Ignacio Camacho

El problema de los derrotados en las primarias está en la dificultad para reconocerse en el PSOE que viene

El problema de los derrotados en las primarias está en la dificultad para reconocerse en el PSOE que viene
Ignacio Camacho. PD

SE van a tener que ir acostumbrando. Sólo ha pasado una semana desde que Pedro Sánchez retomó el timón del PSOE y los perdedores de las primarias, antes llamados susanistas, andan ya haciéndose cruces en privado.

La pirueta sobre el tratado comercial europeo es sólo un detalle de lo que les espera: un calvario. Guiños populistas, rectificaciones express anunciadas en Twitter, política superficial de gestos publicitarios. Eso por ahora; pronto vendrá el hostigamiento contra los barones críticos, la factura de los servicios no prestados. El retorno al estilo ensimismado de los dos años de liderazgo autocrático pero con el refuerzo de la incontestable autoridad que le otorga el triunfo recién logrado.

Les toca sufrir; ay de los vencidos. Al perder la partida perdieron también el partido. El secretario general tiene las manos libres para reanudar su proyecto y lo único que ha aprendido del derrocamiento es el modo de zafarse de la estructura orgánica. Ahora está convencido de la necesidad de neutralizarla.

Ya no tiene cortapisas ni bridas. La prioridad de ese treinta por ciento que no votó la nueva Ejecutiva es sobrevivir en una especie de exilio interior, como los antiguos moriscos.

Algunos ni siquiera podrán; van a ir a por ellos en los congresos regionales y provinciales y saben que no habrá prisioneros allá donde gane el sanchismo. El grupo parlamentario, de mayoría crítica, tendrá que conformarse con ejercer a regañadientes el papel de longa manus de la nueva dirección. Nada a lo que, al fin y al cabo, no estén acostumbradas sus señorías: un mandato imperativo teledirigido.

El único núcleo de poder con cierta capacidad de resistencia es Andalucía, convertida en la aldea de Astérix de la socialdemocracia. Susana Díaz trata de digerir el descalabro, con sus secuelas anímicas, para fortificar el feudo.

Sufrirá en alguna provincia conatos de hostigamiento pero no tendrá demasiados problemas para mantener intactos la mayoría de sus cuarteles de invierno. Porque eso es lo que llega: un gélido invierno político en el que poca oposición podrá hacer más que, como ayer, expresar su discrepancia y propinar algún pellizco. La cultura socialista favorece a Sánchez; hasta los más contestatarios tienen interiorizada la disciplina como un valor intrínseco.

El problema de los derrotados está en la dificultad para reconocerse en el partido que viene. Las viejas siglas se van a convertir en una carcasa al servicio del líder, que se ha apropiado de la marca para usarla al servicio de sus intereses.

Durante la confrontación electoral interna, sus adversarios decían que no es del PSOE sino que está en el PSOE. Lo que va a ocurrir a partir de ahora es que él será el PSOE, y eso creará un inevitable conflicto de identidad en los disidentes, emparedados entre su lealtad a la organización y la abierta hostilidad de su primer y ya único dirigente.

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