Jon Juaristi

Posverdades

Qué antiguos eran los antiguos, con aquello de que la verdad nos haría libres

Posverdades
Jon Juaristi. PD

SEGÚN ha anunciado el director de la RAE, Darío Villanueva, el Diccionario de la Venerada Institución (o Docta Casa, como se prefiera) incluirá, en su próxima edición la voz posverdad, cuyo equivalente anglicano, como habría dicho mi admirada Carmen Calvo (¿quién no la añora en tiempos de Pedro Sánchez?), el palabro post-truth, ha sido la pera limonera de este año en el pobladísimo mundo de lengua inglesa.

La verdad es que yo no lo he oído mucho en el mundo de lengua española -o así- que más frecuento, o sea, el Madrigrado de doña Manolita, también llamado Sodomadrid en según qué días o semanas de máxima ocupación hotelera.

No solamente no he oído lo de post-truth a guiri alguno que me haya sido dado conocer, sino que ni siquiera me suena lo de posverdad, y eso que cojo el metro a diario y voy tan al loro de lo que masculla el personal como el Higgins del Pigmalión de Bernard Shaw.

He llegado a escuchar este último martes, en la línea 9, entre Concha Espina y Cruz del Rayo, un ¿no’verdá?, variante dialectal de la fórmula ¿no es verdad (ángel de amor)? que yo creía definitivamente extinguida, y que estuvo en uso en la comarca natal de mi abuela materna, altas cañadas mesteñas del norte de Burgos, hasta su total despoblamiento tras la guerra civil. Pero lo de la posverdad sólo se lo he oído al director de la Real Academia Española, Darío Villanueva. Lo que no quiere decir nada especial, porque soy muy poco sociable, y a lo mejor no paran de decirlo en sofisticados ámbitos que no frecuento.

Según un comunicado oficioso que los medios atribuyen, no sé si veraz o posverazmente, al propio profesor Villanueva, el término posverdad se refiere a «toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público».

Me lo van a tener que explicar con más detalle, porque tomando al pie de la letra tal definición, la posverdad sería prácticamente todo lo que se dice en público, desde aquel «¡que viene el lobo!» con el que un pastorcillo cabroncete inventó la literatura de ficción hasta lo de «el referéndum no se va a celebrar» o su contrario.

En la Oceanía de Orwell, el Ministerio de la Verdad, que tenía a su cargo la creación del newspeak (o sea la neolengua, que es al newspeak lo que la posverdad al post-truth) y que, como es obvio, en nada se parecía a la RAE, producía tres tipos de vocabulario. El llamado vocabulario C «consistía en términos técnicos y científicos similares a los de uso común y construidos con semejantes raíces, si bien se ponía mucho esmero en definirlos de modo tan rígido que no dejaba lugar a significados indeseables.

Muy pocos términos C servían para algo en la comunicación diaria ni en el discurso político», pero su indispensable utilidad se revelaba a medio o largo plazo. Favorecían el olvido de las antiguas palabras, y de eso se trataba, según Orwell: «Cuando la viejalengua (oldspeak) se hubiera por fin olvidado, se habría cortado el último vínculo con el pasado».

Al profesor Darío Villanueva, nuestro mayor especialista vivo en la obra de don Francisco de Quevedo, no le extrañará que al oír lo de posverdad haya recordado aquella letrilla: «Pues amarga la verdad/ quiero echarla de la boca,/ y si al alma su hiel toca,/ esconderla es necedad».

Así pues, según don Francisco, la verdad no tenía nada que ver con la apelación a las «emociones, creencias y deseos del público». Y posiblemente tampoco con «los hechos objetivos», que, como mucho, constituían un simple pretexto para recordarla y amargarte el día. Cómo eran los antiguos, qué horror, con la murga aquella de que «la verdad os hará libres…».

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