Luis Ventoso

Venezuela: No es lo mismo conducir una guagua que un país

Venezuela: No es lo mismo conducir una guagua que un país
Luis Ventoso, Director Adjunto ABC.

NORMALMENTE escapo de las películas de Jim Jarmusch, icono de modernos y turras importante. Pero su última entrega, «Paterson», era preciosa. Es una historia sencillísima, la de un conductor de autobuses de Paterson, una ciudad de New Jersey venida a menos.

El hombre comparte apellido con su desesperanzada población natal, escribe poemas y está muy enamorado de su mujer (y ella de él). Apenas pasa nada. Pero verla resulta tan reconfortante…

Existe otra película excelente también ambientada en la costa Este y con conductor de autobús, «Una historia del Bronx», dirigida por Robert De Niro en 1994. Los dos autobuseros, Paterson y De Niro, comparten algo que los engrandece: en atmósferas adversas mantienen una integridad moral tan pura que se diría congénita.

Es algo común a muchísimas personas corrientes, gente buena, con sentido del deber, que sostiene a sus familias y hace que el mundo gire.

Nicolás Maduro, al que se le resistió la educación secundaria, fue también conductor de guagua, de 1991 a 1997. Lo aprovechó para introducirse en los sindicatos, puerta para la política, en la que medró en la adulación servil a Chávez.

Tengo un amigo que repite una frase que no sé si comparto: «Es mejor tener un jefe malo, pero listo, que uno sin un dedo de frente». Maduro posee una gran cabeza -hablamos de tamaño-, pero no parece que rebose neuronas. Además ha ido destapando su mala entraña. Nicolás encarna la peor versión de la ecuación de mi amigo: mal tipo, y encima limitado.

Chávez se extravió. Sucumbió a dos errores: el narcisismo mesiánico-totalitario y el comunismo, que nunca funciona, porque en lugar de alimentar el afán de mejorar coarta la iniciativa con una igualación a la baja (que tampoco se produce, pues el invento acaba siempre en cortijo extractivo de los jerarcas del régimen).

Aun así, Chávez poseía curiosidad intelectual y un memorión como el del Funes de Borges. Al principio se atuvo a cierta etiqueta democrática e intentó algo inédito en Venezuela: un poder que por una vez pusiese a los de abajo por delante. Cuando Maduro heredó el autobús, aceleró a ciegas por las erradas curvas a la cubana que ya había enfilado Chávez. Unido al desplome del petróleo, ha hecho papilla a la población. No es lo mismo conducir una guagua que un país.

Como ayer adelantó ABC, Maduro ha dejado salir de la cárcel a Leopoldo López, héroe de la libertad al que mantenía encerrado en un duro penal militar desde hace tres años. Seguirá preso, pero en casa. Es un presagio del final de su ridícula dictadura. También un motivo de orgullo para los españoles y para sus mejores políticos, porque España, a la que se mira en Hispanoamérica más de lo que creemos, ha respaldado de manera admirable a la familia del líder demócrata y ha presionado muchísimo.

Un pequeño majadero, que ha diluido a su Partido Comunista en el magma de Podemos para seguir chupando del bote, celebra la nueva insultando a Leopoldo, al que llama «golpista». El CIS considera a esta eminencia «el político español más valorado». Pero un muchacho que viviendo en la estupenda democracia española hace gala de tal mezquindad no sirve ni para conducir un microbús. En realidad, ni un triciclo.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído