Jordi Rosiñol Lorenzo

Por un puñado de ‘Francos’

Por un puñado de 'Francos'
Jordi Rosiñol Lorenzo. PD

Es cierto que, los primeros pasos dados por nuestra democracia tuvieron que ser andados con pies de plomo.

No se podía dejar suelto ningún cabo en el hilar del encaje de bolillos que supuso la transición, fue una ardua tarea frente a los tirones que daban unos y otros por los extremos del traje democrático, muchos eran los que buscaban descoser, desgarrar el pespunte de cualquiera de las costuras. Poco falto para que España y el camino hacia la democracia involucionara.

La amenaza real justificaba de sobras la tutela por parte de los poderes del estado, acompañándo en el aprendizaje, manteniendo la moderación y la firmeza que requería la situación y el objetivo final.

Que la sociedad de la época no estaba preparada y que había que dar masticadas las cucharadas de libertad, es una obviedad. Igual de obvio que han pasado ya más de cuarenta años e igual que antes nuestro sistema se podía desgarrar por la debilidad del pespunte, hoy en día también se puede rasgar por apretar y tirar tanto de las antiguas puntadas.

La madurez y la falta de complejos de la población en el contexto actual, hace innecesaria la aguja conservadora del hilo de los privilegios adquiridos por las formaciones políticas durante la transición.

El rechazo social a las formas dictatoriales que utilizan los partidos políticos es cada vez más intenso, las personas como la democracia hemos avanzado, y como ella necesitamos que se abran las ventanas para ventilar, y las puertas para que participemos de ella, es un clamor el deseo de transparencia.

No puede ser, que los dirigentes de cinco o seis formaciones sean los que deciden un número igual de listas electorales que serán las que nos ofrezcan en las elecciones de turno. Cinco o seis «Caudillos» a elegir, sin despeinarse y sin vergüenza alguna no paran de repetir durante décadas la necesidad de cambiar la ley electoral, pero a ninguno le da tiempo nunca en la legislatura, ¿Cuántos intereses hay?

¿Cuánto clientelismo? La rigidez que un día fue necesaria ahora se convirtió en la «Cosa nostra» las familias independientemente de las siglas se reparten el poder y lo que con él conlleva.

Existe la razón indispensable por salud democrática de cambiar la ley electoral, que haya listas abiertas, que el ciudadano pueda elegir a todos y cada uno de sus representantes, no solo a la lista que presenta cada dirección, un cabeza de cartel seguido en la papeleta por una serie de nombres impuestos que, por supuesto son los que mejor se han portado en «clase», los que no han hecho enfadar al líder utilizando el criterio propio o el derecho a discrepar.

Los que llevan toda la vida en las listas y no quieren que los bajen o los dimitan, y los que hacen méritos durante años para estar en ellas.

Todos sin sonrojarse y a pies juntillas defienden las consignas más inverosímiles siempre que lo mande el partido, practicando así el deporte rey en las sedes políticas, y que no es otro que el «peloterismo partidil».

Sin darse cuenta ninguno de ellos salvando honrosas excepciones de que en realidad las direcciones, y los acólitos con carné en el bolsillo, son solo una gota de agua en el océano de la sociedad española, una sociedad madura, una marea de votantes indignada de pueriles engaños, que van del cabreo por tomar por tontos al personal, hasta a el cachondeo patrio ante acciones o declaraciones de vergüenza ajena.

Jordi Rosiñol Lorenzo

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