Fernando Jauregui

Solo la Constitución permanece

Solo la Constitución permanece
Fernando Jáuregui. PD

Si hemos de resumir en una palabra la tónica previsible de la semana que comienza yo emplearía esta: ‘aniversarios’. El Parlamento será el marco en el que se celebre un homenaje a las víctimas del terrorismo, el martes, y la conmemoración de los cuarenta años de la celebración de las primeras elecciones democráticas tras el franquismo y las consiguientes Cortes que, de hecho aunque no nominalmente, fueron constituyentes. No podremos evitar las comparaciones entre aquel ayer y este hoy: veremos reaparecer rostros casi olvidados de aquella Unión de Centro Democrático, de aquel PSOE, quizá también de aquella Alianza Popular de Fraga y aquel Partido Comunista de Carrillo: muchos protagonistas han muerto o desaparecido en la que sin duda ha sido una total renovación de caras políticas. Ninguno de los que hace cuatro décadas se sentaron en aquellos escaños se mantiene ya, lógicamente, en activo. Solo la Constitución permanece. Y una legislación que, en no pocos aspectos, urge reformar.

Por poner un ejemplo: quién podría haber pensado hace cuarenta años en esa realidad, aún no plenamente asimilada por una parte del cuerpo social, que es Podemos. Y menos aún que la formación morada podría acabar aliándose -veremos_ con el Partido Socialista que, en aquel junio de 1977, había salido de la clandestinidad menos de un año antes, de la mano de Felipe González/’Isidoro’. Veremos si, este miércoles, González coincide con Pedro Sánchez -que no es diputado_ por los pasillos de la celebración en el Congreso: tienen muy poco que decirse, porque ‘este’ PSOE es ya bastante diferente -no digo mejor ni peor_ de ‘aquel’ que desalojó a los ‘históricos’ de Rodolfo Llopis en el congreso de Suresnes. Ni la derecha de Rajoy, entonces un opositor a registrador de la propiedad, tiene demasiado que ver con aquella del exuberante Fraga. Ni el centro ‘macroniano’ de Rivera podría equipararse a la UCD de Adolfo Suárez. Ni esa corrupción, que llevará este lunes a Bárcenas ante la comisión parlamentaria investigadora de los desmanes cometidos en el pasado por el PP, constituía una de las principales preocupaciones de una ciudadanía que, ilusionada, quería olvidar las negruras y estrenaba democracia, descentralización, acercamiento a la hasta entonces ‘vetada’ Europa y anhelaba la Constitución de las libertades que se aprobaría en referéndum en 1978.

Y, como digo, es precisamente esa Constitución el principal lazo de unión entre aquellos tiempos y los actuales. Nunca he entendido las resistencias a reformarla: han cambiado muchas cosas en el mundo, en Europa, en España, en la tecnología, en los usos y costumbres sociales, como para pensar que aquella buena Constitución que acaparó, en mayor o menor medida, el consenso de todas las fuerzas políticas, no precise urgentemente de reformas. Incluso los ‘padres’ de la ley fundamental que siguen vivos -Miquel Roca, Miguel Herrero de Miñón, José Pedro Pérez Llorca_ admiten, hasta donde sé, que se precisan algo más que retoques. Puede que en la reforma constitucional, bien planificada y acordada entre las fuerzas principales, residiese la solución a unos problemas territoriales que, hace cuarenta años, ya estaban ahí, pero no de la manera acuciante de ahora.

Claro que no digo que haya que cargarse la Constitución y hacer una nueva: la de 1978 sigue siendo perfectamente válida, en mi opinión. Pero sí afirmo que empieza a ser urgente reforzar el papel del Rey, modificar la normativa electoral y precisar el encaje territorial de las autonomías en una España unida. Además, claro, de reformar otras muchas cuestiones que han quedado ya obsoletas porque el planeta ha avanzado y la ley de leyes está algo anticuada en aspectos importantes. Cuatro décadas no pasan en balde.

Pienso que la celebración del día 28 es algo más que un festejo conmemorativo donde se derrame alguna lágrima nostálgica. Puede ser una oportunidad para reflexionar, por ejemplo, en que no es posible un país que se consume en un duelo a garrotazos por un término como ‘plurinacionalidad’ o ‘Estado federal’. O por las rencillas personales entre los dirigentes políticos, o por ambiciones sin causa de ciertos dirigentes. O por la angustia y el cabreo ciudadanos ante una corrupción que, desde luego, ya no es la que era, pero que ahí sigue, en tribunales, comisiones de investigación y titulares periodísticos.

Puede, ya digo, ser una espléndida oportunidad para comenzar a ocuparnos de una vez del futuro más que del pasado. No deberíamos, lo digo muy en serio, desaprovecharla porque pensemos que vivimos en el mejor de los mundos, que es la peor manera de afrontar un porvenir sano. Quien suscribe estuvo allí hace cuarenta años, viendo a `Pasionaria’ presidir la mesa de edad; la mayor diferencia entre entonces y ahora, me atrevería a decir, es que hace cuarenta años existía una ilusión colectiva en la construcción de un país. Hoy, temo que eso no existe.

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