Juan Pérez de Mungía

Letizia con «z»

Letizia con "z"
Doña Letizia El Mundo/GTRES

Existe la creencia de que al cambiar la ortografía del nombre, cambia el nombre, la persona es otra y el mundo florece bajo sus pies. Es algo onanista. Los vascos cambian Miguel por Mikel, los catalanes por Miquel y así sucesivamente, de forma que el universo imaginario de los nombres queda enmascarado bajo la indexación en las bases de datos de «myheritage».

No existe ningún problema en cambiar la ortografía ahora que el cambio de género permite llamar Ramona a quien antes se llamaba Ramón, falta solo que aquellos que disponen de un género híbrido pasen a llamarse Ramén. Todo se andará. Antes los apellidos cambiaban porque se equivocaban los curas en la inscripción de nacimiento. Existen también apellidos desconocidos suplantados por otros. La lástima es que Twitter sigue catalogando a las personas en los géneros que la biología equivocada determinó para ciertos géneros. Y así ocurre que hay quien confunde sexo y género, y sexo y seso.

Viene al caso esta situación porque nuestra reina, que estudió en el mismo instituto que Pedro Sánchez, el Instituto Ramiro de Maeztu, haya adoptado una «z». Se ha desprendido de una «C», en la creencia nominalista zapatera de que un gesto ortográfico la hazía más reina y esta última z del verbo hacer ha tomado la z de haz. El haz, como un rayo láser que ilumina la lengua pero que oscurece a sus portadores. Portar una tiara no te haze mas reina que plebeya. El artificio de la distancia aparente hace suponer que tenga un talento especial. Todo el mundo sabe que el rey y la reina no son los mejores seres humanos, sino una cruda manifestación del origen de cuna.

La corona se ha hecho civil. Los reyes se casan con civiles del pueblo, con sus desgraciadas vidas familiares y esa pobreza que identifica a las clases medias. Falta que los descendientes, poco a poco, mediante una selección natural de la especie elijan maridos plebeyos, con ortografía cambiada para que la naturaleza arcana de la monarquía desaparezca de la faz de esta tierra occidental.

No es malo ni bueno tener una monarquía parlamentaria, no es peor que disponer de una dictadura parlamentaria como la de Erdogán o Maduro y tantos otros, incluso, no es peor que disponer de una República Monárquica como la francesa. La monarquía sustituye la presidencia desnaturalizada de Italia o de Alemania. La monarquía por antonomasia es la Británica cuya obsolescencia programada se dilata en el tiempo. Las monarquías suelen desaparecer tras un largo reinado. Le pasó al Imperio Austrohúngaro. La monarquía británica sigue unos derroteros similares a la española, eso sí Pipa Middleton es de mejor familia que la familia de Letizia, solo mirando la magnitud de sus cuentas.

Los reyes, las reinas, el comercio exterior, las embajadas y los viajes van de la mano y los reyes y reinas comprometen la política exterior de los países, al igual que los dioses de los países teocráticos compromenten la educación de sus habitantes. Existe aún hoy una desnaturalizada creencia de que lo público debe ser tutelado por reyes y reinas y esa creencia es mayor creencia en aquellos que denostan la monarquía que en aquellos que la admiten circunstancialmente. La monarquía española existe como memoria de un pais desvertebrado al que cada día le salen enanos con vocación de príncipes. Después de todo la monarquía borbónica siempre prevaleció sobre la división de sus súbditos.

Y como el hilo de Ariadna sirvió para salir del laberinto político, a Rajoy se le achacó que dijera «No» al Rey Felipe VI para formar gobierno y su respuesta se consideró una humillación, al contrario de lo que hizo Z2, Pedro Sánchez, que eclipsado por el boato monárquico dijo «Si, quiero» aun sabiendo que su propósito era efímero dada su efímera inteligencia para sumar 2+1.
Rajoy no es monárquico, esto lo sabe cualquiera, es un parlamentario, muy al contrario que Pedro Sánchez, que dejó de ser parlamentario por empecinarse en ser lo que no era, presidente de la Monarquía Española.

Han sido las idas y venidas de los reyes las que dejaron unas elecciones tras otras y tras el hartazgo de la población devinieron en un gobierno que siendo inestable por lo menos avanza. Y ahora por fin, el viaje dos veces pospuesto de los Reyes a la capital del Brexit se ha podido realizar. Ha sido un viaje más político que monárquico, más coyuntural que de cortesía. Al propósito de este viaje se le han buscado tres pies al gato, pero el gato no tienes pies, ni tampoco es gato. El viaje tenia un cometido específico, declarar que Gibraltar sea tan español como es y que la política del que fuera un imperio deje su ya imaginario pasado imperial y devuelva a los españoles lo que es de Algeciras al igual que Hong-Kong fué devuelto a China porque no les quedó mas gónadas al imperio británico que someterse a la apabullante superioridad del imperio chino. Gibraltar es el último eslabón de un imperio decadente que invoca una defensa numantina imposible para mantener los beneficios del contrabando, del juego, del fraude fiscal, y de la contaminación del estrecho y la bahía de Algeciras.

España fue un imperio, Gran Bretaña fue otro y de ambos no queda nada más que una historia, una cultura y una lengua universal. Ambos compiten por dejar de ser lo que fueron, con más éxito unos que otros, pero los dos países tienen los días contados para dejar sus monarquías en el museo de la historia. Las monarquías son historias sucesorias pero la nobleza de la sangre azul empieza a ser tan roja como la de los civiles a los que creen gobernar.

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