En general, la burocracia inglesa, especialmente médica y forense, es oscurantista y lenta al mejor estilo inglés.
En Europa, identificar indubitadamente un cadáver tarda menos de 24 horas siempre que el estado del cuerpo se encuentre en una fase normal, bien por fallecimiento natural, bien por muerte violenta aunque sea por acuchillamiento o disparo. Y decimos esto, porque no hay que olvidar que cuando se produce un acto terrorista la familia de la víctima se convierte en otra víctima, llamémosle secundaria.
Y nos preguntamos ahora con ocasión de la muerte en Londres de nuestro solidario y valiente compatriota, Ignacio Echevarría y de la heroica australiana Kirsty Boden: Scotland Yard, ¿raya en la prudencia o en la insuficiencia, en el hermetismo o en la ineptitud?.
Y nos volvemos a cuestionar: si la impenetrable Policía británica es incapaz de identificar en tiempo real unas pocas y lamentables bajas humanas de un atentado terrorista mucho menos complejo y desafiante que los ocurridos en otros países de la UE: ¿Cómo va a garantizar la lucha contra el yihadismo si no existe una comunicación inmediata con el resto de los países occidentales?
¿Cómo va a justificar ante sus propios conciudadanos el tradicional hermetismo de sus métodos y la dilatación de la comunicación de los datos que posee? ¿Con comunicados estériles de disculpas por la demora? ¿Colocando flores de homenaje a las víctimas de cara a una aparente, ñoña y tardía sensiblería? ¿Recordando la tragicomedia de Lady Di?
Coincidentemente, los británicos son llamados a las urnas con el objetivo de fortalecer las negociaciones con Bruselas para sacar a su país del bloque comunitario, buscando la forma más conveniente e interesada para ellos.
Sin embargo, a priori, vistos los resultados, la ambiciosa Theresa May ha errado el tiro. Las negociaciones para la escisión serán duras y muy dudoso que sea un éxito para los de la isla salir de la UE, máxime si Ángela Merkel y el resto de mandatarios europeos conocen y son conscientes de la insolidaria condición de los ingleses, sobre todo de sus jubilados cada vez más importantes en las citas electorales en un país envejecido que no se resigna con su anciana Reina a admitir que ya no son el ombligo del mundo.
Si el Reino Unido se enclaustra definitivamente en un muro de silencio y de escasa solidaridad aunque esté tamizada de buenas palabras, puede que un día no lejano sus habitantes se arrepientan de su nacionalismo a ultranza pese a que sigan celebrando en el Royal Albert Hall londinense the Last Night de los Proms bajo la bellísima y muy patriótica música de la Marcha de Pompa y Circunstancia de Elgar.
Antonio Sánchez Cervera