Fernando Jauregui

Ciudades al borde… ¿del caos?

Ciudades al borde... ¿del caos?
Fernando Jáuregui. PD

Nunca es buen momento para paralizar una ciudad y hay manifestaciones y huelgas que deberían, por el interés público del servicio que se corta, tener una regulación muy específica y estricta. Lo dije en una televisión madrileña, precisamente cuando, este martes, la capital empezaba a quedarse paralizada por la protesta de los taxistas, una protesta que se ha extendido, en forma de paros, a numerosas ciudades españolas. Gustó poco mi comentario y recibí algunos exabruptos. Lo lamento, pero no podemos permitir que las ciudades se nos mueran por la contaminación, la asfixia del tráfico, la falta de servicios a los habitantes permanentes y a los turistas y la mala gestión municipal, que no es factor ajeno en muchos casos al caos que se organiza en esos espacios para la convivencia -y también para convertir en víctimas a los ciudadanos- que son las grandes urbes.

Vivimos una era de inestabilidad política ‘urbanita’, derivada sin duda de acciones de violencia, de muchos errores de quienes quieren representarnos… y de alteraciones laborales con escaso futuro. Quiero decir que sectores como la estiba, que tantos conflictos ha generado y aún, pese a todo, genera, o el que comentamos del taxi, o el de los coches de alquiler en general, van a experimentar tales cambios en el curso de pocos años que más valdría que sus responsables comenzasen a pensar menos en el presente y más en el futuro. Y conste que con ello no estoy condenando las legítimas reivindicaciones laborales. Simplemente, quiero decir que no puedo ponerme a favor de los taxistas y en contra de Uber, o viceversa, porque las cosas no van a ir necesariamente acerca de si los coches van pintados de una forma u otra, o si están regulados por las autoridades municipales o autonómicas. No; la cosa va a ir, dentro de muchos menos años de lo que pensamos, por el sendero de los vehículos sin conductor, lo cual va a propiciar una revolución social en tantos órdenes y aspectos que ahora resulta muy difícil evaluar todas las consecuencias.

No soy urbanista, aunque he trabajo un tiempo para el Ayuntamiento de la ciudad de Madrid, cuando tuve ocasión sobrada -luego la he tenido como paciente conductor o maltratado transeúnte- de comprobar los dislates y ocurrencias de toda laya de los munícipes, y no solo de estos. Porque si hemos tenido líos con la estiba no ha sido (solamente) por el egoísmo cortoplacista de los trabajadores del sector, como quieren hacernos creer. Y si se ha llegado a la gran manifestación de taxistas airados (aunque de buen talante, también hay que decirlo) y de aeropuertos incomunicados tampoco ha sido únicamente porque los conductores ven amenazados puestos de trabajo y su modo de vida: creo que, una vez más, ha faltado planificación y sentido de la gran ciudad como lugar donde se desarrolla la vida de los ciudadanos, su trabajo, su ocio. Y entiendo que combatir la contaminación no consiste solamente en prohibir el tráfico rodado, como hacer un Ayuntamiento saneado no se basa en multar a destajo llenando la ciudad de ‘trampas’ para el conductor.

Ahora que lo rural se queda limitado casi a vivienda secundaria, hay que reflexionar mucho sobre el futuro que les damos a nuestras ciudades. Y ese futuro pasa por estudios sin dictámenes apresurados, por comisiones mixtas del gobierno central y de los autonómicos y locales y por no convertir el centro de las ciudades en manifestódromos o en campos de deporte municipales. Ni en campos de batalla entre conductores que tendrán que reciclarse.

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