a esa visión quizá algo apocalíptica, pero no creo que demasiado exagerada, del Papa Francisco: «estamos en una tercera guerra mundial virtual». Pero, me temo, muy real.

Yo diría que la semana política concluyó con un grito de alarma impotente. Lo demostraron algunas grandes empresas, que fallaron en comunicación y en su designación de algunos hackers como responsables de su seguridad interna y externa. Lo evidenciaron más de medio centenar de Estados, cuyos servicios de inteligencia se mostraron aparentemente impotentes para frenar el caos en servicios de comunicaciones y hasta en hospitales.

Quedó patente en las balbuceantes explicaciones sobre malawares, ransomwares y virus maléficos de todo tipo, ensayadas por presuntos expertos consultados por las televisiones.

Nos lo había avisado Wikileaks, ese espía mundial capitaneado, desde su forzosa reclusión en la embajada ecuatoriana en Londres, por Julian Assange, creo que temerariamente considerado un enemigo universal por los Estados Unidos: algo estaba fallando en Windows. Nadie le hizo caso, al menos que se sepa. Como nadie quiso tomarse en serio las advertencias de Francisco. O las de Obama o las de Angela Merkel, hartos sin duda de detectar hackeos desde China.

O desde Rusia. O hartos de espiarse mutuamente, porque esta tercera guerra mundial en las ondas es la de los controles telefónicos, el espionaje informático en asuntos económicos y políticos y la del intervencionismo ilegal en las campañas electorales. Y ya verán, ya, las revelaciones que sin duda vienen sobre cómo se las gastan determinadas agencias de inteligencia…

Y lo peor es que el común de los mortales entiende muy poco de lo que está pasando. Cuando dirigía un grupo de periódicos en Internet, sufrimos, hace años, un ataque malicioso que los expertos de la Policía y la Guardia Civil dijeron que provenía, al parecer, «de un país del Este de Europa».

Nos dejó cinco días fuera de la circulación, lo cual es enormemente grave para un medio de comunicación, y aún seguimos sin tener una explicación oficial: ni siquiera los magníficos especialistas del Ministerio del Interior y del CNI se pusieron, ni se ponen, de acuerdo plenamente sobre lo que está ocurriendo. Los ‘malos’ parecen más expertos en hacer daño que los ‘buenos’ en repararlo.

Y ni siquiera cuando los segundos contratan a los primeros son capaces de vencer un crimen global que merecería la atención de una conferencia especializada de las Naciones Unidas. Pero ya se sabe que la ONU está a otras cosas. O a ninguna…

No deja de producir una cierta aprensión el hecho de que esta jornada ciberbélica, que ha hecho perder cientos de millones a empresas, que ha provocado terror en las bolsas, que a punto ha estado de costar vidas de pacientes en hospitales británicos, haya pasado casi en la penuria de reacciones oficiales.

Como si fuese, de verdad —es lo que nos han pretendido hacer creer los criminales–, un acto de mera delincuencia común, tan solo, y ya sería bastante, en busca de rescates económicos. Como si no fuese la advertencia de que sigue la escalada.

Como si a Bergoglio, que es personaje de talla máxima, hubiese que confinarle en Fátima, con los pastorcitos. O como si a Obama, y a esa extraña campaña electoral americana que nos colocó a Trump en la Casa Blanca, hubiese que olvidarlos. O como si Angela Merkel, otro de los personajes mejor informados del mundo, estuviese presa de un ataque de celos contra Putin. Lo urgente, en estos momentos, parece ser esperar a nuevos y dañinos acontecimientos, y que no pare la fiesta.

Y aquí, por estos pagos, más de lo mismo. Rajoy andaba con frases parabólicas, sin decidirse a hablar claro, en el reino –¿?– de Puigdemont; los del PSOE, en su campaña que ha de helarles, a cada uno de los tres psoes, el corazón; los de Podemos, con su inútil moción de censura; los de acá, que si con el Valle de los Caídos; los de allá, con que si todo va bien, así que para qué cambiarlo…

Quizá no se den cuenta, y perdón por parafrasear de nuevo la manida frase del asesor de Clinton, de que ¡ha estallado la ciberguerra, estúpido! Y que este no es un problema que, como otros muchos que ha sorteado Rajoy, como otros tantos que se soslayan mirando hacia otro lado por fuerzas de la oposición, como los que sistemáticamente ignora la Organización de las Naciones Unidas, vaya a pudrirse. Quizá tardemos aún algunos, pocos, años en darnos cuenta. Para entonces nuestros propios avances nos habrán devorado.

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