Me lo cuenta un amigo residente en Barcelona.
«Mi madre tiene una mercería en una plaza de un barrio muy conocido de Barcelona donde reside una comunidad árabe. Ahora es una hermana mía quien la regenta. En la plaza se reúnen madres con sus hijitos. Ellas hablan mientras ellos juegan. La conversación entre mi madre y una mujer magrebí fue así:
«Lo que no comprendo es como vosotras podéis estar sometidas a vuestros maridos de la forma en la que lo estáis. Le dice mi madre. A lo que la mujer magrebí, sin levantar la cabeza y con una firmeza pétrea, le contesta: No, no lo comprendéis; no comprendéis que nosotras nada perdemos ni vamos a perder, que sois vosotras las que lo vais a perder todo porque dentro de unos años estaréis como nosotras o muertas. Esto sucedía en el año 2001.
Al primer grito que surge en la multitud, ¡a correr! Un día después de la carnicería y en algún lugar relacionado con la matanza, a poner velas, flores y a derramar lágrimas. Es igual en todos los sitios. El comportamiento de los ciudadanos y políticos europeos es el mismo en la gélida Finlandia que en la calurosa España.
Un comportamiento y una reacción super conocida por los que nos han declarado la guerra. Uno se pregunta si los asesinados por esos canallas no merecen algo más que velas, flores, lágrimas y declaraciones sin tuétano, sin firmeza. Creo que si se lo merecen, así como sus familiares.
Y ese algo más es enfrentarse decididamente y empleando todos los medios disponibles a quienes nos matan a nuestros seres queridos sin pestañear. En una guerra no valen paños calientes y esto, señores políticos, ciudadanos que aún no están convencidos, es una guerra, una guerra sin cuartel que puede convertir el Estado de Derecho en un Estado de Desecho.
Acojonados están los terroristas ante el comportamiento y la reacción de Europa. Una Europa que, frente a los Kalashnikov, las bombas y los atropellos responde con fotos de gatitos en Twiter, pancartas con leyendas melifluas, frases estereotipadas y reuniones de los políticos para acordar nuevas reuniones. Tras sembrar las calles de Europa de cadáveres y regarlas con la sangre de inocentes, los ciudadanos, que corrían aterrorizados y sin rumbo el día de la masacre, se reúnen para poner velas y flores y discursear mantras tales como «no tenemos miedo». Esto dura aproximadamente tres o cuatro días tras los cuales ya nadie se acuerda de nada a excepción de las familias que han quedado rotas y que siguen llorando a sus muertos.
Estos son los ciudadanos de Europa, en cuanto a los políticos, es tal la división entre ellos, es tal la diferente percepción del problema, es tal el tiento y cálculo con el que se mueven en ese terreno para no perder y, si es posible, arañar unos votos; que casi todos ellos se muestran tibios – ya se sabe lo que Dios dijo de los tibios: «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. Así, puesto que eres tibio, te vomitaré de mí boca» – y unos cuantos como lo que son, miserables sepulcros blanqueados en cuyos pechos anida un pútrido enjambre de serpientes ponzoñosas.
Es por todo eso que los terroristas ríen mientras en Europa nos secamos las lágrimas. Mientras ellos ríen, nosotros lloramos, pero eso sí, con el firme propósito de aplicar toda la ley del Estado de Derecho, ley que se traduciría en poquitos años de cárcel para el conductor de la furgoneta que ha asesinado a 14 inocentes y los que están en estado crítico más los heridos, si se confirma que el angelito fundamentalista es menor de edad.
Acojonados están los terroristas. Lo están tanto que en el momento en que estoy escribiendo esto preparan el próximo atentado a sabiendas de que la reacción de Europa en sus ciudadanos, políticos y algunos medios de comunicación que apestan, será la de siempre.
Manuel del Rosal García