Que hay que respetar a las mujeres, por supuesto. Tampoco sin pasarse porque a ellas les desagrada. Pero llevamos un decenio que todo lo que sea admiración hacia lo femenino es machismo y tiro porque me toca. Es una moda cansina que capitanean cuatro enloquecidas, muchas veces histéricas, y que se pasan la vida haciendo proselitismo y muchas veces jodiendo sin joder a los hombres.
Sé que lo que voy a decir puede sentar más que mal: este hostigamiento permanente al hombre puede incidir en determinados comportamientos del varón.
– ¿Se refiere usted a la violencia machista?
– Dejémoslo en la violencia de género en general, es más propio.
Todo es machismo, joputa. Yo fui muy amigo de Cela, cuando era como era, y sacaba de los nervios a mi entonces novia Itziar Otaño, a la que el Nobel elogiaba diciéndole: «¡Cómo me gusta verte andar!» Tenía un trasero glorioso.
Aquello coincidió cuando abusando de su amistad, la del escritor, le pregunté: Camilo: ¿por qué te enamoraste de Marina?
– Porque folla muy bien.
Algunas amigas mías me retiraron su amistad por mi relación con Cela. Eso sí, una vez folgadas y bien folgadas. Pero a lo que iba. Las repudiadas acciones de estos cafres-asesinos vienen motivadas, en cierto modo, por esta campaña mostrenca. Incivil. Asesina. Ahora, por si fuera poco con la campañita de marras, el Ayuntamiento de Madrid -en donde de haber un nido de iracundas feministas, con la abuela Carmena a la cabeza- ha puesto unos cartelitos para que los machos, y los cabríos mostrencos también, no se espatarren ni metan el codo donde no les llamen o se incurrirá en el machismo.
No, miren, no. Eso no es machismo. Es mala educación. Y es que en mis tiempos mozos se daba una asignatura que ha desaparecido como por encanto, quiero decir por el odio de estos podemitas desilustrados: Urbanidad. En los tiempos franquistas, el Metro llevaba no pocas advertencias: «No vender en los coches», «prohibido escupir», «no hacer aguas mayores ni menores…» Había respeto. Y, salvo excepciones, se dejaba el asiento a los mayores y se les cedía la derecha por las calles.
Hoy, nada de nada. Y no se te ocurra mirar a una damisela porque recibirás todo tipo de improperios prendidos a la etiqueta de «machista». Además de descarado o salido. Cansan.