Gabriel Albiac

El PSOE es hoy una estructura funcionarial y un fantástico proveedor de empleos

El PSOE es hoy una estructura funcionarial y un fantástico proveedor de empleos
Gabriel Albiac. PD

MÁS allá de la lógica pelea por poder y sueldo entre tres personajes zafiamente mediocres, ¿hay algo en lo cual hallar una pizca de grandeza en esta guerra del PSOE? Los más sentimentales dirán que sí, que ese algo se llama «socialismo», que es herencia mayor de los movimientos liberadores europeos. Y se equivocarán -pero ellos no lo saben-, al soñar que «socialismo» sea un término en cuyo contenido unívoco culminen los ideales ilustrados. «Socialismo» arrastra resonancias más complejas.

Acuñado, en la primera mitad del siglo XIX, para designar cierta visión crítica de la realidad social, socialismo acabó por tomar, en 1848, el sentido técnico de una doctrina de partido: un modo transitorio de organización social que, mediante apropiación colectiva de los medios de producción, ya sea estatal o cooperativamente, abriría el camino hacia la supresión de las clases sociales definitoria del comunismo.

La experiencia de entreguerras fue letal para esa mitología socialista que, en 1932, el Diccionario de la Academia Francesa definía como «doctrina que preconiza un plan de organización social y económica que subordine los intereses del individuo a los del Estado».

Tal estatalismo atraviesa ideologías diversas. «Socialistas» se dirán todas las variedades de la izquierda europea, incluida la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de Stalin. Pero igual de socialistas se dirán los movimientos fascistas desde su nacimiento.

En la Italia en la cual Mussolini funda el Partido Fascista por escisión del Socialista. En la Alemania en donde «nacional-socialista» -o, quizá mejor traducido, «socialista nacional»- es el nombre del «partido de los trabajadores alemanes», sobre el cual alzaría Hitler su poder y, con él, el mayor exterminio de la historia moderna. «Socialista» es también, claro está, el reformismo que, a partir del Congreso de Bad-Godesberg, en 1959, tomará nombre, menos envilecido, de «socialdemocracia».

Los tres, no demasiado ilustrados, personajes que se enfrentaban ayer tenían ante sí una tarea a cuya complejidad no parecen dotados para dar respuesta. ¿Qué es el PSOE? Responder que es el partido que fundara Pablo Iglesias hace 138 años, daría sólo risa.

Ese partido desapareció durante los cuatro decenios de la dictadura. Sus siglas fueron luego arrebatadas a sus legítimos -y ancianos- propietarios. Y entregadas a aquellos a quienes el Departamento de Estado juzgó los más fiables en una transición que coincidía con el principio del fin de la guerra fría. El encargo se cumplió admirablemente.

Pero aquella cosa, inventada para pilotar el trasvase del franquismo a Europa, una vez cumplida su función, quedó sin objetivo. Y el PSOE es hoy -ni más ni menos que todos los partidos- una estructura funcionarial y un fantástico proveedor de empleos en una sociedad donde el empleo ha pasado a ser un lujo. A eso se reduce todo.

Tres aspiraban este 21 de mayo de 2017 al puesto mejor pagado. Ninguno sabría ganarse la vida de otro modo. Compadézcalos quien pueda. Yo no.

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