Los socialistas están consiguiendo molestar a independentistas y unionistas a la vez y por el mismo motivo, de igual manera que la derecha se justifica por su inconsistencia y le crecen los enanos por la extrema izquierda.
Su reforma constitucional o «la aspiración nacional de Cataluña» -que es lo último que se les ha ocurrido- no son más que conjuntos vacíos y fatua palabrería que resuena como el eco en los pozos del silencio.
Los socialistas no tienen nada que decir ni ningún proyecto para España y sólo tratan con oportunismo de figurar aquí y allá por ver qué son capaces de pescar. Su decadencia electoral es muy fácil de explicar y tiene que ver con que han dejado de sernos de cualquier utilidad.
Eso es malo para ellos, pero también para el PP, que para hacer su propaganda le basta con apelar al demencial peligro de que Pedro Sánchez ganara y no tiene ni que tomarse la molestia de renovarse, perfilarse y dejar de robar.
Hay que decirlo claramente: todo el mundo con dos dedos de frente sabe, porque es la verdad, que significaría mucha más corrupción, atraso y empobrecimiento para España que este PSOE nos gobernara que no que lo haga el Partido Popular con sus ladronzuelos de medio pelo merodeando.
Miquel Iceta es bastante más inteligente que Pedro Sánchez -seguramente sea don Miguel el político más brillante y audaz de la política catalana- pero ni PSOE ni PSC tienen absolutamente nada que ofrecernos que no sea contradicción y caos. No les queda ni la arrogancia con que solían tratarnos, de tan acomplejados que están por Pablo Iglesias.
Para saber cómo acabaría una reforma constitucional piensa en cómo acabó nuestra reforma estatutaria. Es aquella conversación con tu mujer que sabes perfectamente que no lleva a ninguna parte y que un día, al segundo gintónic, cometes el tremendo error de emprender. ¿Por qué?
La próxima vez que no sepas qué decir habla del tiempo, majo.
