Laureano Benítez Grande-Caballero

El «efecto boomerang»: las cuatro preguntas del millón

El «efecto boomerang»: las cuatro preguntas del millón
Laureano Benítez Grande-Caballero. PD

«25% de paro y Amancio Ortega tercero en el ranking mundial de ricos. Democracia ¿Dónde? Terrorista ¿Quién?». Esto decía el 7 agosto de 2012 el Turrión en su barbacana tuitera, una frasecita más para la esperpéntica colección del «Coleta Morada», y que iba dirigida contra Amancio Ortega, habitual objeto de ataques por parte de la tropa podemita.

Este alucinante tuit es un ejemplo prístino de lo que -tanto en la política como en la vida- puede llamarse «efecto boomerang», que viene a ser aquel mecanismo kármico de causa y efecto mediante el cual todo lo que lanzamos al mundo vuelve después Hacia nosotros, con efectos multiplicados. También puede asociarse a la conocida frase de «mira quién habla», mediante la cual quedan «retratados» todos aquellos que achacan a los demás aquellos defectos que nos quieren ver en sí mismos.

De paso, el Turrión lanza al mundo, y especialmente a España, dos preguntas del millón sobre la democracia y el terrorismo.

¿Dónde la democracia? Desde luego, donde no hay democracia es en Venezuela e Irán, los países que sospechosamente financiaron los comienzos podemitas, vía CEPS. Tampoco podemos considerar a Lenin -gurú ideológico de Podemos-como un modelo de demócrata de toda la vida, que digamos, lo cual cabe decir también de los regímenes comunistas que en el mundo han sido y fracasado, dejando tras de sí apocalípticas hecatombes de cadáveres y prisioneros.

De igual modo, no se puede considerar muy democrática la manía de los antisistema por escrachear a quienes no comparten su ideología, reventando mítines para impedir la libertad de expresión a personas como Rosa Díez o Felipe González.

Asimismo, es un atentado a los derechos humanos -con los que tanto se llena la boca el Turrión- poner como modelo de persona a quien asalta capillas, reventando el derecho democrático a la libertad religiosa.

Y escrachear el Congreso de los Diputados tampoco es una maniobra que responda a los parámetros de cualquier democracia homologada. Lo mismo que denunciar una supuesta «Ley Mordaza», a la vez que se amenaza con tomar represalias contra quienes disientan de la dictadura de la ideología de género.

Plantear absurdas y ridículas mociones de censura con el único objetivo de ejecutar maniobras golpistas contra los poderes constituidos también pertenece a la archisabida estrategia de las izquierdas de tomar el poder a espaldas de la voluntad democrática del pueblo, en la línea más tradicional de la República golpista que padecimos.

Apoyar un referéndum ilegal como el que se pretende hacer en Cataluña tampoco es democracia, pues la verdadera democracia consiste en el respeto a la legalidad vigente.

En cuanto a lo de quiénes son los terroristas, pues me da que eso lo sabe bien el señor Otegi, a quien los antisistema califican como «hombre de paz», y al que pasean por elegantes salones europeos. Aliarse con Bildu para gobernar en algunos ayuntamientos no es estar contra el terrorismo, en mi opinión, lo mismo que decir que un mamporrero como Bódalo es un sindicalista ejemplar, pedir la libertad para Alfonsito «el metrallero», apoyar a los titirietarras, jalear a personajes como Cassandr@, César Strawberry y Pablo Hasél -sobradamente conocidos por la violencia de sus tuits-, y haber sido el enlace en Madrid de los presos de ETA.

Tampoco es muy de recibo no haber condenado nunca clara y rotundamente el yihadismo terrorista, saliendo siempre con la matraca de la foto de las Azores, y negarse a suscribir el Pacto Antiterrorista.

Y, en cuanto a lo del 25% de paro, ahora andamos ya por el 18% -gracias a la eficaz política económica del gobierno-, pero me resulta hipócritamente escandaloso que le eche la culpa del paro a una persona, Amancio Ortega, quien con sus empresas ha creado miles de puestos de trabajo. Sin embargo, en el programa podemita se propone la abolición de las vallas fronterizas, con el fin de que todos los inmigrantes puedan entrar en España libremente, teniendo acceso desde un comienzo -y con preferencia- a todos los derechos de los españoles, aunque sean ilegales, aunque esta invasión produzca más paro entre «la gente» a la que se quiere rescatar desde la pijoprogresía izquierdista.

A estas dos preguntas del millón yo le añadiría una tercera: corruptos ¿quiénes? En verdad que es un escandaloso «boomerang» que despotriquen contra la corrupción unos personajes que, sin haber tocado todavía demasiado poder, ya cuentan con un buen currículum de tramposerías, chanchullos y toda clase de mafioserías. En el fondo, siempre me he preguntado qué nos va y nos viene con las corruptelas de los Bárcenas, Gürtel, etc… Para mí es mucho más grave que personajes que presumen de luchar contra la corrupción defrauden a Hacienda con sus impuestos, consigan becas «blacks», mercadeen con pisos VPO arrebatados a gente necesitada, tengan trabajadores a los que pagan en negro y sin contrato, etc.

Y, si el Turrión -al que Hacienda le devuelve dinero a pesar de que es uno de los parlamentarios que declaran más patrimonio- acusa a Amancio Ortega de terrorista porque es un empresario que supuestamente explota a sus pobres proletarios, Enrique Riobóo -responsable del «Canal 33» donde comenzó «La Tuerka», el programa televisivo del Turrión- acusó en su día a Pablenin de que, a pesar de manejar ingresos muy altos en su programa televisivo «La Tuerka», pagaba sueldos de miseria a sus empleados: «Le describiría como un explotador, un explotador con la cara muy dura que se llenaba los bolsillos mientras tenía esclavizado a su equipo de La Tuerka», afirmó en la publicación «Libremercado» -de «Libertad digital»-.

Y, ¿qué decir de los 272.000 euros que -según desveló «Ok diario»- pagó el gobierno de Venezuela al Turrión en un banco de las Granadinas. Este hecho ha sido desmentido por la entidad bancaria y por el susodicho, pero existe constancia documental de él.

Pero la corrupción no se puede limitar solamente al ámbito económico, aunque sea su versión más conocida en una sociedad que carece de valores. Asaltar una capilla es la versión más despiadada de la corrupción, puesto que entra de lleno en lo que puede llamarse perversión, degradación, degeneración, depravación… lo mismo que defecar en la Hispanidad, abandonar los escaños del Congreso en el homenaje a Rita Barberá, promover un aborto libre sin plazos, etc.

¿Cómo calificar el hecho de que la concejal podemita de Alzira se sorprenda de que todavía quede alguna iglesia en pie? ¿En qué categoría moral entra la lobotomización de las mentes de la infancia con principitas y princesitos? ¿Qué se puede decir de la descarada propaganda del LGTBI en los semáforos, en las televisiones, en los pasos de cebra y parques públicos? ¿En qué dimensión moral tendríamos que incluir la negativa de los sanitarios de Podemos aaceptar la donación millonaria de Amancio Ortega, jugando con la salud de «la gente» a la que pretenden salvar?

Sin embargo, he de confesar que la parrafada más terrorífica del Turrión fue la que espetó al Moneydero durante una conversación en «Telegram», donde muestra una ideología malsana que le inhabilita para continuar en su carrera política: «No me gustan los niños y la familia, ni pasear por el parque, ni vestir bien, ni que me paren las viejas, ni que franquistas asquerosos me digan olé tus cojones, y con la política de mayorías me pasa lo mismo que con el sexo de mayorías… No me la pone dura».

Y este señor aspira a gobernar un país donde todavía tenemos la vieja costumbre de vivir en familia y pasear a los niños por el parque. Si a eso le añadimos que considera nuestro himno como una «pachanga fachosa», ultraja la Hispanidad cada dos por tres, apoya ilegales referéndum de autodeterminación; que despotrica contra los jubilados que no le votan, contra los pijos, contra los que llevan corbata, los derechosos, los banqueros, los empresarios, los católicos, los taurinos… de todo esto surge incontenible la cuarta pregunta del millón: a pesar de todo esto, 5 millones de españoles votan al Turrión: ¿por qué?

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