Laureano Benítez Grande-Caballero

Caminando entre dragones

Caminando entre dragones
Laureano Benítez Grande-Caballero. PD

No vi la luz un 18 de julio, ya que mi vida se puso cara al sol en el octubre sevillano del 52, en un crepúsculo, pero, como todos los españoles de pro, tengo en mis genes la poderosa radiación de aquel amanecer del 36, cuando el águila de San Juan que sobrevoló nuestros cielos proclamó al mundo que España acababa de nacer: la España de siempre, renacida como un Ave Fénix; la España que como una madre nos amamantó en sus pechos imperiales; la España una, grande y libre que nació en los corazones de todos los patriotas que la amaban. Por eso, puedo decir y digo que mi corazón nació un 18 de julio.

Quizás fuera una predestinación, pero vi la luz en la trianera calle de San Jorge, el terror de los dragones, mariscal de campo junto con San Miguel en la batalla contra los endriagos del Averno.

18 de julio… este mismo amanecer es el que presidió fechas memorables de nuestra historia en la que España defendió su unidad, su grandeza y su libertad frente a invasiones, amenazas y conspiraciones: frente a la morisma en Covadonga en el 711; frente al turco el 7 octubre de 1571; frente a la gabachería masónica en el Glorioso Alzamiento del 2 mayo de 1808; frente a la República bolchevique y luciferina en este 18 de julio. Y la sangre española que heroicamente se derramó en esas fechas gloriosas, en las lizas de nuestros solares, en impenetrables selvas, en estepas infinitas , en océanos abisales, asperjada sobre todos los hijos leales a la Patria, nos da a todos los españoles nuestro valeroso ADN, nos hace hijos de este gran país, del que llevamos su sangre y su impronta, su herencia gloriosa.

Tantas victorias nos convirtieron en un pueblo irreductible, que resistía ahora y siempre al invasor. Y así construimos nuestra historia irrepetible, derrotando almanzores y allahuakbares, a rapaces flamencos, a mamelucos y masónicos jacobinos, a milicianos luciferinos… dando batalla sin cuartel al señor de las moscas, que enviaba una y otra vez sobre nosotros a su ejército de tábanos, a sus devastadoras plagas infernales, a sus hordas de íncubos y súcubos, a sus grotescos sátiros matacuras y quemaconventos, a lo mejor y más granado de sus batallones de diablos y pata roja, a sus arrolladores ejércitos de dragones, que en las altas esferas hacían temblar.
Después del 39 ya no se vieron súcubos, sátiros ni dragones por nuestras calles y plazas, ya no quedaron monstruos ni bestias rojas asustando a los niños, a las monjas, a los que llevaban corbata o asistían a Misa.

Porque el águila de San Juan los cazó en avenidas y collados, en vaguadas y desfiladeros, en torres y plazas, rescatando a la Patria de los alcázares incendiados, de las mazmorras del inframundo, de las chekas kremlinianas, de los Paracuellos de los Jaramas… águila imperial, águila invencible que derrotó al dragón rojo en fieros combates, enviando su chatarra bolchevique hacia las escombreras de la historia.

Fue así como aquel 18 julio recuperó su vocación histórica de convertirse en la salvaguarda de la civilización occidental cristiana frente a moros, protestantes, masones y bolcheviques. Porque la España que se alzó no era una dictadura fascista que pretendía destruir a una República garante de derechos y libertades, sino la Patria inmemorial que defendía sus valores, sus ideales, sus principios y tradiciones frente a la amenaza de una República golpista y antidemocrática que pretendía el honor -como afirmaba el megaconspirador Largo Caballero- de convertirse en la segunda dictadura proletaria del mundo.

El resultado fue que España protagonizó un alzamiento que la llevaría a ser la octava potencia del mundo -sin apenas deuda pública, y con una mínima presión fiscal-, cuando hasta entonces era un país agrario y subdesarrollado. Un alzamiento que nos llevó a vivir 40 años en paz, bajo el imperio de la ley y el orden, guiada nuestra Patria por valores eternos como el respeto el honor, la disciplina, el trabajo, el sacrificio, el esfuerzo, el amor a la patria, la familia y la fe católica.

Mas aquel águila plegó sus alas y sus banderas victoriosas en la batalla de la Transición, y el humo de Satanás volvió a nuestra Patria, vomitado desde la boca de los dragones que Bilderberg reanimó en los cubículos donde hibernaban.
Durante una alocución en la Basílica de San Pedro el 29 junio 1972, Pablo VI, en el noveno aniversario de su coronación, refiriéndose a la situación de crisis que vivía entonces la Iglesia, se preguntaba: «¿Cómo se ha podido llegar a esta situación? Se creía que, después del Concilio, el sol iba a brillar sobre la historia de la Iglesia. Pero, en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre. Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación? […] A través de una fisura, el humo de Satanás entró en el templo de Dios».
Sí, España pensó que, después de la Transición, el sol iba a brillar sobre nuestra historia. Pero, en lugar del sol, han aparecido unas densas tinieblas, de sulfuroso hedor, que amenazan la integridad de nuestra Patria, destruyendo sus valores, sus ideales sus principios, su historia, nuestra identidad nacional… a través de una fisura, el humo de Satanás entró en España.

Y es así como los dragones se enseñorean nuevamente de hemiciclos y calles, de televisiones y redes, desarrollando sus performances luciferinas, levantando su grotesco puño en alto, blasfemando impunemente, defecando sobre la Hispanidad, cantando sus internacionales mientras se abrazan con osos etarras, volcándonos encima el gigantesco lavado de cerebro de la LGTBI, conspirando para favorecer la invasión de nuestra Patria por inmigrantes ilegales, persiguiendo a la Iglesia con leyes y milicianos, cantando mañanas con separatistas impresentables, urdiendo sus maléficos frentes populares para eliminar completamente a la derecha, sueño ancestral de la izquierda española.

Son ya muchos dieciochos de julio en los que nuestros cielos no son sobrevolados por el majestuoso vuelo de un águila imperial, sino por maléficos dragones que desde sus horrendas fauces vomitan sobre los españoles el fuego del Averno, la maldición de una Patria que ha perdido el pulso, la siniestra risotada del Señor de las Moscas al ver cómo una banda de corruptos anticatólicos y antiespañoles desfilan pomposamente por todos los rincones de nuestra geografía, proclamando que «España, por fin, ha dejado de ser España».

Y así voy, en este 18 julio, como tantos españoles de antes, como tantos españoles de siempre, caminando entre dragones. Sólo nos queda Santiago, y San Jorge: San Jorge y cierra España.

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