Antonio Sánchez-Cervera

Rajoy

Rajoy
Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España y líder del PP. PD

Sentado en la barrera o en el tendido, las corridas de toros se ven con frescura y seguridad, exceptuando contados aspavientos o sustos cuando el toro engancha al torero.
En política ocurre algo similar. El que no gobierna, el que no asume decisivas responsabilidades para y con la ciudadanía, el tertuliano de turno o el periodista de cualquier medio de comunicación, habla o critica, con o sin mayor razón, desde una posición que no conlleva compromiso alguno. La política en un país democrático tiene un recorrido que la ciudadanía ha de respetar.

Ningún gobernante está aislado y generalmente se rodea de personas competentes, aun cuando siempre aparezca el personaje adulador, pero esto sucede en cualquier estado en el que el humano se encuentre (familiar, social, periodístico…).

Indudablemente la política produce cansancio tanto para el que vota como para el que es votado, pero no por ello deja de ser necesario que exista el gobernante, de la misma forma que el gobernado debe asumir las obligaciones que le incumben y que tantas veces olvida o solapa criticando el hacer del que gobierna. El gobernado, entonces, pierde mucha razón.

Rajoy es un político prudente que intenta siempre navegar en el mar de la cordura. No es un inconsciente y conoce la diabólica y compleja pintoresca de nuestro país. No es un falsario patriotero sino un gobernante razonable que busca el diálogo y la negociación en tanto en cuanto no conlleven la ruptura de este difícil país que aún no ha superado el autoflagelamiento. Creemos que no quiere una clase media sino una clase proporcional y equilibrada que nos saque al fin del rencor y la envidia que tanto nos ha perjudicado y de la incultura que tanto padecemos.

Un Gobierno no tiene que ser ni simpático ni antipático, sino eficaz, cumplir con lo encomendado y exigir al que vota, sea o no su partidario, que también cumpla sus obligaciones. Consecuentemente, Rajoy, conocedor de ese mandato, está suficientemente motivado, intensamente interesado para que España salga adelante. Así pues, hablar frívolamente en otros términos es desconocer la realidad cotidiana del que gobierna. Corresponde a los que le votaron unir ahora, incluso más que antes, todo aquello por lo que le votaron.

Pensar que el actual Gobierno tenía como fin primordial acabar con el socialismo, no solo es inverosímil sino tan fatuo que nos resulta hasta chistoso.
Si emergen en nuestro país otras fuerzas políticas lo será porque vivimos bajo el manto de la democracia y la libertad, el acceso a los medios y a las oportunidades. Será misión de los partidos tradicionales implicar con su buen hacer a todos aquellos que no les han votado, nunca instigar iras.

En un partido democrático y libre como es el PP, es intrascendente que Rajoy sea su presidente y a la vez sea Presidente de nuestro Gobierno actual. Al contrario, tendrá más capacidad para escuchar pues como se dice «más ven cuatro ojos que dos». Obviamente, Rajoy exige lealtad en su partido pues no en vano la lealtad está apegada a la relación en grupo, es el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor.

Rajoy está preocupado que no asustado como lo estamos más del 70 por ciento de la población española por la deriva del teórico secesionismo catalán, en una época de mayor fragmentación política, aun cuando sabe también que esa mayoría de españoles conciben únicamente a España como una nación. Dialogar no es trapichear y en política se hace desde la firmeza de la ley a la que todos estamos sujetos.
El dilema catalán, por ejemplo, por mucho que se dialogue con la mejor voluntad, solo tendrá una solución política si se da respuesta con el espíritu de la Ley. Nunca desde la estéril y cómoda oratoria, ya sea parlamentaria, periodística o de bar, ni desde el panfleto, burlonamente soez, que las ciudadanas de la CUP exhibieron de forma esperpéntica y que mayormente incitaba a la carcajada de la ciudadanía.

Creemos que Rajoy, serenamente, desde la firmeza constitucional sin descanso, no desde el golpe en la mesa, merece en estos momentos, más que nunca, un voto de confianza.

Antonio Sánchez-Cervera

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