Luis Ventoso

Nadie lo conocía

Cuánto adorna a los países y a las personas un poco de compasión

Nadie lo conocía
Luis Ventoso, Director Adjunto ABC.

DE Miguel Blesa solo tengo una visión a brochazos y lejana, que tal vez concuerde con la de muchos españoles.

Fue uno de aquellos banqueros de una España inflada, embriagada por el mito de un progreso perpetuo e indoloro («lo que sobra ahora mismo en los mercados es liquidez», era la frase de moda, y quien no se lanzaba a conquistar el planeta a crédito parecía un gañán cobardón).

Como tantos virreyes de las cajas de ahorros, que hoy pernoctan en el catre de una cárcel o aguardan que una mañana cualquiera la Guardia Civil llame al timbre, Blesa cometió tres graves errores.

El primero fue olvidarse de que era un alto empleado de su banco y pasar a actuar como si se tratase de su dueño. El segundo fue pensar que la efervescencia del mercado inmobiliario sería eterna, lanzándose a una expansión temeraria.

El tercero podríamos resumirlo diciendo que, como tantos otros, pasó a levitar por encima del resto de los mortales. Perdió cualquier conexión con el mundo de la gente corriente (solemos olvidar un dato que todo político y prócer debía llevar grabado en su frente para evitar vanidades: el 47% de los españoles ganan mil euros o menos, las pasan canutas).

Para completar el retrato de Miguel Blesa, que se cree que ayer se suicidó de un tiro en una finca de caza de Córdoba a los 69 años, es obligado referir sus problemas judiciales. Estaba recurriendo una condena a seis años de cárcel por la gamberrada de las «tarjetas black» y le quedaban todavía los calvarios de las preferentes y de los sobresueldos de Caja Madrid.

Pero dicho todo lo anterior, destempla un poco leer que corría la una de la tarde de ayer y nadie se había interesado por su cadáver, u observar la ausencia absoluta de valoraciones y declaraciones.

A la hora en que escribo no ha habido una sola palabra humana de recuerdo, o de piedad, por parte de quienes en su gloria se proclamaban sus amigos (término que en España usamos con demasiada alegría, porque amigos de verdad como mucho en la vida se tienen cinco o seis, el resto son conocidos de cañas y risitas).

Un año antes de la explosión de la crisis de las «subprime» la caja de Blesa presentó beneficios de 2.861 millones. ¿Todo lo hizo horriblemente mal? ¿Nunca acertó en nada? ¿Era solo un rufián de atildado tupé?

¿Qué habría pasado con el vidrioso sistema financiero español y los cortijos de las cajas de no haber estallado la mayor crisis mundial desde 1929? Pues seguramente nada. El gran periodismo económico español seguiría con el botafumeiro activado y sin mirar demasiado, como hacían hasta que se hundieron todos los Blesas y Ratos que pululaban por España.

Sindicalistas y grandes progresistas del PSOE e Izquierda Unida todavía estarían chupando del bote en los consejos de administración y conociendo el mundo en resorts de híper lujo por gentileza de las cajas. Las cortes de pelotas de toda índole seguirían inclinando la cabeza en el despacho celestial de Blesa, hasta casi tocar con la frente las borlas de sus zapatos castellanos, como hacían durante sus trece años de poder.

Muere Miguel Blesa y nadie lo conocía. Cuánto adorna a los países, y a las personas, aquello que se llamaba compasión cristiana.

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