Juan Pérez de Mungía

Puigqueras

Puigqueras
Oriol Junqueras (ERC) y Carles Puigdemont (PDCAT). CT

Este es el nombre de una pareja de policiís, el feo y el malo. Es lo que ha quedado tras la defunción política del bueno y guapo Artur Mas que sacrificó su intelecto consintiendo la corrupción de su padre político. La pareja que alimenta el nacional-catolicismo cuenta con un discurso inverso a la realidad, un discurso que subvierte el orden de la razón.

El Gobierno catalán roba a los catalanes su progreso y su bienestar, discrimina a los catalanes en razón de su lengua, su origen y su economía, gasta en lo que no es prioritario, la secesión, y olvida lo urgente y lo necesario, la sanidad y la educación. Amenaza la democracia apropiándose del derecho a decidir. El diccionario del secesionismo intenta construir una nación como si los pueblos pudieran encarnarse en un territorio y en una lengua diluida la identidad humana en la tribu. Demuestra la ciencia que quien habla en la lengua nativa de sus interlocutores se dirige a la emoción; quien habla en una lengua ajena se dirige a la razón. Perdidos en la cultura insondable de la lengua el sujeto desaparece. La amenaza nacionalista se cierne, una vez mas, sobre Europa.

No existe nada particular, ni exclusivo, ni diferenciador en Cataluña, ni siquiera Cataluña existe excepto en su descripción nominalista para catalogar terrenos y propiedades. Nación es que te lo cuenten, que se repita en todos los discursos como si representara una homogeneidad que se impone por la fuerza de la amenaza. Cataluña no es propiedad de los catalanes, ni siquiera de los españoles que han construido su historia, es una realidad solo en su articulación con las leyes. Sin ley no hay Estado, sin Estado no hay nación. Partir de cero. Una vez mas el alma irredenta del guerracivilismo de los administradores. Una hacienda catalana, una republica catalana, una constitución catalana y… una élite catalana que desea construir una horma para su pie, el pie que calza la bota del pensamiento narcisista de Junqueras, Puigdemont, Forcadell, y, de algunos gurús del confucionismo político. La reencarnación evangélica. El benedictino Raguer escribe «ser independentista no es pecado», tampoco ser nazi lo es para este espíritu de la nación catalana; una cosa es la ideología y otra la fe. Tampoco son pecados. Oremos.

El escenario que han creado es prebélico. La distancia y la neutralidad de los que se dicen vencidos no puede impedir discernir que vivir en Cataluña se ha hecho insoportable para la mayoría de sus ciudadanos, unos porque solo tienen en la cabeza fuet y otros porque están obligados a bailar la sardana pese a tener en sus cabezas otros bailes mas mundanos. La atmósfera se tensiona porque la incertidumbre favorece la ideología. Se realizan amagos, se hacen anuncios, se amenaza con un órdago contra la razón. El proceso de secesión se anuncia imparable. Amenazan con desviar el rio de la historia para que venga a desembalsar en la barceloneta. Con Barcelona en contra.

Cataluña es un sueño imposible en el mundo social y económico que vivimos. Es algo que saben hasta los orangutanes como Maduro que posa con la estelada junto con los secesionistas. Forma parte de su política exterior. Dios los cría y ellos se juntan. El mundo, actual, es otro, no es el de ese profesor de historia fracasado que tiene el encargo de dividir la sociedad cuando enseña su lengua para recibir una hostia los domingos. La teocracia siempre ha sido nacionalista. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Es la clase de política de la cruz gamada de Montserrat donde anidaban los Pujol y sus acólitos. No en vano el partido se fundó entre sus muros.

En la basílica de la Sagrada Familia, la gloria de la arquitectura moderna, se ha vestido con una senyera, el fondo de la cruz. Se dan cobijo mutuo el mito secesionista y la fe en los altares. Existen tres religiones en Cataluña, la secesionista cristiana, la secesionista musulmana y el resto que ven en este sistema putrefacto de la política heredera de Pujol, el símbolo de los papas que apoyaron a Mussolini y Hitler y a tantos otros. Una iglesia con vocación de gobierno siempre apoya a dictadores y sátrapas.

Puigdemont y Junqueras, Junqueras y Puigdemont practican la tortura sucia de la psicología nacional, es parte de la guerra ideológica para imponerse sobre las conciencias, lavando mecánicamente el cerebro y perseverando hasta eliminar cualquier de la mancha, cualquier castellano parlante, cualquier etiqueta foránea. De momento consienten con la cultura halal que poco a poco va tomando el control religioso de las conciencias. Más de medio millón de musulmanes apoyan la secesión, mientras la población autóctona desaparece ante un gobierno catalán confiscatorio.

En Cataluña, el gobierno autonómico establece una guerra sucia contra si mismos. Ya no es la mordida del 3%, el tráfico de influencias, el derroche en estipendios, la compra de intelectuales y medios, o la malversación de fondos públicos, el Barça o la moreneta, es la limpieza étnica, como la que se realiza en la Universidad Autónoma, es el derecho a ejercer la violencia terrorista de baja intensidad, amenazar, pintar, enfrentarse a un discurso de a quien no se le deja hablar. En Cataluña, los catalanes lloran en silencio por las tribulaciones laborales, sociales, económicas y educativas que sufren a diario. Se silencian ante el atropello que la Generalitad, de los Generales que viven en el Chateau, de los generales que exigen el sacrificio a sus ciudadanos día a día. Aquí se ha declarado la guerra a la inteligencia y solo un cataclismo devolverá la razón a aquellos que la están perdiendo. Es cuestión de tiempo.

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