El silencio de los obispos en este momento de España me genera siempre inquietud. Es cierto que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, y que no existe nada más elocuente que la obra social, diaria y terca, de los católicos y de su Iglesia en la vida de nuestro país.
Pero algo podrían decir en torno a ciertas cuestiones. Lo curioso es que algunos prelados -Setién y Uriarte- sí mostraron una marcada comprensión con la causa de los asesinos etarras y una enorme frialdad con sus víctimas, desoyendo así el mandato evangélico, para escándalo de la sociedad española.
Ahora, los obispos catalanes piden respeto hacia el «proceso» e invocan las legítimas aspiraciones del pueblo catalán. Una vez más, tan acusado sentido de la discrecionalidad por parte de determinados jerarcas del clero ofende a la mayoría de feligreses. Parece que solo se sienten pastores de una parte del rebaño.
Esa preocupación por atender -y entender- a quienes quieren burlar las leyes frente al resto de la ciudadanía es algo frontalmente opuesto a lo que nos enseñaron del concepto cristiano de caridad.