Bien harían los socialistas españoles en escuchar un poco más a la calle, y algo menos a la militancia radical.
Porque, para gobernar España, es preciso conseguir entre 8 y 10 millones de votos, cifra que desde luego no se alcanza con la plurinacionalidad que nadie explica y nadie entiende, ni desde la imitación de la extrema izquierda.
Viene como anillo al dedo el ejemplo de Benoît Hamon, quien acaba de dejar en la indigencia a los socialistas franceses.
En las primarias de su partido, barrió al moderado Valls. Frente a esa apuesta de la militancia, la ciudadanía relegó a Hamon -un tipo radical y malencarado- al último lugar en las presidenciales y prácticamente tocó su suelo histórico en las legislativas.
El ánimo electoral real casi nunca se corresponde con el de los afiliados. Si Pedro Sánchez aspira a lograr más de ocho millones de votos, bien haría en prestar oídos a la calle, a la gente normal, a los que en realidad deciden, y a todos aquellos españoles a los que les horrorizan la insolidaridad y la impostura moral de los sediciosos.
Que tome nota de Macron, por cierto, ministro socialista en su día.