Jordi Rosiñol

El estirado parasito

El estirado parasito
Jordi Rosiñol Lorenzo. PD

Da igual la ideología, no es importante lo que piensen unos u otros, en realidad la minoría dominante parásita en la mayoría comprometida con la «causa» la misma causa o cualquier otra, para unos pocos la mejor de las causas son ellos mismos, eso es una realidad muy común y llena de ejemplos cotidianos en todos los ámbitos y organizaciones, tantos sociales, como políticas o empresariales, unas prácticas que durante el transcurso del tiempo pueden ir en paralelo, o por interés del hipócrita pueden llegar a entrelazarse incluso.

Con esto no descubrimos nada, es un hecho que ha existido siempre y que seguirá existiendo. Conscientes tenemos que ser que mientras unos se dejan la piel trabajando por sus ideales, y van presumiendo con razón de sus logros, admirados parias que gritan como un mérito anteponer el interés común por encima del propio. Mientras eso ocurre los otros pocos, los dirigentes sonriendo por la comisura de los labios y con carcajadas silenciosas por dentro les dan unas palmaditas en la espalda para que el ánimo no decaiga, por encima de todo está la causa les espetan, y con las mismas en cinco minutos se van a tomar un gin tonic.

Su habilidad y codicia les mueven a gestionar su futuro midiendo cada paso, cada palabra, manteniendo la máxima de no comprometerse con nada, ni con nadie que no le aporte un empujón a su carrera, con nadie que en el futuro le pudiera perjudicar en la estrategia marcada para prosperar. Sonríen, son simpáticos y cercanos con todos, pero solo es fachada, y el atrezo de la función durará solo el tiempo necesario para ayudarse a conseguir sus fines, lo tienen todo medido así que no intentes buscar en sus adentros, no busques en la oxidada entretela, porque solo hay un hueco tan amplio que no devuelve ni el eco de tus palabras.

¡Succionar el jugo sanguinolento hasta acabar hinchado y mareado como un piojo, ese es el fin! Y cuando ya no pueden seguir avanzando a codazos entre ellos, cuando ya no le dejan chupar más fuerte de la tetilla patria, entonces es cuando empieza la fiesta final del parasito. ¡Es en el cementerio de elefantes donde se colocan por parejas y danzan el baile de las puertas giratorias, arreglados con sus mejores vestimentas, con las barrigas llenas y los bolsillos colmados! Rebosantes de vanidad giran sobre su «dignidad» vuelta sobre vuelta como peonzas. Ya libres de competir se susurran al oído, recuerdan aquellos favores que se hicieron, aquellos años tan buenos que pasaron con el dinero y el esfuerzo de los demás, menos mal que estaban ellos allí, se dicen así mismos, porque si no, que mal gastados hubieran sido los fondos tales o cuales, si no hubieran estado en sus manos, sin sus testas pensantes dirigiendo, que hubieran hecho los luchadores idealistas en carpas perpetuas llenas de merchandising para repartir y convencer por una u otra causa, inocentes a los que se les acusa de no conocer cómo funciona el mundo real, infinidad de infantiles seres que no se dieron la vuelta en la caverna de los intereses creados por y para unos pocos.

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